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San Jorge y el dragón, Rafael Sanzio, 1504-1506.
National Gallery or Art, Washington D.C. (EE UU).
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Los seres humanos no vivimos en un medio-ambiente, sino en un mundo. Nuestra circunstancia no es un conjunto de estímulos frente a los que reaccionamos, sino uno un conjunto de realidades, más o menos próximas o lejanas, con las que nos relacionamos. Aunque fijemos nuestra atención en una sola de las realidades que nos rodean –por ejemplo, en el teclado en el que escribo estas palabras o en la pantalla en que me estás leyendo–, siempre situamos esa realidad en un fondo de significaciones que llamamos mundo y en el cuál mi teclado, tu pantalla, adquieren sentido. Por eso mismo, todas nuestras acciones revelan siempre dos dimensiones irreductibles: la visible y la invisible.
No sabemos acceder a lo invisible sin lo visible pero, a veces, lo visible nos obsesiona hasta cegarnos para lo invisible. Por eso mi maestro
Alfonso López Quintás propone que ensayemos siempre una
mirada bifronte, que atienda, a un tiempo, a lo visible y lo invisible. Por ejemplo: durante los pasados siglos, la educación se centró la noble tarea de lograr la alfabetización universal. Pronto nos hemos dado cuenta de que es necesaria una
alfabetización de segundo grado, invisible: no basta saber leer, hay que comprender el sentido de lo que se lee. Por eso hay personas que leen mucho sin entender su mundo; mientras que otras entienden el mundo sin saber leer. Las primeras sólo ven lo visible; las segundas ven lo invisible del mundo, sin necesidad de haber leído.