miércoles, 26 de noviembre de 2014

Es culpa de ellos: “la casta”, los corruptos

Adolf Hitler y Mahatma Gandhi, dos casos extremos de mentalidad dialéctica-victimista y de mentalidad dialógica-responsable.

Es imposible erradicar la corrupción sin erradicar la libertad del ser humano. Lo que podemos hacer es orientar y formar la libertad mediante formas de convivencia –y educación, leyes, cultura, etc.- de tal manera que la corrupción sea vista por la mayoría como una opción marginal, más repugnante que atractiva, más arriesgada y penosa que beneficiosa. Para hacerlo, conviene estudiar las raíces y motivaciones que pueden alimentar, en cualquiera de nosotros, la tentación de cometer acciones corruptas. Entre las muchas causas de la corrupción hay dos importantes: la mentalidad dialéctica y el victimismo.

lunes, 17 de noviembre de 2014

El balcón de Sócrates: educar para la ejemplaridad



Más o menos, todos entendemos que la educación consiste en hacer partícipes a los niños de lo que los mayores consideramos bueno o malo, hermoso o feo, valioso o trivial. Diría Luigi Giussani: «Educar consiste en introducir en la realidad». Consiste en que el niño abandone el mundo fantástico o mítico y forme su propio criterio a partir de una hipótesis que debe verificar: la validez de las convicciones más valiosas de su tradición, encarnada en sus mayores. El niño puede asumir creativamente aspectos de su tradición y desechar otros. Lo decisivo es que forme su propio criterio y adquiera las convicciones necesarias para comprometerse con su propia vida, para responder de esas convicciones. Por eso identificamos la madurez con la responsabilidad; y la inmadurez, por el contrario, es el mariposeo contradictorio de quien se mueve sin orientaciones claras y firmes.

Sin embargo, el mundo que nos ha tocado vivir mira con sospecha a las convicciones. El relativismo público busca fundar el consenso social en acuerdos de mínimos. Ahora bien, ninguna convicción auténtica, ningún criterio de vida recta, ninguna de las preguntas fundamentales de la vida, son susceptibles de ser respondidas por el consenso. Ningún consenso puede suplantar nuestra conciencia. Sólo yo puedo obligarme, no por consenso, sino por las convicciones que me forme en diálogo con otras personas que muestren también sus convicciones, sean o no las mías.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Contra la corrupción, la ejemplaridad

Cuando la palabra condena al corrupto, sanea los corazones y salva la institución.
La primera catilinaria, Maccari, 1880. 

“¿Cómo voy a comprender a Francisco Granados?”, me preguntaba Mayra Ambrosio después de leer mis últimas Impresiones, donde llamaba a los periodistas a liderar la comprensión sobre el difícil momento que atraviesa la comunicación pública –la vida pública, que se expresa en esa comunicación– en nuestro país. Entre las diversas reacciones que recibió el artículo –de todo tipo– es la que más me ha ayudado hasta el momento para desarrollar mi idea, y no es casualidad que esa ayuda venga en forma de pregunta.

miércoles, 22 de octubre de 2014

¿Qué significa «encontrarse con uno mismo»?

En busca de la felicidad, uno más de los innumerables relatos que exploran el drama de encontrarse con uno mismo.

Así, a bocajarro, me dispararon esta pregunta quizá inocente, pero sin duda certera: «¿Qué significa, desde la filosofía dialógica, la expresión “encontrarse con uno mismo?”». Fue en la penúltima edición del IV Módulo de formación en el Ciclo Fundamental de Coaching Dialógico organizado por el IDDI en la Universidad Francisco de Vitoria.

Aunque estas sesiones son fundamentalmente prácticas y experienciales, reservan algunos momentos para profundizar en la filosofía del modelo. Ahí estaba yo para reflexionar con ellos sobre la experiencia de encuentro, central en cualquier estilo de coaching, pero sólo abordada en sus estratos más profundos en el modelo dialógico. Prometí entonces una respuesta algo más extensa de la que nos permitió aquel encuentro. Sirva esta nota para cumplir mi palabra.

La filosofía dialógica sostiene que las personas somos sujetos libres a quienes «la vida nos es dada, pero no nos es dada hecha: la vida es quehacer» (Ortega y Gasset). Ese «quehacer» pasa por buscar nuestra propia identidad, nuestra vocación, tarea que sólo logramos gracias a diversas experiencias de encuentro. Tienes una explicación sintética sobre el dinamismo del encuentro personal como camino para recuperar nuestra vocación en esta nota, ilustrada por una magistral secuencia de la película Veredicto final (Sidney Lumet, 1982).

miércoles, 15 de octubre de 2014

El Periodismo ya no es «el mejor oficio del mundo»

Viñeta de Andrés Rábago, El Roto.

Que me perdonen los fans de Gabo, pero el Periodismo ya no es «el mejor oficio del mundo» porque ya no es un oficio: el periodismo es una profesión. Mirar el Periodismo como oficio es un tópico que sobrevive gracias a la repetición de los veteranos –formados por maestros anteriores a la creación de los estudios universitarios de Periodismo–, un tópico alimentado por esa falsa idea de que «cualquiera tiempo pasado fue mejor».

El Periodismo era un oficio cuando se estudiaba en escuelas de Periodismo y, todavía antes, cuando se dedicaban a él las mejores plumas y los mejores testigos de cada época: los escritores, algunos con vocación juglar y aventurera y otros marcadamente intelectuales. Escribir, es verdad, siempre ha sido un oficio. Cuando el mundo era lo bastante sencillo como para que una inteligencia despierta con sentido común y sensibilidad humana y literaria diera buena cuenta de él, que un escritor oficiara de periodista era más que suficiente.