Fotografía del Archivo fotográfico de la Fundación Telefónica. Tomada de Nacional3rutahistorica.blogspot.com. |
«Estabas muy cerca. Sólo
nos separaban diez ríos,
tres idiomas, dos fronteras:
cuatro días de ti a mí.
Pero tú te me acercabas
circos azules del aire
con el tonelete blanco,
en la mano del balancín
sonriente en el alambre.
Por el alambre, en la noche,
sin ver nada, te acercabas,
a oscuras, derecha, a mí.
Me decías: "Aquí estoy".
Aquí.
Me llegabas,
en alambre, por tu voz.
El mundo era, aquí, tu voz.
¡Qué ojos sin color, qué boca
sin trazo, qué carne ausente
de lo blanco, de lo rosa,
qué tú deshecha, tu voz!
[…]».
(Fábula y signo, Pedro Salinas).
Un hilo de cobre atraviesa el mundo para unir la voz y el oído separados por miles de kilómetros. Los alquimistas sabían que el cobre encerraba magia. Los científicos que inventaron la electricidad y el teléfono, lo demostraron. Nosotros, simples mortales, cuando usamos de la magia, nos acostumbramos al milagro. Por eso los magos no explican sus trucos: preservan nuestra alma de la falsa seguridad de lo falsamente explicado. Aun así, como nos empeñamos en normalizar lo extraordinario, el poeta nos devuelve a lo sagrado.