sábado, 2 de noviembre de 2013

Más allá de la lógica del consumo

Francisco de Goya, Saturno devorando a su hijo, 1819-1823.
Occidente ha sustentado su desarrollo del último siglo en la lógica del consumo. Para ello, la política, la economía y los medios de comunicación se pusieron de acuerdo: si la premisa es fomentar el consumo, debemos vincular consumo y felicidad mediante la rueda de las satisfacciones. Nos vendieron que la felicidad consiste en satisfacer nuestros deseos y necesidades y, para eso, pusieron en nuestras manos el sistema de consumo. La rueda ha funcionado durante décadas y todavía hoy, en plena crisis sistémica, la única receta posible que nos venden los estudiosos es la de re-activar el consumo.

No es ya una cuestión de felicidad individual, sino de supervivencia global. Pero dudo de que esa solución sea algo más que un parche. No porque sepa mucho de esa abstracción fantasmal que nos mantiene a todos preocupados, sino porque algo sé de los hombres, que somos los que creamos aquel sistema y los supuestos beneficiarios del mismo. Ésta es mi tesis: si la lógica del sistema que inventamos no es la lógica del verdadero desarrollo humano, algo terminará por romperse: o el sistema, o los hombres que lo sustentan.

La lógica del actual sistema presupone -contra toda evidencia- que la felicidad se identifica con la satisfacción de necesidades. No es necesario decir que la satisfacción es un valor. La cuestión es si es el valor supremo. Los seres humanos quedamos satisfechos por nuestros logros, o cuando alcanzamos los resultados esperados, cuando recibimos un salario justo, cuando lo recibido se ajusta a nuestra demanda, etc. Todo eso nos deja satisfechos, pero nada de eso nos hace felices. Por el contrario, cuando no tenemos lo que queremos y estamos insatisfechos creemos que obtenerlo nos dejará satisfechos... pero... ¿nos hará felices? Cuando satisfacemos una necesidad o un deseo no aparece la felicidad... sólo desaparece la inquietud y, en su lugar, queda un vacío. Si no superamos esa lógica, todo se limita a encontrar o inventar nuevas insatisfacciones que satisfacer. Y la rueda es cada vez más pesada. Y el vacío es cada vez mayor.

domingo, 27 de octubre de 2013

La unidad de vida: clave para interpretar todas las partituras

André Kertész, Sombras, 1931.
«Cuida tus creencias, porque configuran tus pensamientos. Cuida tus pensamientos, porque conforman tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convierten en acciones. Cuida tus acciones, porque generan tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque definen tu carácter. Cuida tu carácter, porque determina tu destino». Es una frase atribuida a Mahatma Gandhi que recoge bien la conexión entre distintos ámbitos de la persona humana: fe, razón, palabra, acción, hábito, carácter (en el sentido de rasgos por los que eres personalmente reconocido, y no en el de algún reduccionismo psicológico) y destino.

Es más discutible que el orden sea siempre el anunciado en la frase, ya que muchas veces ocurre al revés. De hecho, Gregorio Marañón recomendaba: «Vive como piensas, o acabarás pensando como vives». Es decir: o nos esforzamos por vivir conforme a nuestros ideales o terminaremos por retorcerlos hasta que justifiquen una vida medriocre.

En todo caso, en lo que Gandhi y Marañón coinciden es en subrayar la tendencia del ser humano a integrar y unificar su vida. Hay en nosotros cierta «incohesión», que diría Gabriel Marcel, quizá porque iniciamos multitud de trayectorias vitales en diversas direcciones, o quizá también porque algo en nosotros nos habla de una misteriosa unidad perdida. El caso es que no convivimos bien con el divorcio entre pensamiento y obra, palabra y acción, deseo y costumbre. La búsqueda de espacios donde podemos ser nosotros mismos, sin doblez ni ocultamiento, queridos tal y como somos, es un indicio de ello. Por vía negativa, la mentira -que introduce un divorcio entre pensamiento, palabra y vida- nos divide de tal forma que nos lleva a la desesperación, o a la rendición ante la verdad, o a la disociación de nosotros en dos vidas, dos personalidades distintas que fracturan nuestra interioridad y nos pueden precipitar a la locura.

domingo, 20 de octubre de 2013

La efectividad es hija de la paciencia

Robert Doisneau, El infierno, 1952.
- ¿Has preparado esta conferencia tan buena en una sola tarde?
- No, en una tarde la escribí. Llevo preparándome para ella 20 años.

 Es una anécdota que protagonizó mi querido maestro y colega Ángel Sánchez-Palencia, quien nunca se cansa de argumentar que las personas que dicen cosas profundas e inteligentes no lo hacen porque les vengan ideas como setas en otoño, sino como fruto maduro de muchos años de estudio y de convivencia con el problema. En el arte, en la interpretación musical, en el fútbol, en la oratoria… en todos los casos es igual. Incluso lo que llamamos improvisación, es brillante porque quien improvisa lleva entrenándose para ello mucho tiempo. Podríamos decir, incluso, que para muchos creadores toda la vida que no es creación, es entrenamiento.

El mundo académico y universitario necesita recordar este sencillo principio: la formación de jóvenes, la adquisición de cultura y la investigación científica y humanística son tareas cuyo ritmo natural es muy distinto del capricho de cualquier interés particular y, por supuesto, es mucho más pausado que el ritmo que marca el mundo de hoy en casi cualquier ámbito personal y profesional. Muchos dirían que son actividades lentas, pero esa palabra es inexacta: serían lentas si se invirtiera en ellas más tiempo del que naturalmente necesitan, pero lo cierto es que, en realidad y por lo general, se invierte menos tiempo del necesario. Es decir: que a pesar de que el mundo las llama lentas, suelen ejecutarse a un ritmo más rápido del que les es propio.

Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, de Stephen R. Covey, fue publicado en 1989 y hoy (más de 15 años después), el libro se ha convertido en la piedra angular sobre la que edificar toda una forma de entender el desarrollo personal, familiar y empresarial. Covey ha vendido 15 millones de ejemplares y el prestigio y difusión de la obra han permitido la creación de una compañía presente en 123 países. En la página de agradecimientos, Covey revela que el origen de su reflexión está en los años 70 (unos 15 años antes de la publicación), como parte de un programa doctoral en el que empezó a investigar la literatura sobre el éxito escrita en los últimos 200 años. Entre los agradecimientos a la primera edición, menciona a la multitud de alumnos y colegas y a los miles de personas con los que ha discutido su obra hasta llegar «lentamente» -es literal- a la formulación contenida en su libro.

domingo, 13 de octubre de 2013

Cómo entrenar la atención para vivir creativamente

Ricard Terré, Sant Boi de Llobregat, 1956.

Escribió Jaime Balmes en El criterio que la atención es «la aplicación de la mente a un objeto» y que la mayor parte de nuestros errores no son por carecer de inteligencia, sino por falta de atención. La idea de este artículo es mostrar que al entrenar la atención, maduramos la inteligencia, y que una inteligencia madura nos ayuda a vivir creativamente.

La falta de atención acumula en nuestra mente apreciaciones inexactas que, lejos de ordenarse y ayudarse mutuamente, se mezclan, funden, confunden, borran y embrollan entre unas y otras. Sin atención, lo que llamamos “nuestro conocimiento”, eso con lo que medimos la realidad y al que acudimos para tomar decisiones, se torna ligero, superficial, inexacto o totalmente equivocado. Una atención deficiente genera un conocimiento y una memoria deficientes. Desde ahí, nuestras elecciones y decisiones son más precarias e inseguras, posiblemente imprudentes o, en el mejor de los casos, mecánicas.

Nicholas Carr, en Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, sostiene que las nuevas tecnologías nos seducen y esclavizan. Carr sostiene que herramientas como Google nos da una falsa sensación de cultura al emborracharnos de información, pero mantiene nuestro pensamiento en la dispersión y la superficialidad, anula nuestra capacidad de profundizar, de permanecer solitarios y concentrados durante largo tiempo en una tarea. El análisis de Carr, grosso modo, me parece oportuno. Sin embargo, creo que confunde la atención con la gimnasia intelectual, y en eso debo distanciarme de él.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Los extremos del periodista y la aportación del becario: entre el más cínico y «el más tonto»


The Newsrroom termina su primera temporada retomando los dos encuentros que desencadenaron toda la trama. Ya analizamos en Veredicto final cómo en el encuentro con el otro despierta la propia vocación. En esta ocasión son dos mujeres las culpables de que Will McAvoy abandonara la comodidad de un Periodismo neutral y sin compromisos y consagrara su vida a que Estados Unidos vuelva a ser «el mejor país del mundo». Puedes revisar la primera secuencia de la serie, con el conocido discurso de Will, para volver de nuevo a este corte y disfrutar mejor de un cierre de temporada redondo.

Disfrutar de un final de temporada a la altura de toda la serie es razón suficiente para recoger este vídeo. Pero tengo otras dos razones para hacerlo. Con ellas, terminamos el primer ciclo de ‘The Newsroom’, una lección de periodismo, a la espera de retomar las lecciones con la segunda temporada. Esas dos razones son: clarificar qué quiere decir la expresión «el más tonto» y reflexionar sobre el papel de los becarios en una redacción.