miércoles, 14 de agosto de 2013

Toda vida creativa es fruto del asombro

Musculatura de brazos y vasos, ilustración tomada
de los cuadernos de Leonardo va Vinci.
«La más bella y profunda emoción que podemos probar es el sentido del misterio. En él se encuentra la semilla de todo arte y de toda verdadera ciencia. El hombre que ha perdido la facultad de maravillarse es como un hombre muerto, o al menos ciego», escribió Albert Einstein. En este sencillo texto, el genial físico ha sabido vincular la experiencia de maravilla o asombro (subjetiva) apropiada para penetrar en la dimensión misteriosa (pero objetiva, aunque esta terminología es engañosa) de la realidad.

Esta capacidad de admirarse es propia del artista y el científico geniales, pero también de todo ser humano que alguna vez fue niño y que no ha matado aquella actitud fundamental que nos abre al mundo como un regalo, una aventura y un misterio. Toda vida creativa, sea de un hombre de fama o de un niño anónimo, es fruto del asombro.

Los filósofos griegos situaban el origen de la sabiduría en una actitud que denominaron thaumazein. Nosotros solemos traducir esa palabra por admiración o por asombro, pero también significa, en algunos contextos, maravilla e, incluso, veneración. Todos estos significados vibran en el interior de la expresión griega y todos ellos son, en diversos contextos y sentidos, origen del pensamiento innovador y de una vida creativa. El asombro nos despierta al misterio luminoso de la vida, al dramatismo de la existencia, nos descubre como protagonistas de una aventura arriesgada y retadora, siempre nueva.

Sin asombro, permanecemos encarcelados en el sueño de las sombras, las apariencias y las opiniones (la doxa), caemos en la rutina, en lo siempre igual, todo nos parece seguro y acabado, evidente, sencillo, neutral… y nada nos libera de lo ya dado, sabido o hecho. Ponemos el piloto automático y toda novedad, todo acontecimiento, quedan relegados a un funcionamiento mecánico que asfixia nuestra condición personal. Nosotros mismos podemos volvernos extraños, extranjeros en nuestra propia casa, trabajo y vida.

lunes, 12 de agosto de 2013

La responsabilidad exige creatividad; y viceversa

Sebastião Salgado, Discusión entre mineros y policía militar, Brasil, 1986. ¿Un fotógrafo creativo o responsable?
En algún lugar del camino hemos perdido el sentido original de esta hermosa palabra: responsabilidad. Es mencionarla y cae sobre nosotros un peso de sombra, tristeza, carga, ataduras, aburrimiento y muerte. Como si la responsabilidad nos quitara la vida, como si ser responsables implicara matar nuestros sueños, renunciar a la creatividad y la libertad. Ocurre a la inversa con el concepto de creatividad. Esa palabra talismán de nuestro tiempo parece sinónimo de ruptura, de independencia, de diversión, de no preocuparse por las consecuencias... hasta el punto de que parece un campo reservado para unos pocos con mucho genio y poco sentido de la responsabilidad. Ambas concepciones no sólo son insuficientes, sino que impiden la comprensión y el desarrollo auténtico ellas en nosotros.

Empecemos por la responsabilidad. Parece que sólo han sobrevivido dos significados para esta palabra (los dos más utilizados por el pensamiento moderno): el primero, responsabilidad como deuda o culpa que debe ser satisfecha; el segundo, responsabilidad como cumplimiento estricto y preciso de una ley, norma o procedimiento. Ambos sentidos tienen que ver con la responsabilidad pero, aun bien entendidos, son sólo el aspecto más superficial de la misma y pueden esconder, en el fondo, una irresponsabilidad radical que ahoga lo más propiamente humano. Entroncar la cuestión de la responsabilidad en lo específicamente humano exige reconocer en el hombre la capacidad de responder desde sí mismo, originalmente y del mejor modo posible a los retos que en cada instante le plantea la vida.

jueves, 8 de agosto de 2013

Cómo sacar el genio que llevamos dentro

Retrato de Alberto Giacometti, por Henri Cartier-Bresson.
Existen los grandes genios, pero existe también una genialidad personal que es propia de cada uno, aunque no todos alcanzamos a descubrirla y, menos aún, a desarrollarla. ¿Qué necesitamos para desplegar nuestro genio personal?

La respuesta inmediata, e inmadura, es que necesitamos muchas cosas de las que carecemos. Quizá un espacio adecuado. O tiempo. O materiales. O formación. O un libro. O… así, hasta el infinito. De esta forma, tenemos dos alternativas:

a) renunciar lastimeramente a nuestro genio personal; o
b) desarrollar la obsesión perenne por conseguir cosas, cada vez más cosas, porque nunca tendremos las suficientes y, cuantas más tengamos, más carencias descubriremos que es necesario cubrir para llegar a ser nosotros mismos.

Entonces, ¿qué necesitamos para desplegar nuestro genio personal? Tal vez basta tomarnos en serio eso que nos falta, para suplir esa carencia exterior con nuestra propia vida interior. Lo expresó con genial sencillez Jean Guitton: «Siempre que reemplazamos algún objeto por una ayuda venida de nuestro propio fondo estamos en el camino de la renovación de sí y del mundo».

Cuando repasamos vidas inspiradoras, sean más o menos famosas o desconocidas, descubrimos que lo que hizo aflorar su genio personal no fue lo que tuvieron, sino aquello de lo que carecían. No buscaron suplantar esas carencias acumulando cosas, sino buscando en ellos mismos los recursos interiores desde los que ofrecer una respuesta comprometida -no una solución fácil- a sus dificultades. El propio Jean Guitton dice que aprendió mucho de sus peores profesores. Me viene ahora a la mente la carrera de obstáculos que fue la vida de Steve Jobs, pero también la de estos discapacitados que renuevan la belleza de la danza. Es impresionante el testimonio que nos relata Tim Guènard en Más fuerte que el odio. Pienso en el impacto que me provocaron las declaraciones del escultor Alberto Giacometti, quien entregó su vida a la escultura porque era la única de las Bellas Artes que no entendía. Y murió esculpiendo, según él, sin haber entendido apenas nada (creo que resulta divertido subrayar que en 2010 se subastó en Londres una escultura de Giacometti por 74,2 millones de euros).

miércoles, 7 de agosto de 2013

Relojes de 10 segundos: el tiempo y la creatividad


«Nuestros clientes quieren que trabajemos más en menos tiempo. ¿Cómo podemos hacerles entender que para desarrollar ideas más creativas y eficaces necesitamos invertir más tiempo? Les enviamos este vídeo para mostrarles cómo trabaja la creatividad».

Para ilustrar el vínculo entre creatividad y tiempo invertido, los responsables de este vídeo buscaron a las personas con mayor talento no reprimido en el mundo: los niños. Les mostraron un sencillo dibujo de un reloj y les pidieron que lo copiaran en 10 segundos. Los chicos se aplicaron de inmediato, pusieron todas sus capacidades e interés en orden al tiempo del que disponían y completaron el reto a la perfección. Al finalizar los diez segundos, cada niño entregó un reloj. Todo el mundo estaba satisfecho: el profesor tenía sobre la mesa más de 20 relojes dibujados en tan solo 10 segundos. Eran, además, buenas copias del modelo original.

lunes, 5 de agosto de 2013

Vivir el presente de forma extraordinaria; o carpe diem, porque tempus fugit

Robin Williams interpreta al Sr. Keating 
en El club de los poetas muertos.
Vivir el presente, carpe diem, es una expresión tan tópica como poderosa que ha sido utilizada para defender una tesis y su contraria. En sentido estricto, la afirmación encierra una tautología: lo único que podemos vivir es el presente. El pasado o el futuro sólo los vivimos en cuanto que nos los hacemos presentes, aquí y ahora.

Por otro lado, carpe diem es una expresión de la que se ha abusado para menospreciar el valor del pasado y del futuro. En realidad, el hombre sólo puede vivir la plenitud del presente en cuanto que hace pie en el pasado y se proyecta hacia el futuro. Cualquier otra forma de vivir el presente, de carpe diem, es imperfecta: sin pasado, el presente carece de identidad y sustento; sin futuro, al presente le falta densidad y sentido. Sólo cuando acudimos al pasado o al futuro como evasión, entonces sí, éstos dejan de alimentar el presente para matarlo.

Sería muy sugerente revisar desde esta óptica (la adecuada relación entre pasado, presente y futuro) toda la película de El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989). Desde la propuesta pedagógica del colegio a la del profesor Keating, pasando por el modo en que los alumnos entienden (o desquician) ambos planteamientos.

Ese latinajo del carpe diem no pretende situarnos en un tiempo distinto del que nos toca, ni tampoco menospreciar el valor del pasado o del futuro. Es más bien una exhortación, una llamada a aprovechar al máximo nuestra vida. No elegimos el tiempo que nos ha tocado vivir; pero sí elegimos qué hacer con el tiempo que nos es dado, le dice Gandalf a Frodo precisamente cuando el hobbit deseaba huir del presente. «Pero yo te digo que cualquier oficio se vuelve filosofía, arte, poesía, invención, cuando el trabajador entrega a él su vida», decía Eugenio D'Ors en otro contexto, para subrayar algo muy parecido: si vivimos con plenitud cada momento de nuestra vida, desterraremos el aburrimiento y todo será aventura.