Retrato de Alberto Giacometti, por Henri Cartier-Bresson. |
La respuesta inmediata, e inmadura, es que necesitamos muchas cosas de las que carecemos. Quizá un espacio adecuado. O tiempo. O materiales. O formación. O un libro. O… así, hasta el infinito. De esta forma, tenemos dos alternativas:
a) renunciar lastimeramente a nuestro genio personal; o
b) desarrollar la obsesión perenne por conseguir cosas, cada vez más cosas, porque nunca tendremos las suficientes y, cuantas más tengamos, más carencias descubriremos que es necesario cubrir para llegar a ser nosotros mismos.
Entonces, ¿qué necesitamos para desplegar nuestro genio personal? Tal vez basta tomarnos en serio eso que nos falta, para suplir esa carencia exterior con nuestra propia vida interior. Lo expresó con genial sencillez Jean Guitton: «Siempre que reemplazamos algún objeto por una ayuda venida de nuestro propio fondo estamos en el camino de la renovación de sí y del mundo».
Cuando repasamos vidas inspiradoras, sean más o menos famosas o desconocidas, descubrimos que lo que hizo aflorar su genio personal no fue lo que tuvieron, sino aquello de lo que carecían. No buscaron suplantar esas carencias acumulando cosas, sino buscando en ellos mismos los recursos interiores desde los que ofrecer una respuesta comprometida -no una solución fácil- a sus dificultades. El propio Jean Guitton dice que aprendió mucho de sus peores profesores. Me viene ahora a la mente la carrera de obstáculos que fue la vida de Steve Jobs, pero también la de estos discapacitados que renuevan la belleza de la danza. Es impresionante el testimonio que nos relata Tim Guènard en Más fuerte que el odio. Pienso en el impacto que me provocaron las declaraciones del escultor Alberto Giacometti, quien entregó su vida a la escultura porque era la única de las Bellas Artes que no entendía. Y murió esculpiendo, según él, sin haber entendido apenas nada (creo que resulta divertido subrayar que en 2010 se subastó en Londres una escultura de Giacometti por 74,2 millones de euros).