sábado, 29 de noviembre de 2014

La mentalidad dialéctica, en las aulas

Diarios de la calle (Freedom Writers, 2007), película basada en hechos reales y en el libro homónimo de Erin Gruwell.
Esta historia relata la transformación de sus protagonistas al pasar de una mentalidad dialéctica a una mentalidad dialógica.
La historia que sigue es pura ficción, pero está basada en hechos reales. Hechos que yo viví como alumno en el colegio y, en menor grado, en la universidad. Hechos que quizá tú también has vivido. Cuento esta historia con tres objetivos:

  • Explorar hasta qué punto la mentalidad dialéctica, centrada en el conflicto, es la mentalidad dominante –en muchos casos de modo inconsciente– en la cultura occidental contemporánea.
  • Incidir en que la lucha contra la corrupción, que ahora nos preocupa tanto, no es una batalla contra un estamento concreto (la casta, los políticos, los banqueros), sino contra una mentalidad que anida en el corazón del hombre contemporáneo.
  • Proponer una mentalidad alternativa, que llamo dialógica, que no sólo es más auténtica, sino también más práctica, constructiva y creativa.

La historia empieza en un aula de enseñanza media. De un vistazo es fácil distinguir en ella dos roles o papeles muy distintos: el primero es el de profesor, ejercido por una sola persona. El otro es el de alumno, ejercido por 25 adolescentes. Entre estos últimos, si nos fijamos bien y escuchamos sus conversaciones, hay como pequeños sub-roles, etiquetas, casi como profecías auto-cumplidas, que a quien las sufre le hacen más o menos gracia: el payaso, calculín, el abusón, la chupap*ll*s, el chulo… En cualquier caso, por mal que estén las cosas, todos saben que ellos son alumnos y pertenecen la misma casta, a la que desde luego no pertenece el profesor, que tiene otros intereses, que es como “de otro planeta”, que no es “de los nuestros”. Cuando hay que elegir –y siempre hay que hacerlo–, todos saben de qué lado deben estar.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Es culpa de ellos: “la casta”, los corruptos

Adolf Hitler y Mahatma Gandhi, dos casos extremos de mentalidad dialéctica-victimista y de mentalidad dialógica-responsable.

Es imposible erradicar la corrupción sin erradicar la libertad del ser humano. Lo que podemos hacer es orientar y formar la libertad mediante formas de convivencia –y educación, leyes, cultura, etc.- de tal manera que la corrupción sea vista por la mayoría como una opción marginal, más repugnante que atractiva, más arriesgada y penosa que beneficiosa. Para hacerlo, conviene estudiar las raíces y motivaciones que pueden alimentar, en cualquiera de nosotros, la tentación de cometer acciones corruptas. Entre las muchas causas de la corrupción hay dos importantes: la mentalidad dialéctica y el victimismo.

lunes, 17 de noviembre de 2014

El balcón de Sócrates: educar para la ejemplaridad



Más o menos, todos entendemos que la educación consiste en hacer partícipes a los niños de lo que los mayores consideramos bueno o malo, hermoso o feo, valioso o trivial. Diría Luigi Giussani: «Educar consiste en introducir en la realidad». Consiste en que el niño abandone el mundo fantástico o mítico y forme su propio criterio a partir de una hipótesis que debe verificar: la validez de las convicciones más valiosas de su tradición, encarnada en sus mayores. El niño puede asumir creativamente aspectos de su tradición y desechar otros. Lo decisivo es que forme su propio criterio y adquiera las convicciones necesarias para comprometerse con su propia vida, para responder de esas convicciones. Por eso identificamos la madurez con la responsabilidad; y la inmadurez, por el contrario, es el mariposeo contradictorio de quien se mueve sin orientaciones claras y firmes.

Sin embargo, el mundo que nos ha tocado vivir mira con sospecha a las convicciones. El relativismo público busca fundar el consenso social en acuerdos de mínimos. Ahora bien, ninguna convicción auténtica, ningún criterio de vida recta, ninguna de las preguntas fundamentales de la vida, son susceptibles de ser respondidas por el consenso. Ningún consenso puede suplantar nuestra conciencia. Sólo yo puedo obligarme, no por consenso, sino por las convicciones que me forme en diálogo con otras personas que muestren también sus convicciones, sean o no las mías.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Contra la corrupción, la ejemplaridad

Cuando la palabra condena al corrupto, sanea los corazones y salva la institución.
La primera catilinaria, Maccari, 1880. 

“¿Cómo voy a comprender a Francisco Granados?”, me preguntaba Mayra Ambrosio después de leer mis últimas Impresiones, donde llamaba a los periodistas a liderar la comprensión sobre el difícil momento que atraviesa la comunicación pública –la vida pública, que se expresa en esa comunicación– en nuestro país. Entre las diversas reacciones que recibió el artículo –de todo tipo– es la que más me ha ayudado hasta el momento para desarrollar mi idea, y no es casualidad que esa ayuda venga en forma de pregunta.

miércoles, 22 de octubre de 2014

¿Qué significa «encontrarse con uno mismo»?

En busca de la felicidad, uno más de los innumerables relatos que exploran el drama de encontrarse con uno mismo.

Así, a bocajarro, me dispararon esta pregunta quizá inocente, pero sin duda certera: «¿Qué significa, desde la filosofía dialógica, la expresión “encontrarse con uno mismo?”». Fue en la penúltima edición del IV Módulo de formación en el Ciclo Fundamental de Coaching Dialógico organizado por el IDDI en la Universidad Francisco de Vitoria.

Aunque estas sesiones son fundamentalmente prácticas y experienciales, reservan algunos momentos para profundizar en la filosofía del modelo. Ahí estaba yo para reflexionar con ellos sobre la experiencia de encuentro, central en cualquier estilo de coaching, pero sólo abordada en sus estratos más profundos en el modelo dialógico. Prometí entonces una respuesta algo más extensa de la que nos permitió aquel encuentro. Sirva esta nota para cumplir mi palabra.

La filosofía dialógica sostiene que las personas somos sujetos libres a quienes «la vida nos es dada, pero no nos es dada hecha: la vida es quehacer» (Ortega y Gasset). Ese «quehacer» pasa por buscar nuestra propia identidad, nuestra vocación, tarea que sólo logramos gracias a diversas experiencias de encuentro. Tienes una explicación sintética sobre el dinamismo del encuentro personal como camino para recuperar nuestra vocación en esta nota, ilustrada por una magistral secuencia de la película Veredicto final (Sidney Lumet, 1982).