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lunes, 12 de febrero de 2018

¿Desde dónde pensamos? Mentalidad dialéctica vs. mentalidad dialógica




La palabra «dialéctica» tiene en la antigua Grecia en un sentido técnico. El método, en lo esencial, consiste en que alguien defiende la razonabilidad de una afirmación o una postura al tiempo que otro trata de refutar la validez de esa afirmación o de esa postura. El objetivo final sería llegar a conclusiones que validan, invalidan o matizan el planteamiento inicial.

Aristóteles aclara en su Organum que la dialéctica no es un método adecuado para la ciencia (si el agua hierve a 100 grados centígrados o si el hombre es un animal racional no es algo que se discuta, sino algo que se muestra o se demuestra). Sin embargo, la dialéctica es el método válido para discutir sobre los asuntos humanos: si una interpretación de los hechos (en un caso judicial) es más razonable que otra, o si la aprobación de una determinada ley será conveniente o inconveniente para el conjunto de la ciudad. También subraya Aristóteles que la dialéctica exige cierta actitud y aptitud entre las partes.

viernes, 2 de junio de 2017

Un reto para todas las horas: «descubrir y pronunciar tu palabra para el mundo»

Acto de graduación de la Facultad de Comunicación, 2-06-2017, Universidad Francisco de Vitoria.

Era la primera vez que las cinco carreras de la Facultad de Comunicación de la Universidad Francisco de Vitoria celebraban en común el acto de graduación de sus alumnos. Me vi obligado a preparar una lección magistral que llegara al núcleo común de los cinco grados y, al final, me salió un discurso que toca el núcleo mismo de nuestra condición humana. Prometí a quienes me lo pidieron que encontrarían el discurso en el blog. Creo, no obstante, que si sacaste provecho de otras entradas que has encontrado por aquí, también puede interesarte esta. Te dejo con mis palabras.

miércoles, 18 de mayo de 2016

¿Qué es la filosofía? ¿Y para qué sirve?

Ponencia presentada en las X Jornadas de la AEP, 6 de mayo de 2016.

«¿Para qué sirve la filosofía? Sospechaba ayer el profesor Juan José García Norro que esta pregunta puede contender una trampa metodológica. Así lo creo. Creo que encierra una trampa semántica. Si entendemos la expresión “para qué sirve” desde una voluntad de dominio, es decir, si preguntamos “qué efectos, resultados o cambios voy a lograr si filosofo”, entonces mi respuesta es, tímidamente: “No. La filosofía no sirve para nada”. Preguntado desde la voluntad de dominio yo defendería –como tantos otros antes que yo– la inutilidad de la filosofía, porque cuando las ideas son un medio para lograr algo, es muy posible que ya no estemos haciendo filosofía, sino ideología o sofística. Sin embargo, si entendemos la expresión “para qué sirve” desde una voluntad de sentido, es decir, si preguntamos: ¿tiene sentido filosofar? Mi respuesta es, rotundamente: “Sí”. Y en esa perspectiva voy a situarme durante toda mi exposición».

lunes, 25 de abril de 2016

Kapuscinski: «Hallar la palabra certera»

Ryszard Kapuscinski, foto del Archivo de la familia Kapuscinski.

«Hallar la palabra certera
en plenitud de sus fuerzas
tranquila
que no caiga en la histeria
que no tenga fiebre
ni una depresión

domingo, 5 de octubre de 2014

La medicina socrática: palabras y miradas que curan

Detalle de La muerte de Sócrates, Jacquez-Louis David, 1787.
Cuando el joven Cármides preguntó a Sócrates si conocía un remedio para su dolor de cabeza, éste le respondió que así era, pero que, para aplicarlo, primero debía conocer el alma de quien sufría el dolor. El método para conocer el alma y el ensalmo que nos cura de todas las dolencias resultaron ser lo mismo: el diálogo. Cuerpo y alma están interconectados, y una dolencia física puede ser síntoma de otra espiritual. Así fue como el viejo ateniense, interrogado sobre una lesión del cuerpo, supo proporcionar una respuesta a la vida entera de aquel joven, una respuesta de vida feliz y en plenitud.

Algunos ven en este ingenioso diálogo un precedente de la Medicina Centrada en la Persona: es un error tratar una dolencia particular sin preguntarse por las conexiones que ésta tiene con la totalidad del paciente. Los clásicos sabían que tanto el médico como el enfermo son personas integrales, no una suma de habilidades, ni un conjunto de órganos. Así, sabemos que Sócrates curaba mediante el diálogo y solía decirse de Hipócrates que «tiene una mirada que cura», pues no curan sólo sus manos, ni su ciencia, aunque ésta le es de sobra reconocida.

miércoles, 1 de enero de 2014

El diálogo: la aventura por un «logos compartido»

Antiguas bicicletas, Art Postman.
Cuando alguien pronuncia la palabra "bicicleta", nuestra memoria
recupera un concepto o imagen mental asociado a nuestras
experiencias pretéritas con bicicletas reales o representadas por otros.
«Supongamos, por ejemplo, que tú y yo estamos caminando hacia la biblioteca y que, de repente, yo te señalo unas bicicletas apoyadas contra la pared del edificio. Muy probablemente, me dirás: “¿Qué pasa?” [...] Sin embargo, si algunos días antes te peleaste con tu novio de manera especialmente desagradable y los dos conocemos este hecho y, además, una de las bicicletas es la del susodicho –cosa que también reconocemos los dos-, entonces el mismo gesto de señalar, en la misma situación física, puede querer decir algo muy complejo como, por ejemplo, “tu ex novio está en la biblioteca (de modo que mejor no entremos)”. Por el contrario, si una de las bicicletas es la que te robaron no hace mucho y los dos conocemos este hecho, el mismo gesto de señalar tendrá un significado totalmente diferente. También podría suceder que nos hubiéramos preguntado el uno al otro si la biblioteca estaría abierta tan tarde, y entonces mi gesto de señalar la presencia de muchas bicicletas en el exterior indicaría que sí está abierta» (Michael Tomasello, Los orígenes de la comunicación humana, Katz Editores, Madrid, 2013, p. 14).

¿Cómo es posible que un mismo gesto, el de señalar una determinada realidad física, pueda significar cosas tan distintas y, sin embargo, la comunicación –salvo en el primer caso– resulte clara y efectiva? Algunos autores dirán que esto se debe al contexto físico. Y es verdad. Toda comunicación se da en un contexto concreto, y sin él, no comprendemos nada. Sin embargo, en estos ejemplos el contexto espacio-temporal es exactamente el mismo. Es otro tipo de contexto el que hemos sido capaces de poner en común para que ese gesto logre su sentido comunicativo. El contexto común que resultaba necesario es el de una experiencia previa que ya habíamos compartido -“la pelea con el novio” o “el robo”- y que habíamos interpretado más o menos de forma similar –“no te apetece en este momento ver a tu ex novio “ o “quieres recuperar tu bicicleta”-. Es decir, para que ese gesto mío de señalar la bicicleta adquiera pleno sentido, y yo debemos:
  1. Hacernos cargo de la realidad que estoy señalando,
  2. interpretar por qué eso que estoy señalando es significativo para nosotros y 
  3. comprender el gesto mío como el medio expresivo por el cuál te quiero compartir mi interpretación sobre esa realidad.
Los griegos tenían una expresión para referirse a estas tres cuestiones: logos. El logos remite, en su sentido más fuerte, al «orden y sentido de la realidad». En un segundo sentido, los griegos llamaron logos al «orden y sentido de nuestro pensamiento», en la media en que este es capaz de interpretar adecuadamente el logos de lo real. De ahí que hoy llamemos a algunas ciencias bio-logía, zoo-logía, teo-logía, etc. Por último, logos significaba también para los griegos «orden y sentido de nuestra expresión», y puede usarse como sinónimo de «palabra», «verbo» o «discurso».

domingo, 17 de noviembre de 2013

Protocolo socrático: el diálogo público, fuente de ejemplaridad

Bruno Barbey, The Italians, Florencia, 1964.
Sócrates es considerado uno de los padres de Occidente. La Filosofía, la Política, la Ética y la Educación, en las formas más nobles que ha dado Europa, no son concebibles sin su huella. Todas las tendencias intelectuales posteriores a él reclaman su liderazgo e inspiración. Incluso cuando Occidente se ha negado a sí mismo, ha tenido que hacerlo en combate con el ciudadano ateniense. La crisis europea -y española- es una crisis de fundamentos; y los fundamentos se recuperan actualizando su origen.

Sócrates entendía que la vida buena, creativa, justa y feliz, tanto de la persona como de la comunidad política, es fruto de analizar la consistencia de los argumentos y de examinar la propia vida. Eso le movía a escuchar al otro y a dialogar con quien piensa distinto para buscar el libre examen sobre lo que pensamos y lo que perseguimos. Por eso buscaba el debate y la discusión a corazón abierto, cuyo único límite es el juicio en conciencia sobre la verdad y el bien posibles.

El pensar crítico y creativo exige la comunicación y la deliberación públicas. Es el compromiso de muchos por el bien común de todos, a la luz de todos, con la participación de todos. Eso nos permite encontrar juntos las respuestas más eficaces y nos obliga a renunciar a las miradas particulares. En el diálogo comprometido aparecen las mejores respuestas, sean económicas o políticas, de presente o de futuro. ¿Dónde damos opción a ese diálogo?

lunes, 12 de agosto de 2013

La responsabilidad exige creatividad; y viceversa

Sebastião Salgado, Discusión entre mineros y policía militar, Brasil, 1986. ¿Un fotógrafo creativo o responsable?
En algún lugar del camino hemos perdido el sentido original de esta hermosa palabra: responsabilidad. Es mencionarla y cae sobre nosotros un peso de sombra, tristeza, carga, ataduras, aburrimiento y muerte. Como si la responsabilidad nos quitara la vida, como si ser responsables implicara matar nuestros sueños, renunciar a la creatividad y la libertad. Ocurre a la inversa con el concepto de creatividad. Esa palabra talismán de nuestro tiempo parece sinónimo de ruptura, de independencia, de diversión, de no preocuparse por las consecuencias... hasta el punto de que parece un campo reservado para unos pocos con mucho genio y poco sentido de la responsabilidad. Ambas concepciones no sólo son insuficientes, sino que impiden la comprensión y el desarrollo auténtico ellas en nosotros.

Empecemos por la responsabilidad. Parece que sólo han sobrevivido dos significados para esta palabra (los dos más utilizados por el pensamiento moderno): el primero, responsabilidad como deuda o culpa que debe ser satisfecha; el segundo, responsabilidad como cumplimiento estricto y preciso de una ley, norma o procedimiento. Ambos sentidos tienen que ver con la responsabilidad pero, aun bien entendidos, son sólo el aspecto más superficial de la misma y pueden esconder, en el fondo, una irresponsabilidad radical que ahoga lo más propiamente humano. Entroncar la cuestión de la responsabilidad en lo específicamente humano exige reconocer en el hombre la capacidad de responder desde sí mismo, originalmente y del mejor modo posible a los retos que en cada instante le plantea la vida.

martes, 30 de julio de 2013

Que la palabra sea acción y la acción, palabra

Martin Luther King, East News PPCM, 1966. ¿Hombre de palabra u hombre de acción?
«Un caballero se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus actos», reza una expresión medieval. Con ello, denuncia la hipocresía, pero nos recuerda también algo importante: palabra y acción, en el ser humano, deben ir de la mano. Un buen ejemplo es el de Martin Luther King: ¿Fue un hombre de palabra o un hombre de acción? Decir que fue las dos cosas es verdad, pero no es todavía suficiente. No sólo es que dijera cosas y que, además, hiciera cosas. Es que sus palabras fueron una acción muy poderosa... y sus actos fueron más locuaces que los de innumerables otros.

La mentalidad moderna, de marcada actitud analítica, ha separado casi todos los órdenes de la vida. Analizar (dividir un todo en sus partes) es necesario para conocer; pero si luego no rehacemos el todo, quedamos desquiciados. Así ha ocurrido con el par de conceptos palabra-acción. Hoy parecen contrapuestos. Sin embargo, una y otra son realidades que, en cuanto humanas, resultan inseparables.

Los antiguos sabían que la palabra es una forma de acción. Muchos pensaban, incluso, que es la acción más propiamente humana, pues nos distingue de los animales. Éstos pueden ser más rápidos, más eficaces, más peligrosos, mejores supervivientes… y se comunican mediante un código infalible, unívoco, claro, sin posibilidad de error. Pero su código no es palabra. No es creativo, no inaugura mundos de posibilidades insospechadas, no crea cultura, ni ciencia, ni historia. Su palabra no es como la del hombre que «tiene palabra» (Aristóteles, Política, I), es decir, que es capaz de prometer y cumplir su promesa, de anticipar el futuro desde el presente. Mediante la palabra, y en diálogo, los hombres discernimos lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, lo conveniente y lo inconveniente y, de ese modo, fundamos la convivencia familiar y social, la amistad y el amor. Mediante la palabra vinculamos pasado, presente y futuro, tiempo y eternidad, burlando las exigencias del cronómetro. Por eso conviene recordarnos a nosotros mismos que las palabras no son sólo palabras, sino acción.

martes, 23 de julio de 2013

Viajar despacio para madurar deprisa

Island on lake Superior, Canadá, por Henry LW.
¿Viajar es siempre una experiencia enriquecedora? ¿O acaso hay formas y formas de viajar?

El prestigio que hemos adquirido sobre el gobierno de las cosas nos ha llevado a aplicar esas categorías al gobierno de nosotros mismos. Una de las nuevas pobrezas del Occidente contemporáneo es fruto de haber olvidado esta experiencia: que las reglas del juego que rigen la vida personal difieren de las que regulan el mundo de las cosas.

Aviones, autopistas, trenes de alta velocidad. Vías rápidas y medios de transporte. La misma expresión tiene miga: ya no viajamos, sino que nos transportamos. Nuestro cuerpo es una mercancía que conviene llevar de un sitio a otro lo más rápida y cómodamente posible. Alguna vez hemos soñado con una máquina de tele-trasportación. Una máquina que nos lleve de casa al trabajo y de la ciudad a la playa en cuestión de segundos. Es el método idóneo para “ahorrar tiempo”. Porque “tenemos menos tiempo que nunca” y “no podemos permitirnos perder tiempo”. Ahora bien: ¿Qué hacemos con el tiempo ahorrado en transportarnos velozmente de un sitio para otro?

Los medievales definieron al hombre como homo viator. Viajero. Peregrino. Entendían que el hombre es, sobre todo, no ya caminante, sino camino. Pero a los hombres de hoy ya no nos interesa el camino, sino los destinos; de tal forma que llegamos sin haber partido. Cuando el vendedor le dijo al Principito que con sus píldoras para la sed se ahorraría 53 minutos a la semana, el Principito respondió: «Si tuviera 53 minutos para gastar caminaría muy suavemente hacia una fuente…» Nosotros no hemos gastado esos 53 minutos, pero hemos convertido la fuente en píldora, de forma que gastamos esos 53 minutos en ir a otros destinos también convertidos en píldoras contra dolencias que no tendríamos si camináramos suavemente hacia una fuente.

sábado, 13 de julio de 2013

Helen Keller: una palabra… y nace el mundo

Helen Keller, con 76 años, sostiene un libro escrito en Braille. Hulton Archive / Getty Images, 1956.
Helen Keller nació en Alabama durante el verano de 1880. A los 19 meses de vida cayó enferma y el médico determinó que no sobreviviría. Unos días después superó la fiebre y entre la alegría general que se extendió por toda su casa nadie intuyó que Helen no volvería a ver ni a oír. Helen quedó para siempre ciega y sorda.

A los cinco años, su necesidad de expresarse y comunicarse excedía sus posibilidades reales de relación, por lo que caía en constantes accesos de cólera y no pasaba ni una hora de su vida sin sufrir alguna crisis. Parientes y amigos dudaban de que Helen pudiera recibir educación o instrucción alguna. Sus padres no dudaron. Después de mucho investigar dieron con Alexander Graham Bell (sí, el del teléfono), quien se comprometió a encontrar una maestra para Helen. Así fue como Anne Sullivan apareció en la vida de Helen Keller el 3 de marzo de 1887. Maestra, cuidadora, compañera de juegos, acompañante… No podríamos entender la vida de estas dos mujeres sin ponerlas en relación mutua.

La primera tarea de Sullivan, además de acoger cariñosamente a Helen, fue la de enseñarle el lenguaje. Deletreaba palabras con su dedo en la mano de Helen, aunque ésta aún no sabía que cada palabra se correspondía con una realidad determinada. Tampoco sabía qué era eso de «una palabra». Un día, Helen se encolerizó porque no acertaba a deletrear lo que Sullivan escribía en su mano, y estampó una muñeca contra el suelo, haciéndola añicos. «Yo no había querido a la muñeca –relata Helen-. En el mundo del silencio y de tinieblas en que vivía, no existía la ternura, ni ningún sentimiento definido».

Sullivan se llevó a Helen a la calle. Alguien sacaba agua de un pozo y la maestra le colocó una mano bajo el chorro. Cogió la otra mano y sobre ella deletreó agua. Water, en realidad. Varias veces. Lentamente. Helen se concentró en el movimiento de los dedos de su maestra:
«Súbitamente –escribe Helen- me vino un confuso recuerdo, de cosa olvidada hacía mucho tiempo; de golpe, el misterio del lenguaje me fue revelado. Supe ya que agua era aquella frescura maravillosa que me bañaba la mano. Esta palabra cobró vida, hacía la luz en mi espíritu, y lo liberaba, llenándolo de júbilo y de esperanza. […] Todo objeto tenía un nombre, y todo nombre evocaba un nuevo pensamiento. Todo cuanto tocaba en el camino de vuelta a casa me parecía que palpitaba y tenía vida propia […] Al entrar en casa me vino a la mente la muñeca rota, fui a tientas a recoger los fragmentos y traté en vano de volverlos a unir. Se me llenaron de lágrimas los ojos, porque comprendí lo que había hecho y, por primera vez en mi vida, conocí el pesar y el arrepentimiento» (2012: 32).

miércoles, 26 de junio de 2013

El dinamismo del encuentro: cuatro primeros cambios que nos abren a la plenitud



Los filósofos del diálogo sostienen que la plenitud de la vida humana se da en el encuentro. ¿Qué quieren decir con esto? Evidentemente, no se refieren a la mera conversación o trato humano, sino a una forma específica de relacionarnos con los otros que nos permite descubrir quiénes queremos ser y cómo llegar a serlo. Esa forma de encuentro no hay que buscarla en lo visible o en la superficie, sino en lo invisible. Algo que no se ve a primera vista, pero que nos revela en lo que vemos y que es lo realmente determinante para nuestra vida. ¿Cuáles son esos cuatro cambios que se dan en el encuentro con otro y que nos abren a la plenitud de nuestra vida?

El pasado sábado fui invitado para hablar de este tema con una veintena de coaches que actualmente se están formando en el Ciclo Fundamental de Coaching Dialógico® desarrollado por el IDDI de la Universidad Francisco de Vitoria. Para entrar en materia, vimos juntos esta secuencia de la película Veredicto final, protagonizada por Paul Newman y dirigida por el maestro Sidney Lumet.

El abogado Frank Galvin (Paul Newman) está desahuciado, enajenado en su propia vida, alcoholizado. Lleva años aceptando casos fáciles para pactar antes de ir a juicio, cobrar su comisión y sobrevivir, sin tener muy claro si merece la pena hacerlo. Así pretende enfrentarse a su nuevo caso: una clara negligencia médica ha dejado a una niña en cama, con muerte cerebral. Frank va al hospital, toma unas fotos de la niña y, en ese preciso momento, se re-encuentra con su vocación: “soy su abogado”, dice. Irá a juicio y tratará de que se haga Justicia. ¿Qué ha pasado? En el ámbito de lo meramente visible, nada. En el ámbito de lo estrictamente personal, todo. La secuencia, cinematográficamente hablando, es magistral, pero dejaré ese tema para el final de esta entrada. Ahora quiero centrarme en la anatomía del encuentro: el destilado de los cuatro cambios que se operan en la realidad, fruto del encuentro de este abogado con su cliente.

jueves, 30 de mayo de 2013

“Quiero que existas siempre” (El Juego: 2 de 2)

Foto: Marta Esteban-Infantes
Acepté el reto de El Juego que propone Marta en su blog Eme Entrópica a pesar de no ser un artista, al menos en el sentido estricto del término. No obstante, trato de enseñar en mis clases que toda acción auténticamente humana es una obra, lo que los artistas llaman una creación. En ese sentido, todos los seres humanos estamos llamados no tanto a hacer cosas como a obrar, es decir, a proceder de forma que nuestra acción nos mejore a nosotros mismos y mejore a quienes entran en contacto con ella.

Mi arte y mi obrar suelen desplegarse en diversos ámbitos: el arte de convivir con la familia, el arte de la amistad, el arte del encuentro entre maestros y discípulos en la universidad, la fotografía, la escritura, la investigación… Todas esas actividades son artes, con su parte de técnica y su parte de genio personal. Quizá en todas ellas pongo algo muy mío: una especie de pensar con. Creo que el pensar-con es la condición necesaria para un con-vivir creativo.

La creación que me propone Marta para que responda con una creación mía es la foto que encabeza esta entrada. Lo que estás leyendo es mi respuesta a esa obra. Es un pensar-con Marta en un diálogo mediado por su arte de hacer fotos y el mío de escribir. Y su arte de hacer fotos me sugiere tres grandes temas. La convivencia, la permanencia y el amor.

martes, 19 de febrero de 2013

De la dialéctica a la dialógica

Severialdia.com
«Creemos, con los pensadores dialógicos, que buena parte de los males del pasado siglo son consecuencia, precisamente, de la dialéctica como ideología o como mentalidad; y que la mejor forma de superar la actual crisis (filosófica, ética, económica, cultural, etc.) es proponer un nuevo estilo de pensar que permita al hombre una mejor comprensión de sí mismo y de sus posibilidades de desarrollo personal y comunitario. Un momento importante en esa tarea exige clarificar los dos conceptos sobre los que pivota este artículo: la dialéctica y la dialógica».

Así empieza mi último artículo académico, titulado De la dialéctica a la dialógica. En él trato de distinguir no sólo dos conceptos, sino dos formas de entender el mundo, dos mentalidades que se traducen también en estilos distintos de discusión o debate. Creo que la causa subyacente de la actual crisis en Occidente es, antes que una crisis de económica, financiera o de valores, una crisis de mentalidad. Dedico el artículo a explicar esa mentalidad y a proponer una alternativa. La única, a mi juicio, que nos previene de cerrar en falso la situación actual.