martes, 17 de septiembre de 2024

Periodismo, deporte y pensamiento crítico

Fotograma de El peor equipo del mundo (Taika Waititi, 2023).

Este año estreno la asignatura de «Bases del Pensamiento Crítico» en 1º de Periodismo (Universidad Francisco de Vitoria). Nueva en el plan de estudios que entra en vigor en 2024, la asignatura se imparte en el primer semestre y pretende paliar una carencia cada vez más notable en el mundo profesional del periodismo. Algunas series televisivas, como The Newsroom (Aaron Sorkin, HBO, 2012-14), parecen diseñadas explícitamente para identificar y combatir esa carencia. La serie me interesó tanto que le dediqué varias notas de este blog, con la intención de trabajarlas con mis alumnos de Teoría de la Comunicación. 

En la literatura anglosajona, el «pensamiento crítico» suele limitarse a enseñar técnicas para detectar falacias lógicas o evaluar la calidad de las fuentes de información. Esto es necesario, pero no es suficiente. El pensamiento crítico, además de un conjunto de técnicas, es una virtud, un hábito intelectual que, para aplicarse adecuadamente, debe ir acompañado de otros hábitos intelectuales y morales. Es necesario, por ejemplo, combinar pensamiento crítico y pensamiento creativo, como trataré de hacer más abajo. Es preciso también no reducir el pensamiento creativo a otro conjunto de técnicas, sino formarlo como otro hábito. Distinguir cuándo toca ser creativos y cuándo críticos es un arte, del que se ocupa otra virtud, la prudencia. Y la prudencia conecta las virtudes intelectuales con las morales: templanza, fortaleza, justicia, etc.

Para que el pensamiento crítico y creativo se convierta en hábito, es necesario que los alumnos lo practiquen con frecuencia, más allá de los límites espacio-temporales y sociales de una asignatura. No es esto que lees, por tanto, el anuncio de una asignatura, sino una arenga, un manifiesto, una llamada a los profesores universitarios y a los futuros profesionales a tomarnos en serio la formación intelectual y moral del periodista.

He tenido ya mis primeras dos clases con mis alumnos. Muchos sueñan con ser periodistas deportivos. ¿Qué tiene que ver el deporte con el pensamiento crítico? Mucho, pero creo que voy a necesitar de una analogía, de una metáfora, de un modo creativo de pensar, para encontrar conexiones profundas y mostrarlas en clase. Aquí esta la metáfora: debatir es un deporte.

Los periodistas —cubran información deportiva o no— deben contrastar la información, valorar su relevancia y, a menudo, discutir sobre aspectos directamente deportivos o que forman parte del mundo del deporte (temas económicos, políticos, sociales, ¡incluso judiciales!). Aunque la analogía puede tener más alcance, tratare de limitarme a la metáfora propuesta, dando por hecho que no hay pensamiento crítico sin debate —aunque a veces el debate es contra otro, sin contra nuestros propios prejuicios—.

Estar en forma

Un deportista necesita «estar en forma». Un periodista, también. El concepto de «forma» tiene una venerable tradición en Occidente: desde Aristóteles, «la forma» se relaciona, por oposición, con «la materia», que que de suyo es informe. Ponerse en forma es dotar a la materia —nuestro cuerpo, nuestra mente— de los hábitos que nos hacen «excelentes» para la tarea que deben cumplir. A esos hábitos los llamamos «virtudes».

Preparación y entrenamiento

Los deportistas dedican mucho tiempo al entrenamiento físico y mental. Forman así hábitos que preparan su cuerpo y su mente para competir. El pensamiento crítico requiere de hábitos mentales, pero también de condiciones físicas. Hay tiempos, lugares y situaciones más o menos adecuadas para entrenar la mente.

Al practicar un deporte conviene prepararse antes de cada partido, estudiar al rival. No sólo para derrotarle en el juego, sino para aprender nosotros a jugar mejor. El pensamiento crítico se forja, sobre todo, estudiando los argumentos de nuestros rivales intelectuales. El efecto aquí es similar a como ocurre en el deporte: los rivales traen evidencias y argumentos que no conocíamos y que nos ayudan a pensar a mejor, a buscar nosotros mejores argumentos o razones o, incluso, a reconocer que quizá estábamos equivocados o que debemos matizar nuestras ideas.

Tanto en el deporte como en el pensamiento crítico conviene conocer y practicar algunas técnicas. Éstas, una vez interiorizadas, convertidas también en hábitos, nos permitirán jugar y pensar mejor.

Reglas del juego 

Cada deporte tiene sus reglas específicas, que todo el que juegue debe cumplir. Quien se salta las reglas puede ser legítimamente expulsado del campo de juego. Ocurre así también en los debates reglados: formatos, reglas, tiempos, uso de fuentes, tipos de argumento, etc. 

Al margen del debate reglado, hay también reglas tácitas de la conversación inteligente y productiva. Cuando un interlocutor no cumple estas reglas, su rival haría bien en dejar de discutir. Esto ya lo dejó escrito Aristóteles: no se debe discutir con todo el mundo. Algún día escribiré una nota sobre estas reglas. Si te interesa el tema puedes empezar por preguntarte a Chat GPT por las «máximas de Grice» o por los principios para una conversación cooperativa.

Virtudes compartidas 

Deportistas y pensadores han de competir apasionadamente, pero con educación y respeto por el rival. Además, unos y otros han de desarrollar estas virtudes: agilidad mental (para tomar decisiones rápidas en contextos cambiantes), resistencia, concentración, trabajo en equipo, visión estratégica, juego limpio.

Entrenador

Deportistas y pensadores necesitan aprender de alguien más experimentado que ellos, que les ayude a entrenar, les inspire una visión sobre sus posibles virtudes y logros y corrija puntualmente sus defectos.

Árbitro

El deporte de competición exige a menudo de la presencia de un observador independiente, experto y no apasionado. 

Cuando el tema de un debate nos compromete especialmente, cuando la verdad que debemos esclarecer es crucial para nuestras vidas, conviene la asistencia de un árbitro, que nos permite reconocer lo adecuado o inadecuado de nuestros planteamientos y de los planteamientos del rival. 

Pensemos en dos tipos de debate muy específicos, cuya resolución tiene consecuencias graves para quienes están enfrentados. El sistema de justicia cuenta con los jueces; los conflictos internacionales —también los conflictos de pareja— requieren a menudo de la presencia de un mediador.

Estructura narrativa

Tanto el partido como la discusión inteligente han de tener principio, medio y fin. Esta estructura es cronológica, pero también dramática: se gana o se pierde. ¿Se empata? Sí, pero entonces hay que emplazarse a otra partida, para tratar de desempatar. 

En la universidad medieval, cuando un debate académico no culminaba con una respuesta satisfactoria, el dictamen era «no sabemos». Es una actitud honesta: tranquilizar falsamente la conciencia con ideas confusas o débiles. Ese «no sabemos» espolea a la inteligencia para retomar posteriormente la indagación, como cuando no averiguamos la respuesta a una adivinanza.

En el caso del pensamiento crítico, además, ocurre que perder es ganar. Si el rival, que piensa lo opuesto de lo que pienso yo, encuentra mejores evidencias y argumentos que los míos, habré aprendido a pesar mejor y a tener una visión más adecuada sobre el tema de discusión. A últimas, aunque pensar críticamente exija confrontar posturas rivales, el objetivo final es pensar mejor, saber más, alcanzar una verdad, una solución o una respuesta que esté a la altura de las legítimas exigencias intelectuales y morales de todos. Cuando eso ocurre, ganamos todos.

El principio de la sabiduría

No sé si aplica al deporte, pero aquí comparto el principio del pensamiento crítico: en un diálogo platónico, Sócrates interroga a Ion (un rapsoda o trovador) acerca de la belleza. Al final del dialogo, Ion, quien al principio creía saber qué es «lo bello», se da cuenta de que no lo sabe, de que está confundido, y acusa a Sócrates de haberle hecho perder el tiempo y de estar ahora peor que cuando empezaron a discutir. «Te equivocas, Ion, algo hemos ganado», responde Sócrates: «ahora sabemos que lo bello es difícil». 

Más generalmente, Sócrates se empeñaba en explicar que el principio de la sabiduría consiste en «saber que no sabemos», pues sólo esa conciencia nos moviliza hacia «querer saber verdaderamente». 

Igualito que en las tertulias políticas y periodísticas actuales, ¿verdad?

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