Fotograma de El retorno del rey (Peter Jackson, 2003). |
Discutíamos el otro día la pertinencia —o no— de introducir la noción de «ilusión» en el estudio dramático del Apocalipsis de Juan. Ocurrió casi a los postres de la primera comida como doctor de uno de mis discípulos. Prolongábamos entonces la discusión iniciada por el tribunal poco antes, durante la defensa de la tesis. El tema traía cola, pues apenas seis días antes, durante la defensa de otro de mis doctorandos, el presidente de su tribunal cuestionó la pertinencia de ese mismo término en relación, esta vez, con el cine de Andréi Tarkovski.
Supongo que ambos incluyeron ese término a raíz de la lectura compartida que hicimos en el Grupo Estable de Investigación Imaginación y Mundos Posibles del Breve tratado de la ilusión (Julián Marías, 1985). Creo además que sin leer atentamente ese escrito es muy difícil comprender el alcance antropológico de la ilusión, en el sentido ambivalente que adquiere ese término en castellano desde su uso por los románticos de habla hispana. Pero no defenderé aquí a mis doctorandos —no lo necesitan—, ni tampoco explicaré por qué razón concreta introdujeron ese término en sus investigaciones —ya lo hacen ellos—. Sí quiero compartir contigo por qué el estudio dramático de la ilusión me parece a mí pertinente, aun cuando quizá yo mismo no lo hubiera incluido si se tratara de mi tesis y no de las suyas.
Apoyaré mi argumento en dos escenas de El Señor de los anillos (la versión de Peter Jackson; en ambos casos cito de memoria). En la primera, hacia el final de Las dos torres, Frodo se encuentra anímicamente abatido bajo el asalto aéreo de los Nazgul y le confiesa a Sam que esto de ofrecerse voluntario para llevar del anillo ha sido un error. Sam responde que así es, que todo «ha sido un error», pero que aun así luchar merece la pena, si sabemos por qué luchamos. «¿Por qué luchas tú, Sam?», pregunta Frodo. «Para que el bien reine en este mundo. Se puede luchar por eso», responde el hobbit, casi como un teólogo, un moralista o ambas cosas a la vez. La respuesta, precedida por una hermosa retórica sobre el sentido de las grandes historias, basta para que ambos retomen su misión, movidos por un deseo que ignora la lógica del cálculo de resultados.
La segunda escena ocurre hacia el final de El retorno del rey. Frodo está ya totalmente abatido: física, moral y espiritualmente. Trata de avanzar arrastrándose por el suelo, pero no logra moverse. Entonces Sam le habla de la hierba de la Comarca, de los olores de la campiña, del sabor de las fresas. Frodo no es capaz de recordar ninguna de esas sensaciones. Sam sí, aunque a duras penas. Y eso basta para que cargue a Frodo a sus espaldas y se disponga a continuar el ascenso final. A esas alturas de la historia, volver a la Comarca —para lo que sería preciso sobrevivir a la misión— se prevé imposible. Pero esa ilusión, ese «deseo con argumento» de cumplimiento altísimamente improbable y de un valor moral aparentemente vano, es suficiente para mover la voluntad y el cuerpo de Sam hacia un esfuerzo sobrehumano y desesperado.
Desde el punto de vista gnoseológico, la ilusión es ambivalente: se puede tener ilusión y, precisamente por eso, ser un iluso. Desde el punto de vista axiológico, la ilusión es también ambivalente: podemos ilusionarnos por tonterías que nos aparten de lo valioso, o por cosas aparentemente buenas, pero nocivas. Incluso, podemos ilusionarnos por cosas muy buenas que, sin embargo, opacan nuestra visión de lo mejor, nos impiden una realización más plena. Desde el punto de vista dramático —de eso va comprender desde dentro la acción humana— la «ilusión» es un término de un valor y una riqueza inmensos. Es de ilusos pensar que el ser humano puede dejarse la vida por lograr «que el bien reine en este mundo» si no «proyecta o anticipa imaginariamente» el logro de ese reinado y los pasos que ha de dar para lograrlo. Para el gran Samsagaz Gamyi, luchar hasta morir por el reinado del bien pasa, en la hora decisiva, por soñarse a sí mismo, una vez completada la misión, de nuevo en la Comarca, disfrutando junto a Frodo y sus amigos del sabor de las fresas.
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