La tasadora de perlas (Johannes Vermeer, 1665) |
El visual thinking como herramienta está presente desde hace décadas en diversos sectores del mundo profesional: empresa, coaching, publicidad, psicología, terapia, producción audiovisual… sin embargo, como disciplina, está poco presente en las universidades. A menudo esto se interpreta como una grave desconexión entre la universidad y la empresa, pero… lo cierto es que el origen del visual thinking es estrictamente académico. Debemos su desarrollo a los trabajos de Rudolf Arnheim, profesor de Psicología del Arte en Harvard, recogidos en el volumen Visual Thinking (1969). Arnheim basa sus argumentos en textos de filósofos antiguos y modernos, en experimentos psicológicos de laboratorio, en la teoría de la percepción, en la creación artística de los niños y en escritos científicos sobre física y astronomía.
Su libro intenta «llegar a una más cabal comprensión de la percepción visual como actividad cognoscitiva» y demuestra que «el pensamiento verdaderamente productivo, en cualquiera de las áreas de la cognición, tiene lugar en el reino de las imágenes» (p. IX). Es decir, algo que ya anticipó Aristóteles en De Anima III, pero que la tradición racionalista occidental suele olvidar: el razonamiento intelectual no sólo es precedido sino constantemente acompañado por los productos y la actividad de la imaginación deliberativa.
La imagen que nos procura La tasadora de perlas de Johannes Vermeer (1665) es cognitivamente muy rica y nos orienta en una deliberación práctica acerca del sentido de la vida. Ciertamente, para construir e interpretar este pensamiento visual el pintor y nosotros necesitamos del pensamiento verbal. No se trata aquí de un dilema o una disyuntiva. Lo que la imagen cuenta -y, para contarlo, cuenta con nuestras capacidades verbales- es difícil de expresar, cognitiva, emocional y éticamente, sólo con palabras. Si las usamos, caeremos inevitablemente en el uso de metáforas visuales que no hacen sino redundar en los mismos valores cognitivos de la imagen como imagen. El brazo de la tasadora está suspendido, detenido, en la vertical negra que enmarca el juicio final, en el que la mente y el corazón de la protagonista quedan también encuadrados. Se trata de la acción y el momento decisivo, un kairos. La luz, más poderosa que el reflejo de las joyas, desciende sobre los ojos cerrados de la tasadora, creando un triángulo de interpretación (en forma de pirámide invertida) que ilumina lo esencial: el discernimiento (la luz) de la acción (su mano en el centro del triángulo) bajo la presencia de Cristo (sobre la cabeza de la protagonista). Lo meramente mundano queda oscuro, en sombra, al margen de lo relevante.
Poco antes del verano, un colega mío, muy sabio, arqueó las cejas cuando me escuchó decir que coordino un Grupo Estable de Investigación llamado Imaginación y Mundos Posibles. «¿Cómo se come eso?», me preguntó, «¡Si son dos términos contradictorios!». En efecto, para la filosofía moderna, la noción de “mundo posible” remite a un constructo puramente lógico y abstracto, fruto de un trabajo deductivo por el que se obtienen una serie de conclusiones necesarias sí, y sólo sí, se dan unas premisas condicionales, del tipo «Si… entonces…». Esta disciplina es conocida como Lógica Modal y tiene grandes aplicaciones en ingeniería de sistemas. Sorprendido por mis respuestas preliminares, este verdadero sabio me pidió referencias en la filosofía clásica que avalaran la idea de que la imaginación y el razonamiento van siempre de la mano.
Pues la primera, nada menos que en la Teoría del Conocimiento de Aristóteles. Y esto, por citar sólo una de las que mantienen su prestigio, pues la noción de imaginación también es relevante para Platón, Sócrates y varios presocráticos. Y así podríamos seguir, pasando por Agustín de Hipona y Tomás de Aquino y llegando a Kant, Locke y herederos. Gadamer y Ricoeur son, quizá, los dos titanes de la filosofía del siglo XX que más sistemáticamente desarrollaron la idea, a partir de textos aristotélicos, de que «captar la semejanza» –tarea asociativa de la imaginación que requiere de un trastoque del pensamiento puramente lógico– es una exigencia del pensamiento productivo.
Esta anécdota sobre el origen académico del visual thinking me hace pensar que, más que un divorcio entre la universidad y la empresa, nos enfrentamos a un mal avenido matrimonio entre diversas disciplinas académicas, fruto de una hiperespecialización preocupante. Pero esto son elucubraciones mías. A lo que iba: si quieres fundamentar rigurosamente el valor de la percepción sensible y de la imaginación para todo proceso cognitivo, puedes empezar con los trabajos de Arnheim… ¡y de Aristóteles!
Poco antes del verano, un colega mío, muy sabio, arqueó las cejas cuando me escuchó decir que coordino un Grupo Estable de Investigación llamado Imaginación y Mundos Posibles. «¿Cómo se come eso?», me preguntó, «¡Si son dos términos contradictorios!». En efecto, para la filosofía moderna, la noción de “mundo posible” remite a un constructo puramente lógico y abstracto, fruto de un trabajo deductivo por el que se obtienen una serie de conclusiones necesarias sí, y sólo sí, se dan unas premisas condicionales, del tipo «Si… entonces…». Esta disciplina es conocida como Lógica Modal y tiene grandes aplicaciones en ingeniería de sistemas. Sorprendido por mis respuestas preliminares, este verdadero sabio me pidió referencias en la filosofía clásica que avalaran la idea de que la imaginación y el razonamiento van siempre de la mano.
Pues la primera, nada menos que en la Teoría del Conocimiento de Aristóteles. Y esto, por citar sólo una de las que mantienen su prestigio, pues la noción de imaginación también es relevante para Platón, Sócrates y varios presocráticos. Y así podríamos seguir, pasando por Agustín de Hipona y Tomás de Aquino y llegando a Kant, Locke y herederos. Gadamer y Ricoeur son, quizá, los dos titanes de la filosofía del siglo XX que más sistemáticamente desarrollaron la idea, a partir de textos aristotélicos, de que «captar la semejanza» –tarea asociativa de la imaginación que requiere de un trastoque del pensamiento puramente lógico– es una exigencia del pensamiento productivo.
Esta anécdota sobre el origen académico del visual thinking me hace pensar que, más que un divorcio entre la universidad y la empresa, nos enfrentamos a un mal avenido matrimonio entre diversas disciplinas académicas, fruto de una hiperespecialización preocupante. Pero esto son elucubraciones mías. A lo que iba: si quieres fundamentar rigurosamente el valor de la percepción sensible y de la imaginación para todo proceso cognitivo, puedes empezar con los trabajos de Arnheim… ¡y de Aristóteles!
Ilustración, tomada del libro de Arnheim, sobre un ejercicio de visual thinking. |
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