Captura del documental David Lynch: The Art Life (Jon Nguyen y Rick Barnes, 2016) |
Atrapa el pez dorado (David Lynch, Reservoir Dogs, 2008) es un ensayo sobre las ideas y la creatividad aplicado a la producción de películas. El sustrato de fondo supone la meditación trascendental, que Lynch practica desde hace más de 30 años, como forma de mejorarse a uno mismo y el propio entorno. Obviando el tema de la meditación trascendental y sus relaciones con la teoría unificada de la física, muchas ideas del libro sobre el cine y su producción me parecen notables. Era una lectura que tenía pendiente desde hace tiempo, y una conversación con Íñigo Urquía a la par que la revisión de un futuro capítulo de libro de Ana B. Gallego-Martínez son las que me animaron a cumplir mi olvidado propósito.
Comparto la idea de Lynch de que una película no sólo sirve para contar una historia, sino que puede permitirnos crear y habitar mundos posibles poéticos: «No sé por qué, pero entrar en un cine y que se apaguen las luces es mágico. […] Así te adentras en otro mundo» (25). «Se trata de inventar un mundo, una experiencia que la gente no tendría de no ver esa película» (27). «En el cine es fundamental la sensación de lugar, porque quieres entrar en otro mundo. Cada historia posee un mundo propio, un ambiente y una atmósfera también propios» (133). «Hay dos películas suyas [de Billy Wilder] que aprecio particularmente porque crean mundos propios: El crepúsculo de los dioses y El apartamento» (149).
Su concepción del cine como mundo atraviesa toda su filmografía, pero también afecta a su proceso creativo, pues la noción de mundo presupone: a) una idea vertebradora del mismo y b) una coherencia o consistencia de todos los elementos del mundo en torno a esa idea originaria. De ahí que las obras de Lynch, que juegan con el misterio y lo incomprensible, tengan, sin embargo, la consistencia interna suficiente como para que nos demos cuenta de que tal vez entendemos poco de lo que ocurre, pero ahí hay sin duda un sentido oculto que da consistencia a lo que ocurre. De ahí que tengamos la necesidad de hablar de sus películas (y de Twin Peaks) y de tratar de explicarlas.
Lynch combate en este libro dos tópicos muy peligrosos. El primero de ellos, sobre el sufrimiento del artista: «Para el artista es bueno entender el sufrimiento y la tensión. Son cosas que pueden aportarle ideas. Pero te garantizo que, si soportas demasiada tensión, serás incapaz de crear. Y un exceso de conflicto se interpondrá en el camino de la creatividad» (109). Frente al tópico del sufrimiento, Lynch propone que el cineasta ha de ampliar su «conciencia», pues el tamaño de la conciencia da cuenta de la cantidad de cosas que el artista puede llevar en su interior y proponer en sus obras; y la paz que es fruto de esa consciencia permite al cineasta alcanzar claridad sobre la unidad subyacente a todas las cosas y sobre el orden que han de tener los elementos de su mundo cinematográfico.
El segundo tópico peligroso que combate Lynch es el del valor de las drogas: «Todos queremos la dicha y una conciencia expandida. Es un deseo humano, natural. Y mucha gente desea satisfacerlo mediante las drogas. Pero el problema está en que las drogas tienen un impacto muy fuerte en el cuerpo, en la psicología. Las drogas perjudican el sistema nervioso y por tanto dificultan poder alcanzar dichas experiencias por tu cuenta […] Además, por medios naturales se alcanzan experiencias mucho más profundas» (119).
El libro cuajado de breves reflexiones sobre algunas de sus películas y sobre distintos aspectos de la producción de cine: trabajo con actores, música, sonido, escenografía, rodaje… dedica reflexiones interesantes a las posibilidades del vídeo digital y da algunos consejos a los jóvenes creadores.
El libro termina exponiendo los fines de la Fundación David Lynch para la Educación Basada en la Conciencia y en la Paz Mundial. Sin duda, esta faceta de Lynch sorprenderá a los que sólo lo conocían por mediación de sus películas.
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