Sombrero seleccionador, acuarela disponible en Etsy.com. |
La primera ceremonia solemne para un recién llegado a Hogwarts recibe el nombre de «La selección». Consiste en ser escogido para una de las cuatro casas de la escuela, que durante el curso fungen como «familia» de los escolares (Harry Potter y la piedra filosofal, 1999: 99). Es tradición hablar de la propia universidad como de nuestra Alma mater, madre nutricia de nuestra alma. Allí donde hay tradición de colleges o colegios mayores (por ejemplo, en Oxford), estos son tan importantes como la universidad porque son, en efecto, nuestra segunda casa y, con frecuencia, nuestro primer segundo hogar, nuestra primera casa que es distinta de la de nuestros padres.
Elegir escuela y universidad, estudios, college, marca nuestra vida. De ahí que sea una elección dramática, acompañada de miedos, inseguridad, incertidumbre. En Hogwarts, la selección de cada estudiante para cada una de las cuatro casas no la realiza el alumno, ni la familia del alumno; pero tampoco la realiza la escuela o su director; y tampoco las casas o los directores de las casas. Mucho menos la realiza, por cierto, el Estado, o una ley que determina cuotas a partir de índices abstractos y estandarizados. Tampoco se sigue como resultado infalible de un test de personalidad elaborado por un grupo especializado de psicólogos.
La selección la realiza el «Sombrero Seleccionador» y su criterio no se discute. ¿Qué características tiene ese sombrero? Es un «sombrero de mago» (1999: 102), es decir, que su vida, su campo de dominio, su función, se inserta en el corazón –en realidad, en la cabeza- del tipo de profesión para la que el alumno se está formando. Sabemos también que es un sombreo «remendado, raído y muy sucio», es decir, viejo, curtido, herido y curado de experiencia, y poco preocupado por las apariencias o la impresión que pueda causar a los demás. Sabemos que es muy inteligente, por sus propias palabras -«me comeré a mí mismo si puedes encontrar un sombrero más inteligente que yo» (1999: 102)- y por la confianza que los maestros de Hogwarts depositan en él. Por último, es un sombrero capaz de leer en la mente de los alumnos: «no hay nada escondido en tu cabeza que el Sombrero Seleccionador no pueda ver» (1999: 102).
La selección, por tanto, descansa en el criterio de un personaje prudente, experimentado y sabio, que conoce las circunstancias de la escuela, las casas y la profesión y que sabe ver qué hay en el interior de las personas. La ventaja de contar con un personaje así en nuestra vida es que puede hacernos prudentes a todos los demás. Basta con que aceptemos el criterio de ese probadamente prudente que conoce la realidad a la que nos enfrentamos y también a nosotros.
Cuando Harry Potter se pone el Sombrero Seleccionador, sin embargo, la cosa no queda resuelta de inmediato. El Sombrero duda si ponerle en Slytherin o en Gryffindor, pues Harry tiene diversos talentos y cada casa permitiría desarrollar mejor unos u otros. Como Harry no quiere ir a Slytherin, el Sombrero Seleccionador, por descarte, lo asigna a Gryffindor. ¿Qué quiere decir esto?
En primer lugar, ocurre que el discernimiento prudencial no siempre concluye con la elección de una alternativa clara y el descarte de todas las demás. A veces, descartando muchas opciones, todavía quedan varias que parecen igualmente razonables. De entre ellas –y sólo de entre ellas- resulta razonable elegir. En segundo lugar, ocurre que el juicio prudencial –sea el nuestro o el que aceptamos de alguien sabio que nos conoce y guía- no elige por nosotros. Siempre nos toca la responsabilidad de elegir y, además, la elección no tiene que ver sólo con lo razonable, sino también con quiénes somos. Y sobre eso, el Sombrero Seleccionador sabe que no tiene ningún poder.
Harry Potter se pone muy contento cuando el Sombrero Seleccionador, después de escuchar su deseo, le envía a Gryffindor. Con el paso del tiempo y varias desventuras (especialmente a lo largo de Harry Potter y la cámara secreta, 1999b), Harry se preguntará si tal vez se equivocó en su elección, si forzó al Sombrero Seleccionador a ponerle en una casa que no le correspondía. Llega a pensar que tal vez hubiera sido mejor renunciar a su propio juicio. De esa tentación le librará el maestro Dumbledore. En primer lugar, recordándole que fue el Sombrero quien le envió libremente a Gryffindor –no fue una decisión forzada- y, en segundo lugar, que lo hizo porque supo valorar adecuadamente el deseo de Harry, y quiso dejarle ser él mismo. El Sombrero Seleccionador sabe lo que Dumbledore le recordará a Harry: «Son nuestras elecciones, Harry, las que muestran lo que somos, mucho más que nuestras habilidades» (1999b: 280).
Con todo, el papel del Sombreo Seleccionador no acaba aquí. No sólo tiene criterio. Aparece o es mencionado en prácticamente todas las novelas. El Sombrero Seleccionador ayuda a Harry a vencer al basilisco entregándole la espada de Gryffindor. Es decir, que su presencia en los momentos de riesgo nos proporciona armas determinantes para salvarnos la vida. Al final de la saga, en la Batalla de Hogwarts, Voldemor quiere destruir al Sombrero Seleccionador porque quiere destruir la prudencia, la sensatez en la elección, para imponer ciegamente su voluntad de poder.
Parece ser que el juicio prudencial, además de ayudarnos a elegir qué hacer y dónde estar, es uno de los mayores enemigos del mal.
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