Fotograma de Harry Potter y la piedra filosofal (Chris Columbus, 2001) |
El Caldero Chorreante; Gringotts, el bando de los magos, dirigido por gnomos; la lista de enseres para el primer curso en Hogwarts: uniforme, los ocho libros de primer curso, resto del equipo, el recordatorio a los padres de que los alumnos de primer curso no pueden tener escoba propia; el deporte nacional (el quiddith); el último modelo de bici… esto… ¡escoba! (la Nimbus 2000); los rumores callejeros sobre la aparición de Harry Potter, quien sobrevivió a Quien-Tú-Sabes; las presentaciones con especial atención a la alcurnia del apellido; las preferencias por uno u otro colegio mayor; los comercios; y el acompañante mágico de moda, la lechuza, pues los sapos ya no se llevan.
El callejón Diagon y lo que allí ocurre es un magnífico ejemplo de que el género de Fantasía es mimético. Cuando lo visitamos por vez primera (Capítulo 5 de Harry Potter y la piedra filosofal) sabemos con seguridad que estamos en Londres. No hay dudas. En la saga cinematográfica de Harry Potter, el callejón Diagon no requería demasiada imaginación: servía el londinense Leaden Hall Market. Pocos detalles nos sugieren que es un Londres mágico, y no el real.
Los comportamientos de los ciudadanos mágicos que encontramos en el callejón Diagon son británicos hasta lindar la sátira. Incluso los objetos de la xenoenciplopedia (el inventario de objetos ficcionales que no existen en el mundo real) guardan una analogía evidente con los del mundo ordinario. Bici-escoba, mascota-acompañante mágico, estilográfica (y pronto también revólver)-varita mágica. Es difícil ver a los estudiantes de Hogwarts en la escoba y no pensar en la infinidad de películas ochenteras de adolescentes en bicicleta (de los Goonies hasta E.T., el extraterrestre). Y es difícil no ver a aquellos adolescentes en bicicleta y no pensar en los caballeros medievales. Aunque mi cuñado, posiblemente, piense antes en Márquez, Lorenzo y otros héroes de Moto GP. Es igual, el caso es que la escoba es un vehículo distintivo de una clase especial, como ocurre con ciertos vehículos monoplaza, rápidos y peligrosos en diversas épocas en nuestro mundo ordinario.
Hay algunos elementos del Reino de Fantasía que sí parecen más extraordinarios. En realidad, a menudo son formas parabólicas de presentarnos viejas verdades que ya sólo admitimos en un nuevo lenguaje. El desarrollo de la ciencia moderna tuvo un precio: la mentalidad científica despreció todo discurso referido a realidades que no pudieran ser observadas, medidas, cuantificadas, objetivamente verificadas. Mito y religión fueron considerados cuentos de hadas. Y desde allí, desde los cuentos de hagas, algunos sabios siguen proponiéndonos verdades que no aceptaríamos en otro contexto, saturado de muggles. Pero sabemos, en el fondo insobornable de nuestra alma, que algunas verdades del Reino de Fantasía nos hablan muy en serio.
«Es la varita la que escoge al mago» (p. 75), explica el señor Ollivander al joven Harry. Estamos en un momento importante del relato. La relación de un mago con su varita es crucial. Una varita inadecuada puede tener consecuencias catastróficas. Mago y varita son como pistolero y revólver, fotógrafo y cámara, Cid y Tizona, Hemingway y moleskine… adolescente y smartphone, me atrevería a decir, si no fuera porque vivimos en tiempos de frecuente divorcio entre el artista y su herramienta básica de trabajo.
Decir que la varita escoge al mago tiene un sentido muy primario que admitirían incluso los hombres de ciencia. Hay una herramienta adecuada para cada misión, para cada usuario, para cada objeto sobre el que va a ser aplicada. El mago no puede escoger cualquiera, debe escoger la adecuada y en ese sentido no escoge el mago, sino que la herramienta se impone. Es esa y no otra. Y punto. Pero la afirmación de Ollivander tiene un sentido bastante más profundo. Viene a decir que el mago no escoge su herramienta, su misión, su aplicación… sino que es escogido por su destino, su quehacer, su herramienta. Viene a decir que antes de elegir ya hemos sido elegidos. Viene a decir que la vocación no es una elección, sino respuesta a una llamada. Aunque, cuando la aceptamos, la reconozcamos como nuestra desde siempre, como le ocurre a Harry cuando empuña la varita adecuada.
Esto de la vocación es un tema complicado. Serán siete novelas las necesarias para explicar en qué consiste la vocación de Harry. Ya hablamos de las cartas de nadie y del guardián de las llaves. Pronto sabremos del sombrero seleccionador. Serán relevantes los talentos personales, los estudios, las conversaciones con Dumbledore, la memoria de sus padres, la afinidad con Quien-Tú-Sabes, los amigos, los encargos que sólo él puede realizar –aunque no pueda realizarlos solo-, su acompañante mágico, otros objetos mágicos, sus otras varitas… son muchos signos los que nos van poco a poco revelando y confirmando la vocación. Por ahora basta subrayar que la elección que uno hace, siendo necesaria, no lo es todo, y ni siquiera es lo primero. Esa elección, que conviene mejor llamar respuesta, se da, siempre, sobre el suelo firme de todo lo anterior que ya nos ha sido dado. Y lo primero que nos fue dado es que somos el niño que vivió.
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