Fotograma de Harry Potter y la piedra filosofal (Chris Columbus, 2001). |
«Aquella tarde, Dudley desfiló por el salón, ante la familia, con un uniforme nuevo. Los muchachos de Smelting llevaban frac rojo oscuro, pantalones de color naranja y sombrero de paja, rígido y plano. También llevaban bastones con nudos, que utilizaban para pelearse cuando los profesores no los veían. Debían de pensar que aquel era un buen entrenamiento para la vida futura» (1999: 35).
Estamos en el tercer capítulo de Harry Potter y la piedra filosofal (1999). Tenemos, por un lado, los planes de la familia Dursley sobre el futuro de su hijo. La elección de la mejor escuela posible, que es, evidentemente, una de reconocido prestigio, además de la única que conoce el señor Dursley, pues es donde él estudió. Que su hijo siga exactamente sus mismos pasos parece garantizar el mismo éxito que él ha tenido como próspero hombre de negocios. Todo planificado para que nada resulte anormal. A partes iguales, la familia Dursley manifiesta un gran afán de seguridad y una patológica aversión a lo imprevisto o lo extraordinario. Es una familia muggle que vive buscando obsesivamente el reconocimiento del mundo ordinario y huyendo de cualquier forma de magia.
Por otro lado, tenemos al sobrino adoptado, Harry Potter, el raro. También los Dursley tienen planes para él, claro. Planes que siempre están dirigidos por dos criterios. El primero, que este incómodo imprevisto de tener que hacerse cargo de un sobrino no rompa los planes originales de los Dudley. Que la tranquila vida familiar perfectamente planificada no se vea afectada por la llegada de Harry. De ahí que no gasten en él ni una libra, que viva en la alacena bajo la escalera, que lo ignoren mientras está en casa, que no asista al mismo colegio que Dudley y un largo etcétera. El segundo, cortar los lazos de Harry con todo lo extraordinario. Los Dursley ocultan a Harry que sus padres eran magos, que él es mago y que algún día tendrá que afrontar su formación como mago. Le han mentido sobre su pasado, para tratar de cambiar su futuro.
Sin embargo, nada de lo que hagan los Dursley impedirá que el destino de Harry le salga al encuentro justo en el momento oportuno. Durante un desayuno, Harry es enviado a recoger la correspondencia. Una postal, una factura… ¡y una carta para él! Nadie, nunca, le había escrito a él. Y la dirección era muy precisa: «Alacena Debajo de la Escalera». Los Dursley impidieron que Harry leyera la carta, la destruyeron y cambiaron al chico de habitación –por temor a que el autor de la carta considerara que estaban tratando mal a Harry, haciéndole vivir bajo la escalera-. Pero la llamada siguió persiguiendo al joven Potter.
Al día siguiente, llegó una nueva carta, con la nueva dirección: «El dormitorio más pequeño». De nuevo, la carta fue interceptada. El viernes llegaron doce cartas. El sábado, 24. El domingo, el señor Dursley confiaba en que no llegaría correo. Pero 30 o 40 cartas para Harry entraron por el hueco de la chimenea. Los Dursley marcharon con Harry a un hotel, apartándole de la llamada. A la mañana siguiente, en recepción, había 100 cartas. Entonces el señor Dursley alquiló un bote, se internó en el mar atravesando una tormenta terrible hasta llegar a una choza, sobre una roca.
Allí, en ese desierto de agua salada, apartado de la civilización, asilado por su familia, Harry contó los segundos que faltaban para la media noche, para el inicio de un nuevo día, martes, el día de su undécimo cumpleaños. Martes es, por cierto, el Martis dies, el día de Marte. Y Marte es el dios romano de la intrepidez, el valor, la osadía, la inspiración guerrera, quien inspiraba y conducía a la victoria, dios de la guerra y el cultivo, de la potencia viril y de la primavera. Cuando Harry terminó su cuenta atrás, ¡BUM! Toda la cabaña se estremeció. Alguien estaba fuera, llamando.
Fantasía, hemos mostrado en otro lugar, es el Reino en el que hoy tenemos noticias de algunas verdades vetadas para la ciencia y que antes aprendíamos -y algunos seguimos aprendiendo- mediante mitos, ritos y revelaciones. «Las cartas de nadie» son una buena imagen de lo que significa la vocación personal. Una llamada que te persigue allí donde estás, que sabe dónde encontrarte y cómo llegar hasta ti. Insiste en salirte al encuentro, aun cuando quienes te rodean conspiren contra ella y traten de silenciarla. Cuando más huyes con mayor fuerza te persigue. Cuando no la sigues, caes en una vida tal vez normal, aprobada por todos, pero inauténtica. Cuando caes en el desierto de la soledad, el aislamiento o el silencio, la vocación grita con insistencia decisiva. Ya nada podrán hacer los Dursley por acallar la llamada a la aventura de Harry Potter.
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