Audrey Hepburn, 1953. |
Estos libros tienen otra ventaja: nos proveen de argumentos para ejercer de profetas y evangelizadores de la lectura. Nos dan razones de nuestra esperanza para perseverar en nuestra misión de convertir en lectores a amigos, familiares, hijos o alumnos. He leído muchos de estos libros. Algunos son combativos; otros, pura nostalgia. Pero hay algunos muy buenos, inspiradores, llenos de sabios consejos que mejoran nuestra experiencia lectora y amplían la comprensión de nuestra propia vida. Pienso ahora, por ejemplo, en Leer el mundo. Experiencias actuales de transmisión cultural.
Hoy quiero hablarte de mi último descubrimiento: Una invitación a leer… mejor, de Rafael Tomás Caldera (Rialp, 2014). Pertenece a la colección Doce uvas, que reúne textos como perfumes: pequeños y esenciales. El libro contiene tres breves ensayos y cada uno de ellos persigue un objetivo complementario a los anteriores. El primero, ¿Por qué releer?, es una invitación a leer mejor, sembrada de consejos sobre qué leer, cómo y por qué. Su contenido no es especialmente original, pero sí oportuno.
Conversar en torno a un texto es una incitación socrática a compartir nuestros hallazgos literarios con los amigos. En la estela socrática, repasa los fundamentos de la educación liberal, basada en el contacto con los grandes libros y la discusión inteligente de los temas que ellos nos plantean y su posible luz para nuestros asuntos presentes. Una digresión algo larga sobre la hiperestimulación a la que nos somete el mundo contemporáneo da paso a una sensata reflexión sobre el modo de leer: a) buscar las preguntas a las que responde el texto y hacerlas nuestras (interiorizar el problema); b) descubrir la verdad que propone el texto –o aquel con quien lo leemos-; y c) juzgar y comprender ese descubrimiento en relación con nuestros conocimientos anteriores y nuestra experiencia. La lectura -y la conversación- aparece en su doble función mediadora y terapéutica. Mediadora, en cuanto que nos permite superar las opiniones particulares y convenir juntos en la verdad; terapéutica en cuanto que medicina para el alma.
El tercer ensayo, Disciplina mental, lenguaje y sensibilidad, aborda el problema de la formación de la inteligencia mediante el hábito o disciplina mental de encontrar las palabras adecuadas para expresar nuestra sensibilidad. Caldera propone el diálogo como medio para lograr la unidad de vida, esto es: la armonía y coherencia entre lo intuido, lo pensado/expresado y lo vivido; y entre lo ya sabido y lo nuevo que descubrimos.
Entre las páginas del libro aparecen algunas citas que nos revelan los autores con los que el propio Caldera ha convivido en sus lecturas: Aristóteles, C.S. Lewis, Soren Kierkegaard, Jacques y Raïssa Maritain, T.S. Eliot, Leo Strauss, Jenofonte, Heráclito, C. John Sommerville, Platón, Blaise Pascal, Josef Pieper, John Henry Newman y Tomás de Aquino. Estas, pero también otras referencias a autores contemporáneos que parecen más de ocasión –al hilo de lo expuesto o de asuntos de actualidad– vienen a testimoniar el modo en que Caldera conversa con los grandes que le precedieron y con los hombres de su tiempo. No es poca cosa constatar que todavía hoy hay quienes predican con el ejemplo.
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