Retraro de H. P. Lovecraft (El Periódico) |
La síntesis entre mi pasión y su aburrimiento configuró una situación dramática. Yo no sabía cómo salir de allí; buscaba en los sótanos de mi alma algún recurso insospechado con el que recuperar esa tensión profesor-alumno necesaria para cualquier aprendizaje. «H. P. Lovecraft», dije, sin saber muy bien por qué. Las palabras resultaron ser un conjuro. Electricidad. Luz azulada desembarcó por las ventanas. El PowerPoint palidecía, como una momia embalsamada hace 9.000 años. El universo-mundo que es el aula se transfiguró por completo. «Lovecraft nos trae locos», confesó un alumno.
«Un momento», habrá pensado algún lector que no se ha dejado atrapar por la trama. «¿Hay algún género que no sea histórico?». Bueno, sí y no. No, en el sentido de que el hombre es naturalmente histórico y, por lo tanto, todo lo humano se da en la historia. Pero el nombre es también naturaleza. Hay géneros cuya definición conecta directamente con la naturaleza humana y por eso mismo son universales o naturales: la tragedia y la comedia, por ejemplo. La identidad de otros géneros es indisociable de un momento cultural concreto. Así ocurre con la Fantasía y con la Ciencia Ficción: son géneros típicamente modernos, no sólo cronológica, sino también culturalmente.
Howard Phillips Lovecraft era hijo único. Quedó huérfano de padre, un comerciante pequeño-burgués, cuando niño. Creció bajo las faldas de una madre hiperprotectora, que apenas dejaba al niño mantener contacto con el mundo exterior. Howard creció entre mujeres mayores. Los otros niños no le querían, por lo que se refugiaba en los libros. A Howard le encantaban las cosas antiguas, odiaba el contacto con la gente y se definía a sí mismo como «racionalista» y «materialista mecanicista». La religión siempre le pareció mentira por «irracional» y, sin embargo, tenía necesidad de dar un sentido y fundamento últimos a su vida, tan solitaria y difícil. En la literatura encontró un refugio para «soñar» y eso le salvó de suicidarse. Cuando su madre murió, siendo él todavía joven, debió de enfrentarse por vez primera al mundo y lo hizo mediante la escritura.
Lovecraft, en su vida y su obra, ejemplifica bien el drama que es la Fantasía como género moderno. Allí los personajes descubren que hay verdades misteriosas más allá de lo que el hombre científico, incrédulo y aburguesado suele pensar. Verdades que parecen de otro mundo, porque no encajan con la experiencia ordinaria de nuestro mundo descrita por la ciencia. Pero, dado que el autor es racionalista y no quiere admitir como algo humano nada que no quepa en su razón científica, estos misterios son vistos como enemigos de la razón, como inhumanos o incluso diabólicos, pues provocan miedo y terror.
El punto de partida de los relatos de Lovecraft es a la vez parecido e inverso al de La historia interminable de Michael Ende. El parecido: hay otro mundo distinto del de la experiencia ordinaria; ese otro mundo no responde a las leyes del nuestro, pero se hace presente en el nuestro, al menos para algunas personas. La diferencia: para Ende, ese otro mundo, aunque misterioso, no es ni inhumano ni irracional, más bien al contrario; sólo al afrontar el misterio (al entrar en Fantasía) nos hacemos plenamente humanos y comprendemos las verdades fundamentales que sostienen nuestra vida. En la historia de Ende, al entrar en el otro mundo nos es revelada la verdad de éste. También ocurre así en Las crónicas de Narnia, de C. S. Lewis. Y esa es la tesis fundamental de la poética de J.R.R. Tolkien.
La distinción entre el mundo ordinario y otros mundos se torna verosímil para nosotros desde que Gottfried Leibnitz en su Teodicea concluyera que «vivimos en el mejor de los mundos posibles». Esa es una de las razones históricas que configuran la género. Otra, es la idea de que este mundo nuestro está determinado científicamente, de forma que que todo lo que no cabe en la ciencia o la experiencia ordinaria o no existe o ha de venir de otro mundo. La irrupción de lo misterioso, de lo inesperado, de lo indeterminado como algo inverosímil es propia de una cultura secularizada, una cultura que ha expulsado la experiencia de lo sobrenatural fuera de la experiencia ordinaria. Una cultura para la que todo es ya profano y no existe, en este mundo, nada sagrado.
Para Homero, la Iliada, por más que en ella intervengan los dioses, no tiene nada de fantasioso. Los dioses representan fuerzas numinosas y oscuras efectivamente presentes en nuestro mundo ordinario. Para los medievales, los dragones no son una criatura fantástica venida de otro mundo, sino expresión simbólica del príncipe de este mundo, es decir, del demonio, persona tenida por real, poderosa e interpelante para el creyente.
El género de Fantasía como algo típicamente moderno viene a ser la medicina que el artista nos regala para restaurar nuestro asombro y relación con el misterio de la existencia. Misterio que había sido expulsado por la enfermedad del racionalismo y el materialismo modernos. Incluso en positivistas como Lovecraft hay algo que se rebelaba en su interior contra esa razón calculadora, y que le revelaba un tipo de realidad que hacía estallar, hasta llevarle a la locura, sus estrechas e insuficientes razones.
…
¿Una introducción al inquietante mundo de H.P. Lovecraft? Aquí: LOVECRAFT, H.P. Los mitos de de Cthulhu, Complicación de relatos de Lovecraft y otros autores, por Rafael LLOPIS, Alianza Editorial, 3ª Edición, Madrid, 2011. El libro contiene 21 relatos, seis de ellos de Lovecraft, todos sobre los mitos de Cthulhu y escritos por el llamado «círculo de Lovecraft». En el breve estudio introductorio con el que arranca el libro, Llopis explica el contexto biográfico, intelectual y cultural de Lovecraft y las claves para entender sus relatos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario