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martes, 3 de abril de 2018

La fotografía y el sentido de la vida


El director del grado en Comunicación Audiovisual de la UFV, Diego Botas, me pidió unas palabras para el acto inaugural de la I Semana de la Imagen de la UFV (SIMUFV). Aquí, lo que expresé.

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Uno de los actos centrales de esta I Semana de la Imagen es un concurso de fotografía que lleva por título El sentido de la vida a través de la imagen. La frase aparece como una afirmación. Pero, en mi mente, se escuchó como pregunta. ¿Acaso es posible que una fotografía, cualquier fotografía, no hable del sentido de la vida? La producción de imágenes es una actividad específica y exclusiva del ser humano. No hay otros bichos en la naturaleza que produzcan imágenes.

Bueno, a lo mejor sí.

El selfie de Naruto, en el que quedó muy mono. Autor: ¿David Slater?, 2011.

Pero incluso cuando así ocurre, la de ríos de tinta que pueden escribirse sobre el tema. La cosa puede acabar en un juicio sobre derechos de autor.

Pero lo cierto es que antes de contar con el milagro de la fotografía digital, de esas herramientas tan maravillosas como las que diseña y produce Canon; cuando la fotografía era analógica y no había millones de monos haciéndose selfies y publicándolos inmediatamente en Instagram, nadie en su sano juicio dudaba de que cada fotografía suponía, química y espiritualmente, una revelación.

Decía la fotógrafa estadounidense Benerice Abbott que «la fotografía ayuda a las personas a ver». Y la también fotógrafa estadounidense Susan Sontag que «la fotografía no es la mirada misma, sino una manera de mirar». Es decir, una mirada que propone y revela algún sentido específicamente humano. El maestro Henri Cartier-Bresson, alguien poco sospechoso de desafección por la fotografía, decía: «No me interesa la fotografía, sino la vida».

De forma que según los grandes fotógrafos, y con honrosas excepciones, parece que la fotografía es siempre un acto con sentido. Con sentido. Que no necesariamente consentido.

Un asesino en Turquía, Burhan Ozbilici, 2016.
Esta imagen de la derecha es la ganadora del World Press Photo 2017. Nos muestra al asesino del embajador ruso en Turquía, quien después de realizar varios disparos al aire y de abatir al embajador gritaba: «Alá es grande, nosotros morimos en Alepo y Siria, vosotros morís aquí». Este hombre, desquiciado por la violencia que sufre su pueblo responde con violencia. Y sabía que no iba a sobrevivir al atentado que iba a perpetrar. Empeñó su vida en matar, sabiendo que iba a morir en su empeño.

El fotógrafo Wynn Bullock confiesa lo siguiente: «Cuando estoy haciendo fotos, lo que en realidad estoy haciendo es buscar respuestas a las cosas». Esta fotografía no nos dice qué significa la vida, pero nos lanza esa pregunta como interrogante. Un interrogante sobre injusticias de proporciones globales, que se cobra víctimas colaterales y en todas direcciones.

Tratando de buscar otras fotografías que no hablaran del sentido de la vida, que no pudieran presentarse al concurso de esta I Semana de la imagen, me acordé de la primera vez que vi esta imagen.

Vistas desde la ventana del granero, Nicéphore Niépce, 1826.

La calidad es penosa. El motivo, absolutamente intrascendente. Pero esta fotografía tiene un valor incalculable. Es una pieza de museo. ¿Por qué? Porque es la fotografía más antigua que conservamos. En realidad es una heliografía (helio-sol, grafía-escritura o dibujo). Qué expresión más sugerente: la escritura del sol; como fotografía significa la escritura de luz. ¿Será posible que el sol y la luz escriban sin sentido?

El caso es que esta fotografía tiene sentido como documento histórico. Y la historia tiene sentido porque es nuestra memoria y nos habla de nuestra identidad.

Presto ahora mi voz a la fotógrafo Cristina García-Rodero: «La fotografía es una lucha. El enemigo es el tiempo y vences cuando consigues congelarlo en el momento adecuado, evitando que algo que habla de ti y de lo que está pasando muera y desaparezca para siempre».

Isla de la salvación, Francesco Comello, 2016.

La fotografía siempre tiene sentido, porque siempre es una lucha contra Cronos, contra el dios del tiempo que devora a sus hijos. Cada imagen es una lucha contra la muerte y por esto toda fotografía, aunque no pretenda mostrar un tema religioso –y es discutible que alguna fotografía no hable de Dios- tiene, siempre, algo de trascendente, de sagrado. De invocar y hacer presente un mundo ya ausente.

Hay también fotografías-denuncia, cuyo sentido es bastante directo. El sentido de la denuncia es denunciar el sinsentido. Imágenes como estas nos provocan cierta catarsis o purificación de nuestros pecados, porque nos obligan a ver lo que no queremos ver.

Rinoceronte abatido en la reserva de Hluhluwe (Sudáfrica), Brent Stirton, 2016.

Esa imagen ha ganado también un World Press Photo. Y la única razón técnica por la que merece ese premio es, a mi juicio, haber seguido el consejo del maestro Robert Capa: «Si tus fotografías no son lo suficientemente buenas es porque no estás lo suficientemente cerca». El consejo de Capa es, evidentemente, técnico, pero tiene también una lectura moral interesante, de la que Capa es un buen ejemplo. Conviene a la buena fotografía la intimidad y el compromiso del fotógrafo con lo fotografiado.

Los filósofos se han preguntado desde antiguo por el sentido de la vida y esta simpática imagen de Usain Bolt en los Juegos Olímpicos de Río recoge casi todos los motivos de los que hablan los filósofos. Cuenta Aristóteles en su Ética a Nicómaco, un libro dedicado a su hijoque el sentido de la vida es la eudaimonía, palabra que significa literalmente el buen espíritu y que solemos traducir por felicidad.

Usain Bolt, semifinal de los 100 metros lisos de los JJOO de Río, Kai Oliver Pfaffenbach, 2016.

Bolt, aquí, está feliz. Según parece, mucho más que sus rivales. Ahora bien, ¿dónde busca el hombre la felicidad? ¿Qué le da pleno sentido a nuestras vidas? Dice Aristóteles que buscamos la felicidad en cuatro lugares.

Primero, en los placeres. Ya el Génesis, el relato de la creación para judíos y cristianos, nos revela que el hombre fue creado para disfrutar y que toda la creación no es sino un paraíso. Usain Bolt está, aquí, disfrutando. Lo que parece que ocurrió, ya en el Génesis, es que el hombre buscó el único placer que le estaba prohibido. Había un solo fruto que no podía probar… y lo probó. Y desde entonces nuestra relación con el placer se ha tornado desordenada y problemática.

Hasta los mayores placeres, como la paella valenciana y la tortilla de patatas, si abusamos de ellos, nos saturan y nos enferman. Habrá que decirle a Bolt que deje de ganar medallas, no sea que se empache. Que deje alguna para los demás.

Incluso los llamados placeres superiores, intelectuales, como la lectura, han de afrontarse con moderación. Si no hiciéramos otra cosa que leer acabaríamos como Alonso Quijano, convertidos en quijotes.

En segundo lugar, buscamos la felicidad en los honores, la fama, el reconocimiento de los otros. Algo que también representa esta fotografía: la medalla de Bolt. El premio del fotógrafo. Necesitamos la aprobación y la mirada amorosa de alguien distinto de nosotros, necesitamos demostrar de lo que somos capaces, aunque muchas veces no sabemos ante quién debemos demostrarlo; o pretendemos demostrarlo ante las personas equivocadas. Usain Bolt se equivocaría como Elvis o como Marilyn, si hiciera depender su felicidad del amor del público.

En tercer lugar, buscamos la felicidad en lo que los antiguos llamaban la virtud, la fortaleza, el desarrollo máximo de nuestros talentos. Y esta imagen también nos habla de eso. De hombres que exploran sus posibilidades al máximo. Que tienen hambre de ser más, de ser mejores.

El fotógrafo William Albert Allard aconseja: «Tienes que pedirte más a ti mismo. Tienes que empezar a buscar fotografías que nadie más pueda hacer. Tienes que coger tus herramientas e ir más allá». Cuando le preguntan al fotógrafo Imogen Cunningham cuál de sus fotografías es su favorita, él respondía «Una que voy a hacer mañana».

Por último, siempre según Aristóteles, buscamos la felicidad en el amor. En el compartir lo más alto con nuestros semejantes. De ahí que algunas imágenes, por muy crueles y difíciles que sean las situaciones que nos presentan, nos conmueven. Nos revelan lo más grande y hermoso que hay en el ser humano, que es su capacidad de sacrificio, su esperanza. Su convicción irrenunciable de que habrá una nueva vida y tal vez, incluso, una vida nueva.

Esperanza de una nueva vida, frontera entre Serbia y Hungría, Warren Richardson, 2015.

Esta ganadora del World Press foto 2016 me recuerda a la frase de otra fotógrafo, Diana Arbus, que dice: «La fotografía es un secreto de un secreto. Cuanto más te dice, menos sabes». ¿Qué habrá en el corazón de estos desplazados, de estos hombres y mujeres que han perdido el paraíso, que peregrinan por el desierto de esta vida y que anhelan encontrar un nuevo hogar? ¿Qué será de la vida de este niño? Una foto así es posible por una comunión anterior a la fotografía. Como recuerda Alfred Eisenstaedt: «Es más importante hacer click con la gente que con la cámara».

Como veis, tenía yo muchas razones para pensar que el reto realmente difícil sería el de un concurso de fotografía que en el que las imágenes no nos lanzaran directamente a los ojos la pregunta por el sentido de la vida.

No he citado aún al magnífico retratista de almas que es Arnold Newman, y me parecía justo terminar con una de sus fotos. Este retrato del compositor Leonard Bernstein.

Retrato de Leonard Bernstein, por Arnold Newman, 1968.

Y, también con una de sus frases: «No hacemos fotos con nuestras cámaras. Las hacemos con nuestro corazón y las hacemos con nuestras mentes, y la cámara no es más que una herramienta».

Muchas gracias.

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