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lunes, 19 de marzo de 2018

Juan Ramón Jiménez y «el trabajo gustoso»

Juan Ramón Jiménez con Natalia (una sobrina de Zenobia), en la Residencia de Estudiantes, 1929.


«Siempre he sido feliz trabajando y viendo trabajar a gusto y con respeto, y por dondequiera que he ido he ayudado y exaltado este poético trabajar a gusto. Claro es que he tenido y han tenido los buenos trabajadores que pensaban como yo que luchar contra la incomprensión o la barbarie más o menos consciente del explotador enemigo de este trabajo gustoso, que, al fin y al cabo, habría de ser honor y éxito de su industria […] Pero también he sido testigo de grandes bellezas del trabajo por el trabajo o por una relación, un enlace, una escapatoria entre el trabajo y otra circunstancia que lo acompañaba hermosamente». Son palabras de Juan Ramón Jiménez, suscitadas por sus encuentros con un jardinero sevillano y con un mecánico malagueño.

No hay que escandalizarse de las «grandes bellezas del trabajo por el trabajo» si entendemos justamente lo que dice el poeta. No se refiere al trabajo como ganapán, ni al trabajo en orden a la máxima eficacia con el menor coste material y a cualquier coste humano. Habla del amor a la propia obra. De cómo, en nuestro hacer, más importante que cuánto hacemos, es lo que ese hacer nuestro opera en los demás y en nosotros mismos. Determinadas acciones no miden su fecundidad lo por lo logrado con la acción, sino por lo revelador de la misma.

Así, el jardinero sevillano y el mecánico malagueño no sólo cuidan jardines y coches como nadie, sino que nos enseñan a amar más el trabajo, los coches y las flores. Nos recuerdan que nuestra acción vale no ya por sus resultados, sino por ser metáfora de otra cosa. Y esa otra cosa es el dinamismo de amor que nos mueve a nuestras mejores realizaciones, que nunca son cosas, sino que somos nosotros mismos.

Aquel jardinero sevillano, aquel mecánico malagueño, tal y como nos los presenta Juan Ramón Jiménez en El trabajo gustoso, hicieron de su vida su mejor obra. Y estar con ellos, fuera en un jardín o en un taller, debía ser algo así como pisar los umbrales de ese lugar donde la vida se ensancha.

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Este artículo pertenece a la serie ¿Tú también?, cuya primera versión fue publicada en LaSemana.es.

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