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lunes, 29 de enero de 2018

Prensa y posverdad: «Los archivos del Pentágono»

Fotograma de Los archivos del Pentágono (The Post), de Steven Spielberg, 2017.

La palabra «posverdad» está de moda. Con ella se subraya «la circunstancia de que los hechos objetivos influyen menos en la opinión pública que las llamadas a la emoción y la creencia personal» (Diccionario de Oxford). Los académicos aún discuten si esta circunstancia se ha dado siempre o si estamos en una nueva fase de la historia de las democracias modernas. Y en mitad de este debate… llega la última genialidad de Steven Spielberg, Los archivos del Pentágono (The Post, 2017).

Las críticas han sido favorables, tanto por los valores formales de la película como por su contenido. La vi ayer y no paraba de decirme, casi en cada secuencia, esto es «puro Spielberg, ¡por fin vemos el periodismo con sus ojos!» La buena ficción tiene, frente a las discusiones de barra –y frente a muchas discusiones académicas- varias virtudes. En este caso, la primera virtud es que la existencia de la verdad no es objeto de debate. La verdad es la verdad, y a todos, personajes y espectadores, eso nos parece evidente. El cine nos muestra discusiones, pero también sus consecuencias; y cuando las palabras tienen consecuencias el debate sobre la verdad deja de ser un juego y se torna algo serio.

La segunda virtud es la de situarnos a los espectadores en el bando de los defensores de la verdad, de los personajes dispuestos a jugarse la vida por publicarla y nos hace evidente que vivir en serio significa tomar partido por ese bando. Esto lo logra, cómo no, conectando con nuestras emociones y creencias, partiendo de los tópicos en los que todos estamos de acuerdo: la defensa de la ciudadanía frente a los intereses de los poderosos, la lucha de una mujer en un mundo de hombres, etc. -¿Hay otra forma adecuada de presentar la verdad, que no cuente con nuestras creencias y emociones?, convendría preguntarles los ingenuos que creyeron que los hechos objetivos o los silogismos abstractos eran suficientes.

Y esa es justo la tercera virtud: las buenas ficciones no nos presentan «verdades objetivas», datos neutrales y fríos, hechos crudos, razonamientos abstractos… sino que nos presentan «verdades encarnadas», «existenciales», «prácticas», las que comprometen el sentido de nuestra vida, en las que nos jugamos la salvación o la perdición de lo específicamente humano.

Paradójicamente, resulta que cuando el frío debate de nuestro tiempo plantea como un dilema el peso de «los hechos objetivos» frente a las «emociones y las creencias personales», una película, una ficción, sale en defensa de una verdad más profunda que la de la de la «información pura», conectando los problemas sociales con nuestras creencias y emociones personales. Como, por lo demás, ya proponía hacer Aristóteles (léase su Retórica, incluso su Organum y su Poética).

Pedro J. Ramírez escribía el domingo en El Español un artículo –para más guasa, de opinión- titulado «La verdad sobre los ‘Papeles del Pentágono’» cuyo contenido se corresponde con el capítulo 9 de un libro inédito que escribió a mediados de los 70. Según él: «El estreno de la película de Spielberg “The Post” -titulada en español “Los Archivos del Pentágono”- me ha impulsado a exhumar esta porción [de su libro inédito] como elemento de contraste entre la realidad y el cine».

Yo me pregunto de veras qué contiene más realidad: si un escrito periodístico inédito o una película estrenada que ha tenido un impacto mundial y que ha provocado, entre otras cosas, que conozcamos finalmente ese texto de Pedro J. También me pregunto de veras si el artículo del director de El Español, lleno –supongo- de «hechos objetivos», contiene y propone más verdades humanamente importantes que la película de Spielberg, llena de dramas vitales, decisiones morales, compromisos personales. Por último, me pregunto qué defensa de la verdad es más efectiva: la del debate académico sin consecuencias, o la que re-presenta dramáticamente el testimonio de hombres reales, decisiones reales y consecuencias reales en torno a acontecimientos reales.

En realidad, mi inquietud de fondo es la siguiente: es evidente que estamos ante una nueva crisis de la verdad. Es evidente que la crisis de la verdad tiene que ver –siempre ha sido así- con intereses ocultos de algunos y los trucos de la manipulación, el engaño, el ocultamiento y la mentira. Pero… ¿y si, tal vez, esta crisis de la verdad tiene que ver también con que hemos reducido el contenido, alcance y sentido de «la verdad» a una fría y descarnada caricatura de sí misma que muy poco tiene que ver con nuestra vida?

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