Ceci n'est pas una pipe (Esto no es una pipa), René Magritte, 1929. |
«Como decíamos ayer…» una fuerza interior ha crecido dentro de mí hasta obligarme a escribir un blog. Disfruté mucho de mi primera sesión como profesor en el Seminario de Metodología de Investigación en Estética y Comunicación (doctorado en Humanidades, Universidad Francisco de Vitoria). Como siempre que me ocurre esto en clase, la fuente del disfrute es doble: de un lado, viene del subirnos a hombros de un gigante; del otro, de alumnos ejemplares dispuestos a ver más y más lejos que el gigante.
Contemplamos juntos An Oak Tree (Un roble), de Michael Craig-Martin. Algunos mantuvieron su atención a la obra durante más de 15 segundos; una doctoranda aguantó sólo tres. La primera reacción que se expresó en voz alta lo hizo a los dos minutos de contemplación, abortando los otros dos de silencio que yo tenía previstos. Las palabras fueron más o menos estas: «Me gustaría saber qué proceso mental ha seguido este señor para hacer esto, porque es claro que el significante [la obra] no tiene nada que ver con el significado [¿el roble?]».
El debate posterior fue apasionante y me gustaría contártelo, pero la experiencia es irreproducible, como cualquier experiencia, especialmente la estética. No contemplamos dos veces el mismo río. Hace un minuto imaginaba la próxima sesión, estimulado por el nivelazo de los doctorandos, y me vino una luz, como me ocurre cada vez que pienso en ellos, como ahora escribo.
«Pásame la sal», he pensado. Luego: «No, no es suficiente». A ver esto: «Estoy cenando con mi mujer en casa y le digo: “Amalia, pásame la sal”». Ahora sí. A veces valoramos el arte por su capacidad para reproducir la realidad. Es una idea demasiado simple. Ningún artista serio puede aceptarla. Pregúntale a René Magritte. Ya, ya sé: su cuadro quiere decirnos que en realidad lo que vemos no es una pipa, sino una representación o un dibujo de una pipa. ¿Seguro? Si su cuadro fuera una copia de una pipa: ¿qué tendría más valor y qué costaría más dinero, la copia o dibujo de la pipa o la pipa original? «Además, tampoco es “una pipa”, es “la pipa de Magritte”», añade Chema Alejos, quien ha aprendido a mirar en la mirada de artistas.
El arte no es una copia de la realidad. El arte no es una mera referencia a la realidad. Tampoco lo es el lenguaje, aunque es claro que es signo que remite a otra realidad. Quizá el lenguaje científico pretende ser copia o imagen de la realidad. Sin duda es una copia útil, no sé si es una copia fiel. ¿Y el lenguaje ordinario? Eso era, así me vino la imagen: «Amalia, pásame la sal». «Amalia» es un significante que tiene un correlato real: mi mujer. «Amalia» remite a esa bonita chica con la que ceno en mi mente y con la que me casé hace hoy, exactamente, 10 años. «La sal» es también signo de algo que tengo delante, a un par de metros de mí.
¿Y qué hay del «pásame»? El «pásame» no está ahí, delante de mí, como lo están Amalia y la sal. El «pásame» tal vez remite a alguna acción del pasado en la que ya me pasaron la sal, o en la que ví que así la conseguía otro. Pero no digo «pásame» para evocar un recuerdo, aunque todo arte sea también un recuerdo. Digo «pásame» para apropiarme de la sal. Digo «Amalia, pásame la sal» para apropiarme momentáneamente de la voluntad de mi mujer y definitivamente de un puñado de sal que pienso ingerir. Hablo para apropiarme del mundo. Para transformar el mundo. Para que mi mujer se fije en mi necesidad y para que la sal esté más cerca de mí. A la mano. A la boca. Al estómago. A la sangre. En mi persona.
Creo que los artistas, con sus «obrapalabras», también se apropian del mundo. También lo devoran, lo asimilan, lo transforman y nos lo devuelven a una luz que nunca antes habíamos percibido. Quizá lo hacen de forma más consciente, más exhaustiva y, sin duda, con menos reparos morales. Piensa en el roble. Mejor: disfruta lo inconcebible y lo imperceptible de comparecer ante un roble con forma de vaso de agua. Contempla el milagro de ser persona y de haber recibido el don de la palabra.
An Oak Tree (Un roble), de Michael Craig-Martin, 1973. |
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