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domingo, 13 de agosto de 2017

¿Por qué nos acostumbramos tan rápido a lo bueno?

Foto: Álvaro Abellán-García. En algún lugar de León.
Una de las ventajas (o desventajas) de las redes sociales digitales es que nos permiten compartir un estado de ánimo con nuestros conocidos. A veces no pasa de un mensaje sin respuesta lanzado a un puñado de posibles lectores. Otras supone el comienzo de algo más serio. Tal vez un encuentro real para charlar, una complicidad en la respuesta, una oración por la persona afectada o incluso una reflexión. Así ocurrió cuando una antigua alumna mía lanzó esta pregunta en Facebook: «¿Por qué nos acostumbramos tan rápido a lo bueno?». Seguramente no era más que un pensamiento al aire después de una gran experiencia que, según termina, ya echamos de menos. El caso es que ante esa confesión inocente se encendieron todos mis instintos de profesor avezado y me salió una respuesta, desde lo más hondo del corazón, dirigida expresamente a ella: «Porque estamos hechos para ello».