Fotograma de Westworld (1x01, 2016). El creador interroga a su criatura. |
Los creadores de Fantasía y Ciencia-Ficción son proclives a las preguntas últimas. Algunos creen tener las respuestas últimas. Creo que el modo en el que plantean y responden a estas cuestiones tiene mucho que ver con la calidad de sus universos ficcionales. Cuando las obras no plantean estas preguntas, son mero pasatiempo. Cuando las plantean y ensayan tentativas de respuesta que no pretenden acotar el misterio, pero nos iluminan, estamos ante obras que suelen ser releídas, reinterpretadas, que mantienen cierta actualidad, casi al modo de los clásicos. Si las plantean y las responden con simpleza, sabemos que o bien el autor se está haciendo trampas al solitario, o bien pretende adoctrinarnos.
Un buen ejemplo de moralina que simplifica los misterios de la vida lo ofrece Lucy (Luc Besson, 2014), de la que hablamos hace poco a cuento del transhumanismo; y similar simplificación e idéntica ideología encontramos en Ghost in the Hell (Rupert Sanders, 2017).
Orson Scott Card. destaca entre esos escritores que saben enfrentarnos al misterio y arrojar luz sin trampas simplificadoras. Sabe poner en boca de sus personajes las preguntas adecuadas. Logra encarnar respuestas más o menos inteligentes y evita simplificar los misterios últimos de la existencia. Quizá el haberse formado en una comunidad religiosa le permite plantearse sin miedo las cuestiones últimas en sus libros. Aunque, en otros autores, una fe demasiado inmadura les precipita hacia respuestas simplistas. A Card no le ocurre. Pienso ahora en El juego de Ender, obra que le convirtió en el primer escritor de Ciencia Ficción en ganar consecutivamente los dos premios más prestigiosos del género: el Nébula de 1985 y el Hugo de 1986.
Hoy te comparto un fragmento de otra de sus novelas: Maestro Cantor. Kya-Kya es una recién graduada que sabe hacerse las preguntas adecuadas. Su perspicacia le acarrea dificultades entre sus primeros colegas, pero serán justo sus preguntas, y su afán por responderlas, las que le permitirán convertirse en un personaje clave para el futuro de la galaxia.
Sirva esta nueva nota para ejemplificar la anterior, que tan buena acogida ha tenido, en la que trataba de explicar que convivir con la pregunta «¿Qué sostiene el mundo?» es fundamental para los creadores de universos de Ciencia Ficción:
«Los brazos de Kya-Kya eran demasiado delgados. La muchacha lo advirtió de nuevo mientras tocaba las teclas del terminal de su ordenador; si alguna vez tuviera que usar los brazos para levantar algo pesado, se le rompería. No estoy hecha para soportar cargas, se recordó Kya-Kya. No parezco una persona substancial, y por eso estoy obligada a hacer un trabajo insubstancial.
Era una racionalización que había intentado antes y que nunca se había creído más que a medias. Se graduó en el Instituto Gubernamental de Princeton con el cuarto historial más alto de la historia de la facultad; y cuando intentó encontrar trabajo, en vez de ser inundada por prestigiosas ofertas de empleo, se vio obligada a elegir entre ser programadora de ordenadores en el Centro Informático de Tegucigalpa y un puesto de administradora en una ciudad de algún planeta perdido de la mano de Dios […]
Llevaba allí tres semanas, y hoy había llegado por fin a su cima. El trabajo le requería, al menos, una tercera parte de su tiempo… cuando se relajaba. Así que, suponiendo que necesitaba probar su competencia, empezó a averiguar cosas sobre el sistema, comprender la función general de todo, la forma en que los sistemas de datos se enlazaban.
-¿Quién programa los ordenadores?- preguntó inocentemente a Warvel, el encargado de Pensiones.
Warvel parecía molesto: no le gustaban las interrupciones.
-Todos nosotros- dijo, reintegrándose inmediatamente a su mesa de despacho, donde las cifras bailoteaban por toda la superficie, mostrándole exactamente lo que sucedía en cada una de las mesas de su oficina.
-¿Pero, quién preparó las cosas para que funcionasen?- insistió Kya-Kya-. ¿El primer programa?
Warvel parecía más que sorprendido. La miró con intensidad, luego dijo con fiereza:
-Cuando quiera un proyecto de investigación sobre el tema, serás la primera persona a la que llame».
SCOTT CARD, Orson. Maestro Cantor, trad. Rafael Marín Trechera, Ediciones B, Barcelona, 1992, 217-218.
No necesito revelarte, querido lector, que la respuesta a esa pregunta sobre el primer programa [en cursiva en el original] será esencial para el arco dramático de Kya-Kya y, a su vez, para el papel que jugará este personaje en la Historia. Quizá sea interesante añadir que no sólo es que a muchos no les interese la pregunta de Kya-Kya, sino que otros prefieren no preguntar, por miedo a sufrir las consecuencias de querer saber demasiado.
Quizá consideres que el ejemplo que acabo de escoger es poco conocido y rebuscado y que además el tema del primer programa no deja de ser una cuestión más propia de ingenieros informáticos que de metafísicos. Quizá... O quizá no.
El caso es que me parecía ventajoso haber citado aquí a Morpheo, quien sorprende a Neo con este elogio: «Tienes la mirada de un hombre que acepta lo que ve porque espera despertarse»... para decir a continuación: «Matrix es el mundo que ha sido puesto ante tus ojos para ocultarte la verdad». ¿Qué es la verdad? es la pregunta que moviliza al protagonista de The Matrix (hermanos Wachowski, 1999) y la que nos hace a nosotros acompañarle en su búsqueda de respuestas. Y no se trata de la verdad sobre quién asesinó a quién con qué objeto, sino de la verdad del mundo, de la realidad, del hombre y de su necesidad de un salvador. En The Matrix es tan pertinente la pregunta ¿qué sostiene el mundo? que me parecía un ejemplo demasiado particular. He decido recordarlo porque si bien la primera película es un buen ejemplo de ese equilibro entre pregunta y respuesta misteriosa, las dos películas con que se completa la trilogía naufragan, precisamente por atreverse a desnudar y simplificar el misterio.
Un ejemplo más reciente e igualmente metafísico lo encontramos en la celebrada serie WestWorld (2016), que además conecta con el gran precedente del género, el Frankenstein (o el moderno Prometeo) de Mary Shelley. La historia de una criatura creada artificialmente capaz de pensar y sentir como un ser humano. Hacia el final del segundo capítulo, el jefe de Seguridad Ashley Stubbs interroga a la anfitriona Dolores Abernathy: «¿Te cuestionas la naturaleza de tu realidad?». Esa pregunta, formulada a un ser creado artificialmente que es casi indistinguible de un ser humano, retorna sobre nosotros, creados y humanos, situándonos, como en toda gran obra de ciencia-ficción, frente al misterio de nuestra existencia.
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