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martes, 28 de marzo de 2017

Los nuevos enfoques de la formación universitaria


El salón de mi casa se ha convertido en las últimas semanas en un magnífico auditorio cuyo programa diario de conferencias, debates, mesas redondas, conciertos y exposiciones resulta envidiable para cualquier amante de la cultura. Se lo debemos al chromecast, que nos permite proyectar en la tele contenidos de las mejores universidades, instituciones y fundaciones del mundo que comparten sus actividades, entre otros lugares, en Youtube.

Anoche nos sumamos a La cuestión palpitante, un debate mensual organizado por la Fundación March en el que los periodistas Antonio San José (@asanjoseperez) e Íñigo Alfonso (@inigoalfonso) plantean a los invitados algunas cuestiones relevantes de la realidad social. El tema fue Los nuevos enfoques de la formación universitaria. Los invitados reunían dos perfiles completos y complementarios: Juan Romo (catedrático de Estadística e Investigación operativa en la Universidad Carlos III, de la que actualmente es rector) y Francisco Longo (@francisco_longo profesor titular del Departamento de Dirección de personas y organización en la escuela de negocios ESADE, donde es director general adjunto).

El diagnóstico que hacen de la universidad española, que en líneas generales valoran como una buena institución, plantea tres retos:

  • la inversión en investigación e innovación, 
  • la gobernanza en la universidad pública y 
  • la selección y movilidad del profesorado. 

Romo señala como prioritario el problema de la falta de inversión: es cierto que ninguna de las universidades españolas aparece entre las 200 mejores del mundo, pero también que ninguna aparece entre las 200 mejor financiadas del mundo. La ratio presupuesto de la universidad / número de estudiantes en la Universidad Carlos III es de unos 8000€, lo que supone 1/3 o 1/4 de la ratio de otras universidades europeas de un tamaño similar (Universidad de Maastricht, por ejemplo) y está a años luz de las universidades top, como como Cambridge (con una ratio de 70000€ de presupuesto por alumno).

La falta de investigación asemeja a las universidades españolas a los college anglosajones, más centrados en la formación personal y profesional de sus estudiantes que en la innovación, pero lo cierto es que tampoco en las universidades españolas se tutoriza a los alumnos como en los college. Estamos entre uno y otro modelo, sin apostar fuerte por ninguno de los dos. La ventaja de una universidad investigadora, en un contexto como el actual, es la de situar al alumno junto a las personas que están pensando el futuro. Así, la docencia aparece vinculada al aprendizaje, la innovación y la investigación constante: el alumno convive con maestros acostumbrados a pensar lo nuevo y a adaptarse a lo nuevo, que es el tipo de actitud que necesita el profesional del futuro. La ventaja de un college, por otro lado, podría estar en su especialización en facilitar un alto rendimiento en algunos tipos de aprendizaje.

Por lo demás, el reto de todas las universidades, no sólo de la española, parece ser el siguiente: el 70% de las profesiones del futuro aún no están definidas; formamos personas para trabajos que aún no existen, para manejar tecnologías que todavía no conocemos y para responder a preguntas que aún no somos capaces de plantearnos.

El contrato psicológico entre profesores y alumnos

Los retos de la universidad actual implican, según Francisco Longo, un nuevo «contrato psicológico» entre profesores y alumnos, a los que unos y otros han de adaptarse poco a poco.

El reto para los alumnos pasa por una renovación sobre cómo se aprende, qué se hace en el aula, cómo te relacionas con un profesor -o con varios a la vez-, cómo aprendes formando parte de un grupo y cuánto aprendizaje y trabajo autónomo puedes gestionar por tu cuenta. Esto supone nuevas exigencias, quizá menos centradas en la capacidad intelectual del alumno y más en su fuerza de voluntad, su sentido de la responsabilidad, su sensibilidad para el trato con otros, pues el nuevo modelo exige al estudiante mayor autonomía, proactividad y responsabilidad. Sin estas tres cualidades, el fracaso está garantizado.

El profesor, a su vez, debe reconocer que «está cambiando el oficio» y que el cambio es «considerablemente agresivo». Debe aprender a investigar y enseñar de forma multidisciplinar, a relacionar la investigación con el aula, a desarrollar contenidos digitales, a dar clase fuera del aula, a diseñar experiencias de aprendizaje que mezclen lo presencial y lo digital, y a administrar las relaciones profesor-alumno y alumno-alumno de una forma menos jerárquica y bidireccional, más en clave de facilitador del trabajo en red: «O nos ponemos a eso o el riesgo de irrelevancia lo tenemos ahí», subraya Longo.

¿Cuál es el papel de las Humanidades?

Frente a esta pregunta, provocada por los entrevistadores, las respuestas parecen menos meditadas y rozan el eslogan: «Son un valor seguro, lo han sido y lo van a seguir siendo». Con todo y las prisas, salieron algunas ideas interesantes:

  1. Sin las Humanidades no es posible cumplir la misión de la universidad; 
  2. Quizá la pregunta no es ¿van a estar presentes? Sino ¿cómo integrarlas en el currículo?; 
  3. Las Humanidades nos dotan de las capacidades necesarias para comprender el mundo; 
  4. Las Humanidades están especialmente dotadas para trabajar con la complejidad y vivimos en un mundo cada vez más complejo; 
  5. Hacen posible el diálogo interdisciplinar; 
  6. Ayudan a cambiar, inventar, discernir y tener criterio, pues hoy el problema no es la cantidad de información, sino cómo relacionarnos con ella.

Parecen son buenas razones. De ser reales, es curioso que las Humanidades no salieran antes a escena, si el reto de la universidad es, efectivamente, que desconocemos cómo serán las profesiones del futuro y que deberemos responder a preguntas que aún no somos capaces de plantearnos. Porque si algo sí sabemos sobre las necesidades educativas del futuro es que necesitaremos personas como las quería formar Sócrates: íntegras, responsables de su propia formación, conscientes de su ignorancia, con ganas de aprender siempre, capaces de convivir con la incertidumbre de no tener caminos ya trazados, hábiles para el diálogo con especialistas de otras disciplinas y, por supuesto, expertos en humanidad.

Aquí tienes el debate completo, cortesía de la Fundación March.


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