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jueves, 24 de noviembre de 2016

Irene Vázquez: «Inteligencia de la fe, inteligencia de la realidad en C. S. Lewis»

Vázquez Romero, Irene. Inteligencia de la fe, 
inteligencia de la realidad en C. S. Lewis (1898-1963), 
Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, 2016.
En la versión cinematográfica de El Padrino, justo después de explicar un plan que incluye el asesinato de dos personas, Michael Corleone concluye: «No es nada personal, sólo son negocios». Estas palabras, más que describir a la mafia, pretenden desenmascarar una mentalidad muy extendida en nuestro tiempo. La mentalidad que separa radicalmente dos órdenes de realidad: por un lado, la vida pública, los negocios, la profesión –donde todo es impersonal, donde hay que aparentar, donde podemos ser inhumanos sin que eso deba provocarnos remordimientos–; y, por otro lado, la vida privada o la familia que es donde realmente se ve que, en el fondo, todos –hasta los asesinos en serie– somos buenísimas personas.

Sin embargo, en la novela de Mario Puzo en la que está basada la película, Michael Corleone dice justo lo contrario:
«No te equivoques, Tom. Todo es personal. Incluso el más simple y menos importante de los negocios. En la vida de un hombre todo es personal. […] ¿Sabes quién me enseñó eso? El Don. Mi padre. El padrino. Es ahí donde reside su grandeza. El gran Don. Él todo lo convertía en algo personal. Igual que hace Dios».
Salvando las distancias entre Dios, Michael Corleone e Irene Vázquez Romero, lo cierto es que Irene descubrió, en torno a sus 35 años, un máster en Humanidades y un viaje a Tierra Santa, que no sólo su familia es algo personal, sino que «todo es personal», también la profesión, los negocios, la vida pública y, por supuesto, su relación con Dios. Y, fruto de ese descubrimiento, cambió de profesión.

El libro que el pasado 22 de noviembre –tres años después de su muerte- presentamos en la Universidad Francisco de Vitoria, y que inaugura la colección Homenajes, es testimonio de ese cambio de profesión por el que Irene abandonó el mundo de la publicidad y se dedicó a la academia, como profesora e investigadora. A mí me tocó hacer una semblanza de la autora que con seguridad quedaría aquí descontextualizada. Así que me limitaré a reproducir y adaptar algunas cuestiones.

Estoy seguro, querido lector, de que has imaginado tu futuro muchas veces. Yo lo imaginaba con Irene; incluso hoy pienso en ella: qué haría, qué me diría ante una situación determinada. Hay en esto de imaginarnos hoy con alguien que nos dejó ayer algo «muy romántico», en expresión de Irene y en el doble sentido que ella le daba a esa palabra. Por un lado, es algo hermoso que habla de nuestro corazón, de nuestra capacidad para hacer presente a alguien a pesar de su ausencia: porque estar ausente es una forma muy peculiar y precisa de estar, algo muy distinto de no estar. Por otro lado, corremos el riesgo de que lo que imaginemos sea pura fantasía, de que Irene, en el fondo, no me diría nada de lo que creo que me diría. El riesgo de fantasear viene de que para saber qué haría hoy esa persona ausente recurrimos a nuestra memoria; y nuestra memoria es selectiva, traicionera, modifica y altera nuestros recuerdos; domestica y hace demasiado nuestra esa la realidad siempre irreductible e inquietante que es otra persona, otra que yo. Además, es inevitable que todos imaginemos y recordemos al ausente a partir de nuestra particular relación con él.

Los escritos de los ausentes nos permiten corregir nuestra fantasía («de injurias de los años, vengadora, libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta», escribía Quevedo). Este libro nos permite pensar a Irene no sólo desde el futuro con ella que imaginamos desde nosotros; sino también desde el futuro que ella imaginaba para sí misma. Porque esta tesis es, en palabras de Irene, «un trecho de un proyecto de vida»; proyecto al que quería dedicarse hasta su muerte.

Cuando pensamos en una vocación tendemos a imaginarla como una línea recta y por eso, cuando pensamos en la nuestra, nos decepciona encontrarla un poco como un churro. Eso es porque en realidad una vocación no se parece tanto a una línea como a una estrella. Es decir: a un centro –la persona– del que parten y al que llegan, como rayos de luz, muy diversas trayectorias; ciertamente unas más importantes y decisivas que otras, pero siempre varias. Y cada una de esas trayectorias puede quedar abandonada, frustrada o cumplida, pero todas ellas –y lo que en ellas soñábamos– e independientemente de cómo hayan resultado a nuestros ojos, pueden ser trayectorias de salvación o trayectorias que apunten a cualquier otro lugar.

Pues bien: sabemos que Irene concebía esta última aventura, esta última trayectoria, como un proyecto para toda su vida; un proyecto que además le permitía crecer y madurar en otras trayectorias, especialmente la más importante para ella: su familia. Y esa última gran aventura la afrontaba Irene con temor y temblor, pero con gran determinación:
«A pesar el temblor en cada letra, en cada vida, todos tenemos una única vez para jugárnosla. Y como a pesar de la pantomima de la igualdad NO somos iguales, yo erre que erre con que cada uno delimite y acepte su espacio público de aparición. Que no quiero hacer más ruido, sólo pretendo vivir mi única vez contigo, como no podía ser de otra manera». (Una única vez, 26-06-2012, LaSemana.es).
Irene empezó a delimitar su espacio público haciendo su tesis sobre C.S. Lewis, convirtiendo a Lewis el centro de una estrella –de una vocación– en la que, en uno de sus extremos estaba la propia Irene. Al hacer eso no sólo quería comprender a Lewis a fondo; quería también entrenarse en la tarea de hacer de cualquier otro autor estudiado y de cualquier otra persona cuando trataba con ella, el centro del universo.

«Comprender [subrayó Irene en un libro de Guardini] significa no solo captar un objeto que está ahí, sino invertir el punto de referencia acostumbrado y captar al otro partiendo de que el mundo entero, la existencia entera, están centrados en él» (Escritos políticos, Palabra, Madrid, 2011, 300).

También en Lewis encontró esta misma idea. En su obra La experiencia de leer, aquel profesor de Literatura en Oxford y Cambridge, habla de tratar a los libros como, análogamente, podemos tratar a las personas. Dice Lewis que hay dos tipos de lectores: los malos, que usan los libros buscándose a sí mismos –como las personas usamos a otras personas buscándonos a nosotros mismos–; y los buenos lectores, que reciben los libros –que acogen a otras personas–, dejándose atravesar por ellas y descubriendo, así, un mundo nuevo.

Desde esa actitud fundamental, para ese descentramiento que supone no tomarse a uno mismo como centro del universo y que es la virtud del verdadero investigador, podía Irene haber escogido a cualquier autor; pero escogió a Lewis por diversas razones, de las que creo conveniente subrayar tres:

  1. Irene intuyó que Lewis había recorrido justo ese camino de descentramiento en su propia vida, poniendo en el centro a los autores que amaba y estudiaba, a sus lectores y, finalmente, a Dios.

  2. Lewis encarnaba cuatro cosas que Irene quería llegar a ser: era un académico ejemplar, tenía gran influencia en la vida pública, era escritor de éxito y se dedicó a promover la presencia de Dios en la sociedad. Irene se imaginaba a sí misma haciendo estas cuatro cosas.

  3. Irene creía haber descubierto en el método de Lewis, como investigador, divulgador y apologeta, una vía muy fecunda y apenas explorada para superar el dilema Fe-Razón que ha fracturado el corazón del hombre moderno en dos mitades. Era el método por el que el mismo Lewis había reconocido a Dios. Era el método por el que Irene había superado la creencia de que Dios es una idea y ser cristiano una moral; el método que le permitió «ver» su propia experiencia de ser personalmente amada por Dios y el método que le permitió proyectar cómo quería, con su vida, responder a ese amor.

La profesora Vázquez durante una conferencia 
en la Universidad Francisco de Vitoria (2012).
¿Cuál es ese método? Para eso, querido lector, tendrás que leer el libro del que ahora hablamos. Me interesa subrayar ahora, especialmente para los estudiosos de Lewis y para los interesados en las relaciones entre fe y razón, que ese método pasa por una epistemología de la imaginación –por reconocer que la imaginación es una forma de conocimiento– y por una pedagogía que nos ayuda a descubrir en nosotros un deseo insatisfecho, el hambre de joy, alegría, gloria.

La tesis, conviene decirlo, quedó en forma de borrador con algunos de sus desarrollos apenas esbozados; las conclusiones y la prospectiva sólo están esbozadas, aunque nítidamente orientadas. Eso nos permite continuar nosotros investigando las trayectorias allí apuntadas, que se insertan, conviene decirlo, en la vanguardia de la filosofía y la teología contemporáneas, una vanguardia que reconoce que la tarea de conocer no es sólo de la inteligencia, sino del hombre entero, y no sólo de la razón pura, sino también de la razón imaginativa, simbólica, narrativa, histórica. Esa razón ampliada y esa actitud comprometida, nos predisponen para «ver lo esencial», lo que «es invisible a los ojos» y «sólo se ve con el corazón» (Antoine de Saint-Exupery).

Por mi parte, las dificultades e incomprensiones que esta obra plantea me resultan liberadoras, porque me permiten no reducir a Irene a mis recuerdos; me permiten seguir viéndola como distinta de mí, como irreductible a lo que yo pienso y recuerdo y, por lo tanto, me permiten seguir viendo a Irene como a una guía –pues en esto también se parecen las vocaciones auténticas y las estrellas– que puede iluminar no sólo mi investigación académica, sino también mi pretensión de aprender a ver como vería Irene, a Cristo encarnado, ya en esta vida.

...

* VÁZQUEZ ROMERO, Irene. Inteligencia de la fe, inteligencia de la realidad en C. S. Lewis (1898-1963). Edición, presentación y notas de Salvador Antuñano Alea y Álvaro Abellán-García Barrio, Universidad Francisco de Vitoria, Colección Homanajes (1), Madrid, 2016.

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