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lunes, 27 de junio de 2016

Fundación de la comunidad: la comunicación

Fotograma del anuncio del Banco Sabadell que reproducimos íntegro más abajo.
«Quizá no sabemos lo que decimos cuando hablamos de comunidad», pensamos cuando decidimos explorar el anhelo de comunidad que escuchamos hoy en muchos ámbitos personales y profesionales. En busca de la comunidad que anhelamos repasamos con Emmanuel Mounier diversos grados de vida comunitaria que hoy conocemos bien, explorando sus grandezas y su insuficiencia. Así, contemplamos las sociedades de masas o impersonales y las sociedades del nosotros; recordamos el valor de la camaradería y de las sociedades vitales; repasamos el sentido de las sociedades razonables y de las sociedades contractuales; y, por último, esbozamos la utopía de lo que, ahora sí, nos atreveríamos a llamar la comunidad ideal. Vimos, finalmente, que esa comunidad ideal no se da de forma automática, pasiva, sino que exige una tensión entre quienes queremos conformarla, una tensión que nos obliga a mirar y tratar al otro como un prójimo.

Hoy vamos dar un paso más. En cierto modo es el último de nuestro itinerario, pero estuvo presente desde el principio. Este paso es a un tiempo el primero y el último, puesto que propone una actitud que debe ser constantemente renovada; hasta el ciclo de los días y las noches nos habla de este ritmo por el que cada día tratamos de ser mejores.

Dado que vamos a ser muy sintéticos y corremos el riesgo de quedarnos en palabras y abstracciones, te invito a contemplar, antes de continuar leyendo, el vídeo que tienes bajo esta línea.



Esta vez seguimos el texto "El Personalismo", en MOUNIER, Emmanuel, El personalismo. Antología esencial, Sígueme, Salamanca, 2002. Allí dice nuestro autor que «el primer acto de la persona es suscitar con otros una sociedad de personas, cuyas estructuras, costumbres, sentimientos y, finalmente, instituciones, estén marcadas por su naturaleza de personas: sociedad cuyas costumbres solamente comenzamos a entrever y a esbozar» (700).

Este primer acto de la persona en cuanto que persona nos habla ya de su dimensión originariamente social o comunitaria. En realidad, esto que resume Mounier en apenas una frase implica hasta cinco actos originales y originarios del ser personal: «La persona se funda en una serie de actos originales que no tienen su equivalente en ninguna otra parte dentro del universo» (700). ¿Cuáles son esos pasos? Vamos a re-pasarlos.
«1. Salir de sí. La persona es una existencia capaz de separarse de sí misma, de desposeerse, de descentrarse para llegar a ser disponible para otros. Para la tradición personalista (particularmente la cristiana), la ascesis de la desposesión es la ascesis central de la vida personal; sólo libera a los otros o al mundo aquel que primero se ha liberado a sí mismo. Los antiguos lo llamaban luchar contra el amor propio; hoy día nosotros lo llamamos egocentrismo, narcisismo, individualismo.

2. Comprender. Dejar de colocarme en mi propio punto de vista para situarme en el punto de vista del otro. No buscarme en algún otro elegido semejante a mí, no conocer a los otros seres con un saber general (el gusto por la psicología no es interés por el otro), sino abrazar su singularidad con mi singularidad, en un acto de acogimiento y un esfuerzo de concentración. […]

3. Tomar sobre sí, asumir el destino, la pena, la alegría, la tarea de los otros, “sentir dolor en el pecho”.

4. Dar. La fuerza viva del impulso personal no es ni la reinvindicación (individualismo pequeño burgués), ni la lucha a muerte (existencialismo), sino la generosidad o la gratuidad, es decir, en última instancia, el don sin medida y sin esperanza de devolución. La economía de la persona es una economía de don y no de compensación o cálculo. La generosidad disuelve la opacidad y anula la soledad del sujeto, incluso cuando no recibe respuesta» (700)

«5. Ser fiel. La aventura de la persona es una aventura continua desde el nacimiento hasta la muerte. Así pues, la consagración a la persona, el amor, la amistad, sólo son perfectos en la continuidad. Este no es un despliegue, una repetición uniforme como los de la materia o la generalidad lógica, sino un continuo resurgir. La fidelidad personal es una fidelidad creadora» (701).
Estos cinco pasos son comunicación personal en el preciso sentido de que son el modo pleno en el que las personas nos damos, nos acogemos y ponemos nuestra vida en común. Comunicarse, en sentido fuerte, no es compartir ideas, sentimientos o información, sino compartirnos. Alguno dirá que aquí el amor y la comunicación prácticamente se identifican... y tendrá razón, siempre que entendamos bien qué significa amar.
«Se dice, equivocadamente, que el amor identifica. Esto sólo es verdad en la simpatía, en las afinidades electivas, donde buscamos aún un bien para asimilar, una resonancia de nosotros mismos en un semejante. El amor pleno es creador de distinciones, reconocimiento y voluntad del otro en tanto que otro. […] De este modo, la relación interpersonal positiva es una provocación recíproca, una fecundación mutua» (701).
El amor y el diálogo, la comunicación y la comunidad, no es dejar de ser lo propio para ser sólo lo común. Pero sí es liberarnos de los apegos y las estrecheces que nos impiden ser la persona que somos y alcanzar nuestra verdadera talla. Así, amor y diálogo, comunicación y comunidad, adquieren su verdadero perfil, su tensión auténtica, que es una unidad en lo diverso siempre renovada, más sobrecogedora que el cielo estrellado, más hermosa que la mejor de las sinfonías. Una auténtica obra de arte colectiva. Una expresión frágil y amenazada, nunca perfecta, pero verdadero signo y anticipación del mayor de nuestros anhelos.

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