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jueves, 21 de enero de 2016

Ficción y realidad en torno a la figura de Kapuscinski

Ryszard Kapuscinski, captura de pantalla del reportaje Poet on the front line (Gabrielle Pfeiffer, 2004).
Ryszard Kapuscinski ha sido reconocido como «el mejor reportero del siglo XX». En España se puso de moda a finales de los 90 y desde entonces hasta su muerte, en enero de 2007, su leyenda fue creciendo en los círculos periodísticos y universitarios. Quizá el momento cumbre de su popularidad en nuestro entorno lo alcanzó en 2003, cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.

En el año 2010 llegó a España Kapuscinski, non-fiction, una biografía del maestro escrita por uno de sus discípulos, Artur Domoslawski. Un aforismo latino atribuido a Aristóteles reza así: Amicus Plato, sed magis amica veritas (algo así como «Amigo de Platón, pero aún más amigo de la verdad»). Pues bien, Domoslawski parece compartir esa idea y no tiene inconveniente –con ciertos apuros– en desmentir algunas imprecisiones y leyendas que Kapuscinski construyó no sólo en sus reportajes, sino en torno a su propia persona.

La polémica en torno al libro, seguramente alentada para vender más ejemplares, a mí me desanimó de su lectura. Han pasado cinco años y los Reyes Magos me invitaron a hacer las paces con ambos, Kapuscinski y Domoslawski, y he devorado las más de 600 páginas de la biografía en apenas una semana (sí, también he cumplido con mis responsabilidades laborales y familiares). Me alegro de haberlo hecho pues, como sostiene Domoslawski, sólo se puede querer al maestro si se lo contempla en su verdad, y flaco favor le hacemos si construimos en torno a él una hagiografía.

La máxima latina tiene su sentido: el vínculo más fuerte que puede unirnos a los hombres entre nosotros es la verdad, también la verdad de nosotros mismos. A veces no la compartimos por miedo al abandono y, sin embargo, eso nos encierra en una terrible soledad que, al parecer, corroía por dentro a Kapuscinski, especialmente en los últimos años de su vida, curiosamente, los de mayor reconocimiento y éxito mundial. Y, sin embargo, cuando a la verdad le acompañan otras virtudes, como la paz y el perdón, qué nuevo vínculo tan poderoso y firme puede unirnos de nuevo.

Recorrer la biografía de Kapuscinski es recorrer la historia de la Polonia pre-soviética y soviética, recorrer el llamado Socialismo Real y también su caída en 1989. Pero es también recorrer el proceso de descolonización de África y las revoluciones y dictaduras de Iberoamérica. Es también debatirnos entre un periodismo objetivo y un periodismo comprometido, y tal vez encontrar una buena síntesis en el ejercicio que intenta Domoslawski, más preocupado por la verificación de datos que su maestro y también conocedor de las estructuras narrativas, aunque en esto no logre la altura de su mentor.

Es, también, acompañar a un alma que mudó su fe en la Iglesia por la fe en el Socialismo, que estuvo siempre del lado de los pobres, que no logró hacer las paces con la Iglesia oficial aunque tuvo, hasta el final, una peculiar relación con la Virgen y con Dios. Recorrer la vida de quien quiso convertirse en buen periodista y, además, ser reconocido, que mudó de periodista a literato y que quiso llegar a intelectual. Ese intento suyo de fundamentar el Periodismo en la filosofía del diálogo es, por cierto, una intuición que comparto.

Domoslawski, a modo de preámbulo, repasa cinco citas que anteceden a su texto. La primera dice así: «Todas las personas tienen una vida pública, una privada y una secreta» (Gabriel García Márquez, a su biógrafo Gerald Martin). El mayor secreto que trata de escudriñar este libro tiene que ver con la personalidad de Kapuscinski, su forma de ser, sus valores… algo de lo que apenas sabían nada sus amigos más íntimos. Algún día tendré que compartirte todo eso, pues es precisamente en su carácter donde podemos encontrar las claves de su grandeza. Por ahora, me conformo con invitarte a recorrer las páginas de esta apasionante biografía.

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