El maestro Chema Madoz retratado por Lupe, cortesía de HelloLupe.com. |
«Y cómo se llamará nuestro grupo?», preguntó Jessica. «16 ISOS», bromeó Lucas. Ya era mucho decir 16, pues apenas media docena de alumnos éramos los preocupados por la fotografía a mediados de los 90 en la Universidad Francisco de Vitoria. No obstante, 16 ISO, esa mítica sensibilidad estudiada en los libros pero nunca vista en la vida real, hablaba de un grano de plata de gran calidad, impresionado a fuego lento. Han pasado algunos años y miles de fotos desde aquel principio de no se sabía muy bien qué. Pero aquel mítico carrete soñado entonces se ha revelado en las vidas de muchos de nosotros (Ramón, Willy, Áboli, Lupe... aunque toda enumeración es una memoria injusta y recuerdo ahora especialmente a las primeras generaciones).
Eres fotógrafo cuando una luz que pide a gritos un autógrafo te llama por tu nombre. Hubo un tiempo para los francotiradores en esto del teleobjetivo; y para los luchadores de sumo en esto del gran angular. Recuerdo a muchos compañeros fotógrafos y a muchos alumnos fotógrafos. Recuerdo las resistencias de muchos a la fotografía digital. ¿Acaso no es la fotografía un desafío al paso del tiempo? ¿Acaso no lucha todo fotógrafo por convertir el presente en eternidad?
Durante años nos rebelamos por revelar en blanco y negro. Durante años hablamos de hablar de nuestras fotos en algún foro. Durante años proyectamos proyectar nuestros proyectos desde una plataforma común. Disparábamos sin hacer demasiado caso al exposímetro, con la seguridad de que las mediciones matriciales ofrecen resultados demasiado previsibles, con la inquietud del que acaba de salir del laboratorio y aún no ha compartido su ampliación con el amigo.
Hay quien dice que la hora de los francotiradores ha pasado; que la revolución digital se ha impuesto y ya todos somos fotógrafos y exponemos nuestra obra al mundo. Aquí estamos, los fotógrafos del mundo. Organismos vivos para que la máquina tecnológica siga en marcha. Hay que comprar, disparar, publicar, comentar, volver a comprar un trasto con opciones nuevas, volver a disparar, volver a publicar, volver a comentar...
Publicamos a un mundo sin rostro y con número, nos ahorramos esa mezcla entre la timidez del novato y el orgullo del padre. Sin embargo, siempre hubo fotos y fotos. Siempre son efímeras o proféticas. Y aún hoy, hasta las técnicamente menos logradas, recogen la firma de la luz. Y es la luz, y no el fotógrafo, la que revela un pedacito de realidad que encierra algunos de nuestros sueños. Y soñamos.
Da gusto pasearse por photoblogs de noveles inquietos y viejos amigos, descubrir antiguas promesas cumplidas, nuevas promesas que desafían al tiempo. Miradas. Ventanas al mundo, que nunca deja de hablarnos. Ver técnica que no es sólo técnica, sino espacio de encuentro. Disparamos para ganar vidas. Disparamos para rescatar y regalar ese lugar donde la vida se ensancha.
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Este artículo es respuesta a un encargo de mis alumnos para un proyecto de final de grado sobre fotografía. Fue publicado originalmente en LaSemana.es y pertenece a la serie #TúTambién.
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