Fotograma de Hijos de los hombres (Alfonso Cuarón, 2006). |
Me escribe mi mujer por WhatsApp una cita del papa Francisco: «Está pendiente el desarrollo de una nueva síntesis que supere falsas dialécticas de los últimos siglos» (Laudato si’, 121). Aunque esta encíclica me despierta mucho interés por innumerables motivos, aún no he podido trabajarla a fondo. En casa hemos comprado un solo ejemplar –criterio ecológico en el seno de una economía integral– y está en poder de Amalia. Aunque las encíclicas están todas digitalizadas y disponibles gratuitamente en la web del Vaticano, prefiero el libro. Los libros no son principalmente almacenes de palabras, sino objetos culturales que nos invitan a relacionarnos con la palabra con unas actitudes y no otras. Por eso, espero.
Mi mujer intuía que aquellas palabras me iban a interesar, y acertó: «Está pendiente el desarrollo de una nueva síntesis que supere falsas dialécticas de los últimos siglos». Ya está. Eso era. Para eso escribo este blog. A ratos, para lograrla en mi mente y mi vida; a ratos, para lograrla en algunos campos académicos, especialmente en la Universidad y en la Comunicación; a ratos, para persuadirnos entre todos de la necesidad y fecundidad de esa síntesis. Muchos ratos y acentos para una sola misión. Esa es la síntesis. Mi fuente es la vida; mi método, la filosofía de la comunicación.
De pronto, me doy cuenta de que he dicho todo con pocas palabras. Mucho habrá que dejarlo para otra ocasión, pero analicemos un poco, vayamos por partes. El artículo más radical en el que propongo el paso de las «falsas dialécticas» a una «nueva síntesis», que llamo dialógica –por fundamento, método y actitud personal–, quizá sea este: De la dialéctica a la dialógica. Pero no se lo recomiendo. Es droga dura. Hice un experimento con varios colegas y provoca mareos y nauseas. Mola, porque parece que uno sabe de cosas de las que nadie más sabe y eso da cierto prestigio académico -sobre esto, volveremos luego-.
Será más fácil empezar por aquí: las «falsas dialécticas» son tan antiguas como el hombre; pero alcanzan un desarrollo, definición y vigencia sin precedentes a partir del Occidente Moderno (Ilustración, Revolución francesa, Ideologías). Las ideologías son un discurso apasionado y disfrazado de verdad diseñado para la transformación social. Y lo peor de todo: que uno puede creérselas, vivir desde ellas sin conciencia alguna, con la misma seguridad con la que se siente ahora leyendo esta entrada de blog. Como en The Matrix.
Para lograr su objetivo, los ideólogos ponen delante de sí mismos -y del otro- lo que necesitan ver y sufrir, descartando todo lo demás. Ideas simples, pasiones fuertes y una clara orientación. Eso es todo. El reduccionismo y el enfrentamiento están servidos. Su expresión más contundente fueron los totalitarismos del siglo XX. Su vigencia dispersa, pero constante y cruda, son los genocidios del XX que continúan en el XXI -sí, el Estado Islámico, entre otros casos-. Feminismos, nacionalismos, ecologismos, y algunos discursos económicos son su expresión actual más invisible, por estar revestidos de pasiones disfrazadas de Ciencia, Historia y Progreso. Pero ahí están. Transformando de forma callada y constante nuestros pensamientos y corazones. Algunos ejemplos: La mentalidad dialéctica, en las aulas; La dialéctica de los males empleados y las malas empresas; Muere la inteligencia; La lógica del resentimiento; Educación para la empleabilidad; Lo que Pablo Iglesias no cuenta; Lucy (Luc Besson, 2014), ¿ciencia o milagro?. En literatura y cine, los géneros de la ciencia ficción, las distopías y los futuros postapocalípticos, ilustran con bastante acierto, como ocurre con Hijos de los hombres, el infierno al que nos conducen todos estos planteamientos.
La «nueva síntesis» que necesitamos es una síntesis de inteligencia –que supera las graves contradicciones de los ideólogos– y es una síntesis en el amor –todo está conectado; y la salud de esas conexiones y de cada uno de los elementos del todo, es buena para el todo y para cada uno–. Porque es una síntesis intelectual hay orden y jerarquía; y porque es una síntesis en el amor la jerarquía no significa dominio, sino servicio. Si los criterios éticos imperan sobre los criterios técnicos en la redacción de las noticias, no es para amargar al periodista o constreñir el género noticioso, sino para fecundar al periodista y la noticia, adensar su plenitud.
La síntesis de inteligencia en el amor es una cuestión de dignidad. Por eso empecé por mencionar a mi mujer en esta nota. Se trata, sobre todo, de la unidad de vida, que los antiguos llamaron vocación. El mayor enemigo de la síntesis no es el avance del conocimiento, sino el propio hombre: sus miedos al «se piensa» y «se dice», a perder el buen nombre y la fama; en definitiva, a la muerte, en su sentido no sólo biológico, sino económico y social. Preferimos no perder dinero o trabajos, no ser excluidos o descartados y el precio de esa muerte en vida es renunciar a la vocación.
Se dice, se piensa, que la dignidad del estudioso está en relación con su capacidad de análisis, de obtener nuevos y precisos resultados, de su capacidad de impacto social inmediato, de su originalidad... La síntesis es académicamente despreciada y así el estudioso se transforma en ideólogo. Miramos con ternura a los estudiosos que escriben pequeños libritos sobre el amor o el arte y despreciamos académicamente a quien todavía se atreve a pensar el mundo. Admiramos, en cambio, a quien escribe 10 volúmenes sobre el elefante africano que, preguntado por la situación política de su país, responde orgulloso: «ese no es mi campo». Sobresaliente en elefantes, Suspenso en Humanidad.
Sí, cito en griego y cometo imprecisiones. Sí, escribo de filosofía, de comunicación, de universidad, de educación y de cine y sé menos de cada una de esas cosas que muchos aficionados y que la mayoría de mis queridos lectores. Pero no puedo prescindir ni del griego ni del cine; ni de los átomos ni de mi mujer; ni del Misterio, los ministros y las menestras; ni del canónigo de ensalada o de catedral. No puedo hacerlo, pues «hay una sola grieta decididamente profunda y es la que media entre la maravilla del hombre y los desmaravilladores» (Benedetti dixit) y he elegido en cuál de ambos lados pongo mis pies. También en esto Hijos de los hombres expresa con bastante acierto cuál es la tarea de nuestro tiempo. Porque no se trata de saberlo todo de todo, ni todo sobre alguna cosa trivial; sino de ordenar lo que sabemos. Y no se trata de salvarme yo, sino de llevar cada cosa -se entiende, cada cosa dispuesta a reconocer su necesidad de salvación- al lugar en el que todo queda salvado.
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