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jueves, 19 de marzo de 2015

Calidad en la universidad: de los cuestionarios de satisfacción a las bodas

Boda de un antiguo alumno de la Universidad Francisco de Vitoria (14-03-2015).

La evaluación de la calidad docente es uno de los grandes retos de la universidad española y el primer indicador relevante se obtiene a partir de los cuestionarios de satisfacción de los alumnos. Es razonable: los cuestionarios son una forma de evaluación a bajo coste que proporciona datos estadísticos fácilmente comparables entre grados, tipos de asignaturas, profesores, resultados de años anteriores y datos de otras universidades.

Los números dan cierta sensación de objetividad y precisión, aunque la experiencia revela que, preguntes lo que preguntes, las respuestas tienen más que ver con un vago y general sentido de satisfacción o insatisfacción con el profesor y muy poco con lo que de hecho ocurre con la asignatura. Como profesor, considero la información que recibo de mis alumnos gracias a esas encuestas una fuente valiosa, pero insuficiente. Me sirve para contrastar mi percepción personalísima con esa vaga y generalizada percepción de la clase, que no se corresponde con la de ningún alumno particular; y los baches y picos de la gráfica conformada por los resultados en cada ítem me permiten reconocer la percepción de mis alumnos sobre aspectos fuertes y débiles de mi actividad docente.

Es importante distinguir entre las percepciones y la realidad, no porque las primeras sean poco importantes, sino porque cambiar una percepción exige un plan de acción distinto al de cambiar una realidad.

Dicho eso, las encuestas de satisfacción son una fuente insuficiente y menor, por innumerables razones sobradamente estudiadas. Algunas de ellas son:

  • La encuesta es una foto-fija del ánimo de la clase en un día concreto, que puede reflejar algo muy distinto de otra foto tomada días antes o después;
  • se limita a plantear ítems estandarizados que pueden ser poco significativos con respecto a los objetivos de cada asignatura concreta;
  • excluyen las apreciaciones personalmente formuladas, cuando el aprendizaje es siempre algo personalísimo;
  • recogen apreciaciones de aprendizaje inmediatas, lo que premia a las asignaturas significativas a corto plazo y penaliza a otras cuyo aliento y fecundidad se revela sólo con el correr de los años
  • cuando esta es la única fuente de información sobre la calidad docente, proporcionan una falsa seguridad a terceros –responsables de calidad, por ejemplo– sobre lo que realmente ocurre en las aulas, pues la experiencia formativa responde a una lógica muy distinta de la lógica del cliente satisfecho.

Hay literatura académica abundante sobre estas limitaciones y sobre la inevitable perversión de la función docente cuando todo se resuelve en la satisfacción inmediata del alumno. También hay literatura académica y experiencias de mejora de la calidad docente cuando este asunto se convierte en una preocupación real y se incorporan herramientas de formación y evaluación del profesorado más personalizadas y cualitativas.

Los casos de éxito pasan por una mayor inversión que la de contratar a un becario para pasar cuestionarios y comprar un software para compilar resultados; por incorporar herramientas de formación y evaluación de los profesores más cualitativas y personalizadas, como diarios de aprendizaje de los alumnos y de los profesores o el portafolio del profesor y su asignatura; por evaluar algunos resultados formativos a largo plazo; y, sobre todo, por un cambio de cultura en la institución, que debe confiar más en el interés de sus propios profesores por mejorar como docentes. De esa forma puede identificar a un núcleo de profesores comprometidos con la calidad de la educación que, además de ser referentes para sus alumnos, lo son también para sus colegas, de forma que puedan inspirar y liderar cambios reales en la calidad docente de la institución.

Las bodas de antiguos alumnos

No pretendo llevar cuestionarios a esas bodas -¡dejarían de invitarme!-, pretendo sugerir que la información sobre la experiencia universitaria que podemos obtener de antiguos alumnos que se reúnen en una boda a la que invitan a algunos de sus profesores es una fuente de información mucho más rica que la que ofrecen las encuestas de satisfacción. Propongo utilizar el ejemplo de estas bodas como una metáfora del tipo de fuente y del tipo de información que sería relevante valorar para una universidad interesada en cuidar la formación integral de sus alumnos y en valorar sus efectos en el medio y largo plazo. La experiencia de la que hablo es real, arroja resultados significativos y creo que puede ayudarnos a repensar qué es lo que deberíamos cuidar en eso que llamamos calidad de la formación universitaria.

Este regalo de ser invitado por un antiguo alumno a su boda es algo que he tenido el privilegio de vivir con cierta frecuencia. Este año llevo una y tendré otra en verano. El caso es que durante varios años, de manera informal, he reconocido algunos patrones significativos. Por ejemplo: no soy el único profesor invitado a estas bodas y me consta que otros antiguos alumnos míos y de la universidad que se casan también este año han invitado a algunos profesores. Sucede a veces –como a mí en la boda de este verano– que los profesores invitados no siempre han impartido una asignatura al alumno que les invita, sino que se han conocido por otras vías, digamos, extra-académicas. Y veo que esto no es algo infrecuente en mi universidad, pero sí lo es en otras universidades: a muchos invitados les sorprende descubrir esta relación entre maestros y discípulos y se lamentan de no haberla tenido.

Los alumnos con los que hablo en estas bodas han consolidado una personalidad y un carácter que, según confiesan, queda marcado por una experiencia universitaria y profesional que poco tiene que ver con las competencias alcanzadas en una o varias asignaturas. Las opiniones de los antiguos alumnos sobre su experiencia universitaria son mucho más maduras que las que expresaron cuando eran alumnos y su percepción sobre lo bueno y lo malo que sufrieron ha cambiado mucho.

En la última boda, un antiguo alumno de Administración y dirección de empresas decía: «A la universidad vas a aprender a pensar, a aprender a convivir y a llenar de sentido tu vida; ¿aprender a trabajar? La empresa es ya otro mundo, que viene luego y en el que todo se da solo y con facilidad si has aprovechado la universidad. Además, en cada trabajo hay que aprender cosas nuevas, que ya llegarán, pero eso no es lo importante cuando estás en la universidad». Lo escuchas, y te sorprende. Y lo que es peor: te sorprende que te sorprenda, porque la mentalidad que empieza a imponerse en las universidades te llevó a olvidar eso que trataste de enseñar siempre: que la teoría es la forma más elevada de práctica.

Este alumno, por cierto, habla varios idiomas, mantiene contactos profesionales en tres continentes, está felizmente casado y su mayor preocupación es elegir en qué país va a querer trabajar los próximos años. Es decir: es una fuente ligeramente más interesante que el conjunto de cuestionarios anónimos de alumnos de 1º de grado, que aun no están seguros de si han acertado al matricularse en una universidad.

Otro patrón que descubro en mis propias carnes es que la relación entre maestros y discípulos sigue resultando significativa para ambos, profesional y vitalmente. Las redes de contactos se enriquecen a la luz de ideales compartidos. La motivación se renueva y los sueños crecen. Las propuestas y proyectos se actualizan. El futuro compartido entre profesores y alumnos es más grande al acabar la carrera que al empezar la asignatura. Resulta que apenas hay relaciones significativas entre los datos que manejan los responsables de calidad y las experiencias y encuentros que los antiguos alumnos reconocen como significativos. Entonces recuerdas que todo esto de la educación no va de sistemas y metodologías, sino que va de encuentros significativos entre personas; y que esas personas y esos encuentros son una realidad invisible para los estándares low cost de calidad de buena parte de las universidades.

Y es entonces cuando descubres que el vínculo formativo que une a profesores y alumnos les permite a ambos reírse de aquellos cuestionarios de evaluación y de tantas otras cosas que parecen significativas en los despachos. Y comprendes por qué Oxford sigue siendo la mejor universidad del mundo. Y por qué los oxforitas miran con horror la estandarización y mercantilización de la universidad europea. Pues el milagro de una boda, de una vocación, de una comunidad humana vinculada en tradición, de una donación mutua a la caza de un ideal de vida, es un milagro cotidiano y vitalista que revienta todas las pretensiones estadísticas.

Quizá a algunos todo esto les suene muy poético y poco práctico. Repasemos algunas claves:

  • Si la formación universitaria es personalizada, la duración y firmeza de los vínculos entre profesores y alumnos no es un factor menor, sino el único signo que pone de manifiesto que la enseñanza fue realmente personalizada.
  • Si los grados universitarios pretenden ofrecer una formación perenne, significativa para toda la vida, el mejor modo de valorar si lo logran no es preguntar al alumno mientras está cursando la asignatura, sino preguntarle 5 o 10 años después.
  • Si la formación universitaria exige cierta madurez para ser asumida y comprendida y parte de su éxito sería precisamente el de propiciar la maduración de los alumnos, es razonable pensar que el juicio maduro de esos alumnos es mucho más relevante y rico que el juicio que tenían cuando empezaron sus estudios universitarios.
  • Si nos interesa saber a dónde les conducirá la formación universitaria que recibieron en nuestras aulas, será bueno saber dónde están trabajando 10 o 15 años después de que pasaran por nuestras aulas.

Seguramente, querido lector, a ti se te ocurrirán otras claves interesantes. Esa es la magia de las metáforas. Por favor, no dejes de compartirlas en tus comentarios a esta entrada.

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