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domingo, 28 de diciembre de 2014

Elogio de la teoría II: la forma más elevada de práctica


Entre muchos hombres de acción existe un discurso generalizado acerca de la «inutilidad de la teoría»; lo que podríamos llamar una teoría sobre el desprecio a la teoría, lo cual resulta contradictorio, equivocado y un poco divertido. La razón de esta contradicción la apuntamos en Elogio de la teoría I: origen y perversión del concepto:
«Una de las esquizofrenias del hombre moderno es la oposición entre la “teoría” y la “práctica”. Hoy, ambas actividades nos parecen asuntos radicalmente distintos y así los tratamos, generando discursos, disciplinas científicas, sistemas educativos, obras culturales, profesiones, formas de organizar la vida social, etc., que fragmentan y separan aún más ambas dimensiones de la vida humana, produciendo consecuencias traumáticas en el interior de cada persona y en todos los órdenes ya mencionados».
En aquella nota recordamos también que la expresión griega theorein remite a la práctica de observar; y que el verdadero teórico no es el que hace castillos intelectuales, sino quien sale de su pequeño mundo y de sus prejuicios hacia el encuentro con lo real, lo cual le lleva no sólo a observar, sino a asumir la disciplina propia del observante. Como Mark Knopfler, a la escucha y al servicio de la música. Desde ese ángulo conviene mirar lo que ahora sigue.

La inutilidad; o la búsqueda de lo valioso por sí mismo

La acusación de «inutilidad» que se esgrime contra la teoría nos hace gracia a los teóricos, pues uno de los motivos por los que amamos la teoría es por lo que tiene en común con el arte, los juegos, el deporte y la oración: que son actividades valiosas, entre otras razones, porque son inútiles. No son actividades que hagamos para lograr resultados, son actividades que hacemos porque nos liberan y nos mejoran, entre otras cosas, porque nos sustraen de la lógica del dominio, el éxito, el ego y el cálculo… y nos elevan a una lógica de la creatividad, la gratuidad y la entrega desinteresada.

Ese es el sentido fundamental de la anécdota de Tales de Mileto con la joven tracia. También se explica bien desde esta perspectiva la afirmación de Sócrates en el Gorgias de que «es peor cometer injusticia que padecerla». En la lógica de los intereses, el éxito y el amor propio no hay nada peor que padecer injusticia y la afirmación socrática resulta absurda, propia de cándidos y tontorrones. En la lógica del observar siempre el bien y nunca el mal, la afirmación de Sócrates cobra todo su relieve. Retomando el ejemplo de la música, es habitual distinguir entre interpretaciones técnicamente perfectas pero sin alma y otras en las que las limitaciones del artista se tornan invisibles frente a la rotundidad de su fuerza expresiva. Conviene añadir aquí que la expresividad atrae a la técnica hacia su plenitud, mientras que la perfección técnica, por sí misma, no conduce a altas cotas de expresividad.

Los ejemplos de Sócrates y de Tales, personas polarizadas por un bien tan alto que parecen torpes a ojos de quienes se ocupan sólo de la utilidad inmediata, explican muy bien la frase que pretende clarificar esta nota: «la teoría es la forma más elevada de práctica». Desde la actitud del desprendimiento uno puede ocuparse sanamente de sí mismo y de la búsqueda honesta de buenos resultados… pero desde la voluntad de dominio, desde el ego y desde la búsqueda del éxito, uno no puede desprenderse de sí mismo. Quien busca salvar su vida la perderá; pero quien la pierda por entregarla a los valores más altos, la salvará.

La acción sin teoría es violencia

Toda acción que no respeta la naturaleza de las cosas es violenta. Aunque hablemos de una violencia incruenta y sin sangre, puede ser una violencia moralmente muy grave, como la infidelidad o la mentira. El teórico busca conocer la naturaleza de las cosas para poder tratarlas con respeto. Sabe muy bien que la acción sin teoría, o sustentada en una teoría falsa, resulta violenta. Por eso el mandamiento cero es "¡Escucha!", pues quien no sabe escuchar, todo lo convierte en ruido, empezando por su propia vida.

Muchas veces la necesidad de reflexión surge cuando nos enfrentamos a un problema. De golpe, algo cambia el curso habitual de los acontecimientos y debemos detenernos, pensar, identificar las variables pertinentes que han generado el problema y tratar de solventarlas. Esto ocurre cuando la contabilidad de una empresa no cuadra, cuando el motor del coche se nos avería en mitad de una autopista, cuando el móvil se queda sin batería o cuando Dire Straits va a tocar en Madrid y no llegué a tiempo para comprar entradas.

Los problemas surgen, en este sentido, como un obstáculo o dificultad para el curso normal de nuestras acciones. Por eso los “problemas” son el arquetipo, el modelo, el ejercicio mental por excelencia del hombre de acción. Los problemas se imponen cuando la acción se ve afectada; y la lógica de la solución de problemas buscar regresar a la acción lo antes posible. Cuando un problema queda solucionado no se vuelve ya más sobre ese asunto, pues la reflexión dejó ya de tener sentido. Este ejercicio es propiamente teórico, aunque dada la confusión actual suele llamarse teórico-práctico y seguramente es bueno que así sea. Este tipo de reflexión sobre la propia acción mejora nuestra capacidad de actuar. En ese sentido la teoría sirve a la práctica, mejorándola.

Podemos dar un paso más: hacer una reflexión sobre el tipo de reflexión que estamos aplicando para resolver un problema. Esto ya suele llamarse “teorizar” y pocas personas se ven capaces de entrar en este juego. En el mundo del coaching se aplica este tipo de ejercicio, de forma básica y lúdica, con la expresión cambiar el marco de referencia. Cambiar el marco de referencia significa probar a ver las cosas de otra forma, desde otra perspectiva; al hacerlo, no sólo se encuentran alternativas para solucionar el problema, sino que el mismo problema puede disolverse, pues -aunque esto lo desconoce el hombre de acción- lo que hace que un problema sea tal no es la realidad, sino el modo en el que miramos esa realidad.

La reflexión crítica sobre nuestro modo habitual de pensar las cosas, y el ensayo de miradas alternativas, es un ejercicio puramente teórico, pero es la fuente de las grandes innovaciones, las más disruptivas o revolucionarias, tanto en el mundo de la ciencia y las humanidades como en el del marketing y la empresa.

Así vista, la teoría es necesaria para:
a) que la práctica no sea violenta;
b) solucionar nuevos problemas de la vida práctica;
c) mejorar nuestras prácticas; y
d) generar nuevas formas de pensar que disuelven antiguos problemas prácticos y generan nuevas y ricas posibilidades de acción. 
Estas cuatro formas en que la teoría fecunda la práctica justifican otro sentido de la afirmación aristotélica de que «la teoría es la forma más elevada de práctica». G. K. Chesterton lo diría así: «Yo soy un muy hombre práctico; y no hay nada más práctico que una buena teoría».

Mark Knopfler, líder de los Dire Straits. Fotografía de Tobias Röstlund / Scanpix.

De la resolución de problemas a dar sentido a la propia vida

Hemos hablado de lo problemático por referencia a lo que interrumpe el curso habitual de los acontecimientos. Hay sin embargo otras situaciones en la vida que no son exactamente problemáticas, aunque ahora solemos llamarlas así. Por ejemplo: que una chica (¿nosotras? ¿nuestra novia? ¿nuestra hija?) se quede embarazada; que nos detecten una enfermedad crónica; que dedique toda mi vida a trabajar en algo que no tiene sentido para mí... Este tipo de realidades no son problemas, en el sentido de que no son cosas que podamos solucionar, sino que son situaciones que comprometen nuestra vida. No exigen solución, sino respuesta personal. Es verdad que nos gustaría poder reducirlos a problemas para poder solucionarnos y apartarlos de nosotros lo antes posible. Pero la vida no es como las mates y no podemos reducir a contabilidad nuestra existencia.

La consecuencia más terrible del desprecio a lo teórico, a mi juicio, tiene que ver justo con esto: con aplicar las fórmulas y la lógica de los problemas a los asuntos humanos. Por eso no me canso de repetirme la genial frase de Salvador de Madariaga de que hay problemas que no están para que los solucionemos (al modo en que se arregla el motor de un avión), sino que esos problemas "nos solucionan", pues el modo en el que los enfrentamos nos define como personas. Ante mi maternidad o paternidad, mi enfermedad o el sentido de mi vida no puedo aplicar la misma lógica que ante la contabilidad de mi empresa o el motor de mi coche. No puedo aislar variables y operar sobre esas realidades como si no tuvieran que ver conmigo. No puedo solucionarlas y olvidarme de ellas como si ya no estuvieran allí. Pero todos lo hacemos, todos intentamos solucionarlo. Constantemente. Violentando esas realidades y/o frustrándonos por no poder solucionarlas.

Un verdadero teórico contempla sin miedos este tipo de preguntas y situaciones, tratando de penetrar en su misterio. Y cuando ha contemplado a fondo el misterio, todas las soluciones le parecen insuficientes, hasta el punto de que la mirada problemática de quien quiere quitarse el asunto de encima de inmediato le parece impertinente. Por estas razones el teórico balbucea a veces, y parece desorientado, como el sabio del que habla Platón, aquel que salió de la caverna y regresó, cegado por la luz, para liberar a sus compañeros esclavizados.

Pero que el sabio parezca a veces torpe o despistado no significa que no conozca la mejor respuesta. Lo que significa es que fruto de su viaje puede decir: «He visto cosas que vosotros no creeríais» (Blade Runner, Ridley Scott, 1982); y esas cosas que el teórico ha visto y los otros no, le llevan, algunas veces, a convertirse en una persona muy poco práctica, renunciando a ganar más dinero, obtener más poder, competir contra otros, o empeñarse en resolver lo que sabe irresoluble. Por supuesto, todo esto le convierte con facilidad en un incomprendido, e incluso es tachado de soberbio: «¿Cómo es que tú has visto y estás seguro de cosas que nosotros ni vemos, ni creemos?»

Vistos desde fuera, quizá los teóricos dan un poco de pena. O de miedo. Pero ellos saben que vivir en el misterio es más fecundo y humano que vivir entre problemas. Que una vida que responde al misterio de sí misma es más plena que una vida consagrada a la resolución de marrones. Si ahora quisiéramos identificar “vida práctica” y “plenitud de la vida humana”, entenderíamos el que a mi juicio es el sentido más fuerte de la expresión «la teoría es la forma más elevada de práctica»: saber quién soy, quién quiero ser y cómo llegar a serlo son cuestiones teóricas. Luego, claro está, toca practicar todo eso, caminar en la respuesta, pues sólo en la práctica, en la insistencia, en la observancia, aprendemos a interpretar la canción que somos cada uno de nosotros.

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