Una de las esquizofrenias del hombre moderno es la oposición entre la teoría y la práctica, muy vinculada a la falsa dicotomía entre palabra y acción. Hoy, teoría y práctica nos parecen asuntos radicalmente distintos y así los tratamos, generando discursos, disciplinas científicas, sistemas educativos, obras culturales, profesiones, formas de organizar la vida social, etc., que fragmentan y separan aún más ambas dimensiones de la vida humana, produciendo consecuencias traumáticas en el interior de cada persona y en todos los órdenes ya mencionados.
Entre los objetivos de este blog, en sintonía con el pensamiento dialógico, está contribuir a una nueva síntesis de saberes, a superar los falsos dilemas y las fracturas intelectuales y existenciales que son consecuencia del pensamiento moderno. Una de las tareas inexcusables en este proyecto es la de restaurar las relaciones entre teoría y práctica, entre pensamiento y vida. Dedicaremos a ello varias entradas y la primera ellas debe encargarse, en justicia, de rescatar el sentido original de la palabra teoría. Lo hacemos de la mano de uno de los intelectuales más relevantes de nuestro tiempo, George Steiner:
«La palabra teoría ha perdido su marca de origen. En un comienzo tenía significados y connotaciones tanto profanas como rituales. Aludía a una lucidez concentrada, a un acto de contemplación centrado pacientemente en su objeto. Pero se relacionaba también con el acto testimonial realizado de los representantes enviados en solemne embajada para oír a los oráculos u observar los ritos realizados en los sagrados Juegos Áticos. Un “teórico” es aquel que es disciplinado en la observancia –un término cargado de la doble significación de percepción intelectual y sensorial y de conducta religiosa o ritual–. La fuerza original de visión, de vista atenta implícita en la palabra, se halla presente en la frase de sir Thomas Browne: “Obtengo una verdadera Teoría de la muerte cuando contemplo una calavera o examino un esqueleto con las vulgares imaginaciones que éste arroja sobre nosotros”. Así, la teoría está habitada por la verdad cuando contempla constantemente su objeto y cuando, en el proceso observante de tal contemplación, mira, aferra, las a menudo confusas y contingentes (“vulgares”), es posible que erróneas, imágenes, asociaciones y sugerencias a las que da lugar el objeto. Sólo en la segunda mitad del siglo XVI, la “teoría” y lo “teórico” toman su apariencia moderna. Y sólo a partir de 1640 se considera, al menos en inglés, que un “teórico” es aquel que concibe y considera hipótesis especulativas.
Más tarde, la historia de la palabra exhibe una dualidad y, de hecho, un grado de autocontradicción característicos» (STEINER, George, Presencias reales, Destino, Barcelona, 2007, p. 84).
Digámoslo de una vez y sin anestesia: la expresión griega theorein significa observar. Cuando los filósofos griegos hablan de la teoría como la forma más elevada de vida no están proponiendo que la plenitud del hombre consista en encerrarnos solos en la habitación de pensar, ni tampoco en leer muchos libros, ni en que nos pasemos el día discutiéndolo todo. Están refiriéndose al ejercicio de observar, de mirar con amorosa atención, de insistir, de mantenerse fieles, de permanecer atentos, de contemplar. El canon de belleza griego presente en su escultura y su arquitectura es expresión del theorein, de lo contemplado. Los griegos usaban la palabra teoría para referirse al hecho de ver una obra de teatro, del mismo modo que mis alumnos hablan de visualizar cine. Ir al teatro era para los griegos una actividad teórica. Lo teórico, por lo tanto, no es sólo lo abstracto –que también–, sino lo visual, lo imaginativo. Imaginar (sean hipótesis científicas o mundos ficcionales posibles, como los del teatro) es una actividad teórica.
Cuando Platón utiliza la expresión theorein en filosofía se refiere también a una contemplación, a un ejercicio de observación atenta, amable y respetuosa de las realidades invisibles. Las palabras no son abstracciones, no son definiciones, son miradas y vectores, mediaciones, puentes entre quienes dialogan y la realidad contemplada y sopesada en ese diálogo. Por eso el diálogo es para él una aventura, un peregrinar de lo inmediato a lo profundo en el que se desvelamos el sentido de nuestra existencia. El verdadero teórico no limita su mirada a los conceptos y las abstracciones, sino que en los conceptos, las abstracciones y las imágenes descubre lo invisible, lo profundo que sustenta y sustancia cada realidad concreta.
Teorizar es para el griego salir de sí y atender amorosamente a la realidad contemplada. Al teorizar, el importante no es el teórico, sino lo contemplado. Eso es lo que subrayan los teóricos cuando exigen desinterés y nos piden que nos olvidemos de buscar lo útil. Esa actitud sostenía la vida de Tales de Mileto. Teorizar no es un ejercicio inmanente del sujeto, no es un juego mental, no es, en lo esencial, un discurso, sino una tensión para trascender la propia individualidad, para vincularnos a lo esencial. Teorizar representa, para el griego, la voluntad de comprender la naturaleza, y a sí mismo en ella y reinstaurar y expresar, así, la armonía perdida.
Teorizar, observar, exige ser observante, disciplinado, templado. Exige entrenar nuestra capacidad de atención. Exige sacrificar el propio capricho e interés y entregarse al objeto amado, al objeto de contemplación. Esa es una de las características que vinculan la experiencia metafísica y la religiosa. La otra, tiene que ver con el testimonio. El teórico testimonia la verdad, el bien y la belleza contemplada mediante su expresión. Su expresión, su palabra, que es testimonio de lo amado y contemplado, puede ser un gesto, un discurso, un diálogo, unos versos, una tragedia teatral, una escultura... La praxis -concepto sobre el que habremos de volver- y la poiesis son, en este sentido, consecuencias naturales del theorein, son la respuesta del amante a lo amado, testimonio de amor del amante.
Quiero compartir contigo una última apreciación sobre el texto de Steiner. Es algo en cierto modo gracioso pero, a la vez, terrible. Steiner dice que teorizar, que significaba observar, ha perdido su marca de origen, ya que a partir del siglo XVI se identifica al teórico con aquel que considera hipótesis especulativas. Pero… ¿qué era, originalmente, “especular”? Especular viene del latín speculari, que significa… ¡”observar”! Las últimas palabras del fragmento de Steiner reflejan bien lo difícil que resulta para el hombre de cada época salir de la visión de su propia época.
Vemos culturalmente y por eso somos más herederos de Descartes de lo que pensamos. Teorizar ha significado durante aproximadamente 2000 años algo distinto de lo que hemos entendido en los últimos 400 años. Por lo tanto, la mayor parte de los occidentales modernos y contemporáneos malinterpretan una de las actividades constitutivas de lo que hemos llamado Occidente.
Sirva esta primera nota para tomar conciencia de que los padres de nuestra civilización, cuando decían que la actividad más alta de la vida era entregarse a la teoría, no eran ni racionalistas, ni intelectualistas, ni abstractos, sino observadores y observantes, testigos y amantes.
[Añadido el 1/01/2015: La reflexión continúa en Elogio de la teoría II: la forma más elevada de práctica].
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