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domingo, 21 de diciembre de 2014

El mandamiento cero: «Escucha, Israel»

Foto: Álvaro Abellán-García Barrio, 2012.
Sobre la escucha se ha escrito desde el principio de los tiempos. Sin embargo, la tradición nos ha legado pocas palabras. Importantes, pero pocas. Como estas de Pitágoras: «El silencio es la primera piedra del templo de la sabiduría». O las primeras palabras de la Regla de San Benito: «Escucha, hermano...» Seguramente no era necesario decir más porque escuchar era algo que el hombre antiguo hacía más o menos habitualmente. O quizá lo hacía poco, pero muy intensamente, pues era un privilegio tener la posibilidad de dedicarse sólo a escuchar. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, la escucha se ha vuelto un asunto problemático.

El primer monográfico dedicado al tema -aunque sea indirectamente- del que tengo constancia es El arte de callar, del abate Dinouart. Lo escribe en tiempos revueltos: cuando la imprenta permite la proliferación de cientos de libros y la burguesía encuentra placer –y negocio– en la lectura. Sin esos factores, gran cantidad de libros no se hubieran escrito o no se hubieran difundido, pues las dificultades previas a la aparición de la imprenta hacía que sólo las mejores obras merecieran el esfuerzo de ser dictadas y copiadas por los monjes.

La aparición de El arte de callar nos da dos pistas. La primera: que cuando se empieza a escribir mucho sobre algo que anteriormente apenas merecía atención es porque ese algo se ha vuelto problemático. La segunda: que aprender a escuchar se convierte en un reto dificilísimo cuando nos sobran los estímulos informativos. Recientemente ha aparecido un tema de investigación y divulgación con igualmente pocos aunque notables antecedentes, muy relacionado con la escucha: la necesidad de atención (véase, por ejemplo, Focus, de Daniel Goleman).

La omnipresencia hoy de los medios de comunicación, de la propaganda y de la publicidad ataca tanto a nuestros sentidos que o bien los cierra sistemáticamente a todo –convirtiéndonos en hombres-isla– o bien nos tiene completamente extra-vertidos, superficiales, saltando de una noticia a otra, de un anuncio a otro, de un discurso ideológico a otro, sin tiempo para profundizar, meditar, asimilar o discutir nada. En ambos casos hay que defenderse, como plantea mi colega Javier Serrano-Puche con Una propuesta de dieta digital: repensando el consumo mediático en la era de la hiperconectividad.

En una conferencia sobre la escucha, hace ya un par de años, me atreví a proponer -entre risas- que releyéramos los diez mandamientos para recordar que, en el fondo, son once. Pues el primero de todos es el que yo llamo «mandamiento cero» -por olvidado- que reza así: «Escucha, Israel» (Dt, 6, 1). También conviene hoy releer Momo (Michael Ende), cuya protagonista oponía a los hombres grises –ladrones del tiempo del corazón–, su asombrosa y fecunda capacidad de escucha.

Sólo a la escucha del otro, que es nuestro primer gesto de acogida a su humanidad, podemos inaugurar entre nosotros ese lugar donde la vida se ensancha.

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