En busca de la felicidad, uno más de los innumerables relatos que exploran el drama de encontrarse con uno mismo. |
Así, a bocajarro, me dispararon esta pregunta quizá inocente, pero sin duda certera: «¿Qué significa, desde la filosofía dialógica, la expresión “encontrarse con uno mismo?”». Fue en la penúltima edición del IV Módulo de formación en el Ciclo Fundamental de Coaching Dialógico organizado por el IDDI en la Universidad Francisco de Vitoria.
Aunque estas sesiones son fundamentalmente prácticas y experienciales, reservan algunos momentos para profundizar en la filosofía del modelo. Ahí estaba yo para reflexionar con ellos sobre la experiencia de encuentro, central en cualquier estilo de coaching, pero sólo abordada en sus estratos más profundos en el modelo dialógico. Prometí entonces una respuesta algo más extensa de la que nos permitió aquel encuentro. Sirva esta nota para cumplir mi palabra.
La filosofía dialógica sostiene que las personas somos sujetos libres a quienes «la vida nos es dada, pero no nos es dada hecha: la vida es quehacer» (Ortega y Gasset). Ese «quehacer» pasa por buscar nuestra propia identidad, nuestra vocación, tarea que sólo logramos gracias a diversas experiencias de encuentro. Tienes una explicación sintética sobre el dinamismo del encuentro personal como camino para recuperar nuestra vocación en esta nota, ilustrada por una magistral secuencia de la película Veredicto final (Sidney Lumet, 1982).
Podemos hablar de nuestros encuentros con un poema, con una canción, con nuestro hogar, con un autor, con una institución, con un pueblo, con un paisaje, con un ideal, hasta con nosotros mismos, y todas esas son expresiones legítimas, que en última instancia nos conectan con las experiencias fuertes de encuentro, que siempre son entre dos o más personas.
¿Qué nos dice vivir la experiencia de “encontrarnos con nosotros mismos”? De entrada, nos descubre un hecho evidente y fundamental: que nacemos sin saber quiénes somos. «El hombre es un misterio para el hombre», dicen los clásicos, y la tarea más difícil, sostiene Sócrates, es «conocerse a uno mismo». La reconfortante experiencia de encontrarnos con nosotros mismos tiene, por lo tanto, su contrapartida dramática: si nos encontramos es porque antes estábamos perdidos.
En segundo lugar, el hecho de usar esa expresión parece indicar que hay determinadas situaciones que nos permiten re-conocernos en los otros. Es decir, que descubrimos algo fuera que, de repente, vibra en nuestro interior, despierta en nosotros algo desconocido, tal vez dormido, y que de inmediato –como nunca hasta entonces– re-conocemos como nuestro. Seguramente hemos vivido esta situación al convivir con nuestro padres, o con las personas que luego resultaron ser nuestros maestros, o con nuestras películas o canciones favoritas… en todos esos encuentros reconocemos un «¡esto es!», de forma que la intimidad del otro nos descubre la nuestra de un modo que nunca habíamos constatado.
En tercer lugar, al usar esa expresión damos a entender que cuando reflexionamos sobre nuestras acciones hay veces que no nos reconocemos en lo que hacemos y otras en las que reconocemos que fuimos auténticos. En nuestro interior descubrimos una dualidad que nos hace vernos a veces como «impostores» y otras veces como «auténticos», aunque muchas otras veces no somos capaces de distinguir esto con claridad. Ocurre por tanto que aunque la vida es «quehacer», y que ese quehacer es «libre», ni el quehacer ni la libertad son algo caprichoso, sino, más bien, algo «singular», único e intransferible.
Creo que no necesitamos, por ahora, ahondar más en la cuestión para darnos cuenta de que esto de encontrarnos a nosotros mismos es parte esencial del drama de cada una de nuestras vidas. Saber quiénes somos y quiénes queremos llegar a ser es, por decirlo así, nuestra tarea fundamental, porque «ser libres» significa estar «obligados» a elegir; y descubrir que podemos ser «nosotros mismos» o ser «impostores» significa que tenemos la responsabilidad de elegir bien.
Ahora bien: si somos seres de encuentro… ¿dónde buscar ese «nosotros mismos»? ¿En nuestro interior o en nuestras relaciones con los otros? Definir al hombre como ser de encuentro significa resaltar que somos esencialmente comunitarios. Es decir, que el «nosotros mismos» está a un tiempo en nuestro interior y en nuestras relaciones con otros. Significa que algo de nosotros está en los otros; y que en nosotros conviven innumerables otros.
Sir Ken Robinson, en su crítica a los actuales sistemas educativos, ha captado buena parte de esto y nos ha ofrecido una clave sencilla, práctica y profunda en su ensayo El elemento: descubrir tu pasión lo cambia todo. Robinson sostiene que para que una persona desarrolle su vida en plenitud necesita encontrar su «tribu», esas personas en las que se reconoce y con las que puede desarrollar su vocación; y necesita encontrar también su «zona», el lugar o la actividad donde puede desplegar los dones que le han sido dados y compartir su «quehacer» con quienes le rodean.
No hay comentarios:
Publicar un comentario