Detalle de La muerte de Sócrates, Jacquez-Louis David, 1787. |
Algunos ven en este ingenioso diálogo un precedente de la Medicina Centrada en la Persona: es un error tratar una dolencia particular sin preguntarse por las conexiones que ésta tiene con la totalidad del paciente. Los clásicos sabían que tanto el médico como el enfermo son personas integrales, no una suma de habilidades, ni un conjunto de órganos. Así, sabemos que Sócrates curaba mediante el diálogo y solía decirse de Hipócrates que «tiene una mirada que cura», pues no curan sólo sus manos, ni su ciencia, aunque ésta le es de sobra reconocida.
Los médicos actuales dominan más ciencia que Hipócrates, pero no tantos como sería deseable poseen una mirada que cura. Demasiados sostienen una mirada miope, torpe y funcional que, las más de las veces, agrava el alma del paciente. En realidad no miran al paciente como persona, ni como paciente. Miran sólo la enfermedad, situada, lamentablemente, en un pedazo de carne que casi parece molestarles, pues preferirían tener la dolencia en una probeta que ni pregunta, ni se inquieta, ni se angustia, ni responde, ni se queja. Cuando un hombre enfermo y preocupado se ve así tratado, es normal que su estado anímico, tal vez incluso el físico, empeore. ¡Qué hermoso testimonio vemos en las enfermeras retratadas en La escafandra y la mariposa! (Julian Schnabel, 2007). [Por cierto, una historia real].
Tan es así, que muchos de mis amigos que acuden a Fisioterapia Siglo XXI, la clínica de mi primo Víctor, se sorprenden de que les pregunte y les dé conversación sobre muchos temas. Llegas sin querer molestar, enunciando deprisa qué te pasa, y él te responde con más preguntas: sobre ti, sobre el resto de tu cuerpo, sobre dolencias anteriores… y pierde una hora contigo, no sólo con tu cuerpo. Naturalmente, y como todos, tiene mucha ciencia. Pero regala algo más: una mirada que cura y palabras de confianza.
Una muerte digna tiene más que ver con morir reconocido, respetado, querido y acompañado que con morir sin dolor. Una vida indigna tiene más que ver con ser tratado como un pedazo de carne que con vivir enfermo. Uno puede morir en paz de manos de un buen médico y vivir ninguneado en los guantes asépticos de un profesional. Todos, por supuesto, luchamos contra la muerte, pero no todos parecen capaces de aplaudir la vida. Aun en las peores situaciones, cuando sanadores y pacientes saben mirarse de persona a persona, brota ese lugar donde la vida se ensancha.
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