Fotograma de Cometas en el cielo. |
En 1978 Amir era un niño que apenas entendía lo que estaba a punto de pasar en su país. Aunque su padre quiso educarle en el respeto por los distintos, y aunque su mejor amigo (Hassan) era también el hijo de su sirviente, en la calle aprendió que las creencias religiosas y la procedencia social marcan el territorio y dividen a los hombres. Si Hassan era valiente y leal, Amir era muy imaginativo, pero inhábil y cobarde. Quizá las debilidades de Amir les distanciaron más que lo social o lo religioso, hasta el punto de que cualquier reconciliación parecía imposible.
Cuando Amir se enfrenta a esa llamada telefónica el camino del corazón emprende un viaje aún más necesario que el del éxito en la vida. Un camino de redención y perdón nos revela que aunque el amor duele, el desamor mata; que una vida auténtica vale más que una vida de éxitos; y que para habitar allí donde el corazón te lleva es necesario vencer los miedos.
Amir y Hassan quitan la razón a la calle y a la historia reciente del pueblo afgano: no son las diferencias las que nos separan, sino nuestros miedos para afrontar las diferencias y vencer, con amor, el odio. Supongo que esta lección quiere legarnos el novelista afgano. Pero casi la misma admiración me provoca que nos lo enseñe al resto del mundo -respetando el origen y la religión de los protagonistas- un cineasta estadounidense después del 11-S.
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Cuando, entre distintos, unos y otros son capaces de descubrir la grandeza del otro, brota esa unión en lo diverso donde la vida se ensancha. Este artículo de la serie ¿Tú también? Fue publicado originalmente en LaSemana.es.
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