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sábado, 19 de julio de 2014
Rilke al joven poeta: «Su vida debe ser un signo y un testimonio»
«Nadie puede aconsejarle, nadie. Hay un único medio. Entre en usted. Examine ese fundamento que usted llama escribir; ponga a prueba si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se privara de escribir. […] ¿debo escribir? Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda. Y si ésta hubiera de ser de asentimiento, […] entonces construya su vida según esa necesidad: su vida, entrando hasta su hora más indiferente y pequeña, debe ser un signo y un testimonio de ese impulso. […] Y si de ese giro hacia dentro, brotan versos, no se le ocurrirá preguntarle a nadie si son buenos versos».
Es el no-consejo que Rainer María Rilke comparte con el joven Kappus en la primera de las que hoy llamamos Cartas a un joven poeta. Esta joya de la literatura universal, que nos revela la intimidad de Rilke como pocas de sus otras obras, se la debemos a un joven y desconocido poeta que se atrevió, sin conocerle de nada, a escribir al maestro y pedirle consejo sobre sus versos. El atrevimiento de ese joven y la dispuesta y generosa respuesta de Rilke hicieron el resto. Hoy contamos con 10 de esas hermosas cartas.
El género epistolar, algo en desuso, atesora valores dignos de rescatar hoy [Algo dijimos en La literatura escribe una carta a sus estudiantes]. Para empezar, es un género que, salvo trampa retórica, supone un diálogo íntimo de persona a persona. No es un manifiesto, ni una proclama, ni un ensayo, sino un conjunto de reflexiones e historias que enlazan íntimamente una vida con otra, donde se deslizan valiosas confesiones entre repasos desenfadados de la propia realidad cotidiana. Compartir esa intimidad desnuda a quienes se escriben con más facilidad y meditación incluso que las conversaciones cara a cara, y con menos artificio y disfraz que los textos publicados. En definitiva: ofrecen una posibilidad de comunicación especialmente auténtica que, naturalmente, los escribientes saben o no aprovecharla. Rilke lo supo.
Pero si traigo aquí esta carta no es por hablar del género epistolar, ni de Rilke, ni siquiera de la poesía. La traigo aquí porque Rilke, al referirse a la escritura, habla en realidad de cualquier vocación. Y al hablar de los versos, habla de cómo escribimos nuestra propia vida. Lo reconocerá más adelante: «También el arte es sólo un modo de vivir, y uno, viviendo de cualquier manera, se puede preparar para él: en todo lo real se está más cerca y más vecino de él que en esos irreales oficios semiartísticos».
Miremos dentro de nosotros, preguntémonos qué es eso sin lo cual nos moriríamos. Y dediquémonos por entero, aun en la hora más aparentemente insustancial de nuestra vida, a ello. Pero mirar dentro no es mirar a un yo abstracto, sino recordar -volver a pasar por el corazón- los rostros que nos han enseñado lo que queremos ser y cómo serlo. Cuando recordemos eso, según Rilke, no se nos ocurrirá preguntar a nadie si nuestra vida es o no un buen verso: lo sabremos. Si todos hiciéramos lo mismo, pronto avivaríamos entre nosotros ese lugar donde la vida se ensancha.
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Este artículo pertenece a la serie Tú también, y actualiza el publicado originalmente el 30 de junio de 2008 en LaSemana.es.
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