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domingo, 27 de julio de 2014

Hacia Rutas salvajes: «la felicidad sólo es real cuando es compartida»

Imagen promocional de Into The Wild. Paramount Vantage / River Road Entertainment.

«Hay placer en los bosques sin hollar
hay éxtasis en las costas solitarias
hay sociedad, donde nadie se inmiscuye,
junto al hondo mar, y música en su rugido;
no amo menos al hombre, sino más a la naturaleza».

Con estos versos de lord Byron arranca Into the Wild (Hacia rutas salvajes, 2007), una película dirigida con más inteligencia que agilidad por Sean Penn. Esta adaptación al cine de una novela inspirada en hechos reales (escrita por Jon Krakauer) cuenta la historia de un joven graduado con sobresaliente y amante de los libros que abandona a su familia y su futuro asegurado de éxito programado para recorrer Alaska, lejos de cualquier vestigio de una humanidad que considera corrupta y falsa.

Es una historia de iniciación y maduración. La aventura de un chico que debe dejar de ser chico, que necesita rebelarse contra lo establecido y descubrir su propio camino. Una dura crítica a un mundo que vive de apariencias y otra, aún más cruda, a esas células sociales que de familia sólo mantienen el nombre.

El viaje del protagonista recorre las etapas propias de la vida humana con sus conflictos habituales:

  • Re-nacer: lo que exige no sólo quemar (literalmente) la identidad anterior y adoptar un nuevo nombre, sino vivir la experiencia de re-hacer el amor de unos padres, pues es precisamente esa carencia lo que ha matado toda su vida anterior.
  • La adolescencia, un canto a la libertad absoluta y sin límites, un desprecio radical a lo establecido y a la sociedad corrupta, un inocente creer que ser libre es romper lazos y un re-encontrarse con los valores del trabajo con la tierra. 
  • Y así, madurar hasta la sabiduría: cuando tiene experiencia de que «la alegría de vivir no sólo está en las relaciones humanas, también en todo lo que nos rodea»; o cuando empieza a intuir que Dios nos enseña que amar es también perdonar, y que, cuando perdonamos, la luz de Dios nos ilumina.

Su confesión penúltima de que «la felicidad sólo es real cuando es compartida», re-descubierta en la lectura de Doctor Zhivago (Boris Pasternak), nos revela que está preparado para acometer su aventura final. Una película sorprendente, original, que es metáfora de toda vida auténtica: una búsqueda sincera y arriesgada de uno mismo. Una vida que sabemos que es siempre camino, pero también destino. Cuando uno vive así, puede resultarle necesario apartarse de los hombres pero, como descubrirá el protagonista, sólo al compartirla con otros hombres que buscan con la misma autenticidad, aparece ese lugar donde la vida se ensancha.

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Este artículo de la serie Tú también apareció por vez primera en LaSemana.es.

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