En la Feria del libro de Madrid, con mi lectora más joven. Fotografía de Vanessa Silvano. |
«Mi primera vez al otro lado de la caseta», me repetía una y otra vez. Durante años he acudido a la Feria del Libro de Madrid como un lector apasionado, con ganas de descubrir tesoros de imaginación y reflexión encuadernados. En los caracteres impresos y abstractos de cada libro descubro infinitos mundos posibles que me devuelven al nuestro, el de cada día, con una mirada y una ilusión renovadas.
El pasado domingo, 15 de junio de 2014, fue mi primer día en la Feria del Libro como escritor, es decir, al otro lado de la caseta. O eso pensaba, porque aguanté allí apenas unos minutos. Pronto salí corriendo al encuentro de quienes vinieron a verme y pasé las dos horas charlando, riendo, firmando y, hay que decirlo, vendiendo algún libro. ¿Qué aprendí de todo eso?
Descubrí que algunos visitantes de la feria se acercan con reparos, quizá porque nos ven como un vendedor de un mercado ambulante. Debemos superar esa barrera. Debemos salir al encuentro de los lectores, preguntar y responderles, hablar de nuestra obra sin que el fantasma del mercadeo nuble la posibilidad del diálogo fresco y desinteresado. Debemos mostrar que a los autores nos importa más compartir nuestra experiencia y hablar del libro que venderlo: si escribimos, es porque queremos hablar desde el silencio de nuestras letras a personas que aún no conocemos. Cuando miramos a los transeúntes no pensamos «¿comprarán mi libro?» sino: «¿habrá entre ellos uno de esos lectores a quien susurro al oído aun sin conocer su rostro?».
Aprendí que en la Feria del Libro el mundo se condensa y te regala encuentros imposibles. Cuando anuncié por mis redes sociales que estaría firmando libros pensé: «Quizá aparezca alguno de esos amigos con quien quiero compartir más vida, aunque no me dé la vida para hacerlo». Así ocurrió. Y a pesar de mis cábalas sobre lo impensable, la realidad superó mis expectativas. Me encontré con mi querido Manuel Márquez, el emprendedor de mi generación y a quien hacía en Colombia –allí sigue pero vino tres días a Madrid por negocios–, me encontré con la perseverante y alegre Carolina Caldés –todos queremos una cerca, pero sólo hay una–, me encontré con antiguos y actuales alumnos y con viejos compañeros de aventuras, trabajos y formaciones.
Renové la convicción de que mi familia es un regalazo inmerecido. Tienen todos una característica peculiar: se parecen a esos personajes del cine de Frank Capra o de John Ford que parecen secundarios respecto de la trama principal, pero que resultan determinantes para el éxito del protagonista: aparecen como ángeles salvadores en los momentos de necesidad. Allí estaban haciendo piña, generando conversaciones, animando la caseta, atendiendo a quien yo no podía atender, haciendo fotos y arropándome antes, durante y después de las horas decisivas. Con esa discreción alegre del que acierta en sus silencios y sus palabras, sus presencias pertinentes y sus mutis por el foro. Quiero pensar que puedo llegar a ser como ellos.
Aprendí a valorar el trabajo de los editores. A veces visible y alentador, como el de Pilar Troncoso –enlace de Lid Editorial esa mañana- y otras invisible, como el de Nuria Coronado (coordinadora editorial) y Laura Díez (Jefa de Comunicación). Las editoriales son y han de ser negocios y se ocupan de aspectos administrativos, económicos, de gestión y coordinación, etc. Pero pueden ser negocios al servicio de la magia del libro, mediadores del encuentro entre autores y lectores, y esa ha sido mi experiencia con Lid Editorial.
Aprendí, algo tarde, que otro mundo se hacía allí presente en mi móvil y mis redes; un mundo virtual tan real como éste, al que no pude atender por volcarme enteramente en los presentes de carne y hueso. Quizá en futuras ediciones los responsables de la feria y algunas editoriales nos ayuden a que la fiesta del libro trascienda las verjas de El Retiro.
Por último, aprendí que la feria también es un espacio de encuentro entre escritores que no supe aprovechar bien. Apenas pude disfrutar de mis compañeros de firmas: María León -maestra del vestir y saber estar con estilo- y Javier Fernández Aguado –empeñado en vincular historia, tradición y valores con el éxito personal y empresarial–. Apenas pude disfrutar de la genialidad de otros colegas que firmaban a pocos metros de mi caseta. Pienso especialmente en Juan Mayorga, que presentaba todo su teatro en un solo tomo, y en Jesús Marchamalo, un amante de los libros que busca, colecciona, crea y comparte auténticas joyas editoriales.
Del libro que firmé, Coaching Dialógico, puedes leer más aquí. En él, siete compañeros y un servidor ofrecemos un modelo de coaching que nos enseña a vivir en el encuentro y a fomentar el encuentro en las diferentes comunidades en las que participamos a lo largo de la vida. Es verdad que para vivir en el encuentro conviene formarse y que eso supone una práctica muy exigente. Aun así, todo eso no basta. Es necesario que otros quieran encontrarse con nosotros. Por eso, vivir en el encuentro es siempre una experiencia que recibimos como un regalo. Así viví yo mi primera vez al otro lado de la caseta en la Feria del Libro de Madrid, así que muchas gracias a cada uno de los que lo habéis hecho posible.
Aquí tienes la Fotogalería del Facebook de Dialogical Creativity con algunos de los momentos más entrañables que viví aquel día.
En uno de los pocos momentos en los que fui capaz de quedarme sentado en mi sitio. Foto de Pilar Troncoso. |
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