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jueves, 8 de mayo de 2014

La Literatura escribe una carta a los estudiantes

Johannes Vermeer, Mujer de azul leyendo una carta (1662-1663).
Antes de matricularme en Periodismo ya contaba en mi curriculum con la creación de un par de fanzines fracasados vinculados a juegos de rol y en mi primer año de carrera creé con varios compañeros Cosa vostra, maquetado con QuarkXpress, impreso en casa y fotocopiado y grapado en la universidad. Aquel título resultaba sospechoso a las autoridades académicas, así que nos convocaron a los responsables y nos ofrecieron una alternativa más profesional: llenar de contenido atractivo para la gente joven una publicación institucional llamada Gente Universitaria, que fue el pre-embrión de lo que hoy, más de 15 años después, se llama Grupo Mirada XXI. Allí, alumnos noveles acompañados por veteranos y coordinados por profesores crecen y aprenden en un entorno profesional. En aquellos tiempos de ebullición universitaria trabajé codo con codo con profesores, profesionales y compañeros de carrera. Algunos de nosotros (corría el año 1996) empezamos a comprender que el papel era caro y que podíamos ser periodistas –y directores de nuestros propios medios– gracias a internet. El más emprendedor de nosotros, Pablo A. Iglesias (@PabloAIglesias), fundó LaSemana.es y en cuanto pude me incorporé a su equipo. Allí sigo publicando todos los lunes.

Una de las personas que descubrí en aquel tránsito desde Cosa vostraLaSemana.es, pasando por Gente Universitaria, fue el profesor doctor Edward Mulholland (@EdwardMulhollan), neoyorkino con sangre irlandesa que dominaba el español mejor que yo -que soy de aquí, de Madriz-. Ahora da clase de Introducción a la Literatura Hispánica en el Benedictine College (Atchinson, Kansas) y me cuenta que hace unos días, durante la última clase del curso, se despidió de sus discípulos regalándoles una “Carta de la Literatura al alumno” escrita por él.

Sí, me la ha pasado y me deja enseñártela. Cuando termines de leerla, compartiré contigo algunas reflexiones que me suscitó su lectura y que le envié a Edward por correo (electrónico, claro).


Carta de la Literatura al alumno
Dr. Edward Mulholland
«Querido amigo lector:

¿Cómo estás? Hace mucho que espero tener algún contacto contigo. Mucho tiempo. De hecho, desde que el tiempo dejó de ser el de los cronómetros y se convirtió en recuerdo. Ahora siempre me ves así, negro sobre blanco. A veces me oyes con una voz semejante a la tuya, sobre una tabla de escenario donde la vida se pinta a pinceladas dialogadas.

Tengo mucho, pero mucho que decirte. Un amigo, Terencio, dijo una vez que nada de lo humano le era ajeno, porque él mismo era hombre. Eso mismo digo, pues lo dije a través de él. Tengo mucho que decirte porque mucho tenemos en común. Y aunque no hable siempre de temas que te llamen la atención o en un idioma que conozcas, no hay nada que digo que te deba resultar ajeno. Porque, a fin de cuentas, siempre hablo de lo nuestro.

Ya, estarás pensando que tienes una admiradora loca que te anda siguiendo. No te sigo. Bueno, no solamente te sigo. Voy delante, y te puedo ir conduciendo por la vida. Lo nuestro no es exclusivo. Cuando me ofrezco, me ofrezco a todos, y no debes por ello sufrir celos. Lo que comparto no se disminuye, sino que crece mientras más participen. Porque ofrezco la verdad, la bondad, la belleza, las innumerables expresiones de la humanidad que todos llevamos dentro. Y lo que digo, procuro decirlo bien.

Te puedo narrar una historia que te deje pasmado, conmovido, que te llegue hasta la médula. Puedo pintarte un cuadro con palabras que haga volar tu mente más que al oído una sinfonía. Negro sobre blanco, nada más, y te ríes, frunces el ceño, lloras. Y la risa y el llanto comparten la misma fuente; brotan del reconocimiento, el reconocerte a ti mismo y el reconocer a tus seres queridos. Soy ese negro que da en el blanco de tu ser humano, de nuestro ser humano, del ser humano.

Soy la pinacoteca de los mejores cuadros, el álbum recopilatorio de los mejores cantantes. Soy el museo vivo de la palabra. Una palabra que nunca envejece, porque nace de nuevo cada vez que alguien la lea y la descubra, descubriendo a la vez su propio corazón. Mis personajes son reales, con esa realidad tan humana que sólo es fruto de la fantasía. Mi mundo es el mundo que habitas, porque soy tus pensamientos y tus emociones y tus reacciones y las lecciones aprendidas tarde pero qué más da, si aprendidas.

Te hablo con las palabras de Homero y de Virgilio, de Cervantes y de Shakespeare, y con las palabras tentativas del último "-ismo" que haya salido. Y todo vale mientras que sea una palabra sinceramente humana. Intentar decir algo es buscar responder, y aunque uno casi desespere tratando de hallar una respuesta, ese mismo sufrimiento, esa ansia es la sed de verdad que lucho por apagar sorbo por sorbo, línea por línea, negro sobre blanco.

No te olvides de mí, porque será olvidar algo importante de ti, algo que te haga tú mismo. Tómame como compañera en la vida. Estaré contigo siempre, hasta en la cabecera del lecho de muerte. Y en ese más allá del que habrás oído hablar, algunos dicen que si algo hay, lo que hay es Palabra.

Soy el espíritu del mundo y el alma de cada nación. Soy el canto de guerra, la canción de cuna, el verso corto que entienden sólo dos amantes escribiendo desde lejos. Soy lo que expresas y cómo lo expresas. Soy la humanidad versada en papel. Todo el colorido humano soy, negro sobre blanco.

Soy la literatura. Y te escribo porque te quiero. mejor».

Como ves, el doctor Mulholand sigue dominando el castellano mejor que yo.

El género literario de la carta está en desuso y ha sido relativamente poco representativo en la Literatura. Sin embargo, es maravilloso. Es profundamente personal e íntimo -muy dialógico- y cuanto más íntimo es, más universalidad alcanza. Sirvan de ejemplo las Epístolas morales a Lucicio (Séneca), la carta de don Quijote a Dulcinea (una joya escondida en El Quijote de Cervantes) y Drácula (Bram Stoker).

Más de una vez me he planteado retomar el cruce de cartas con alumnos como metodología tutorial personalizada -lo hice, cuando mis otras obligaciones me dejaban holgura para esto-. Llevo dos años barruntando el dedicarle algún tema especial en mis asignaturas de comunicación. Lo que ya hago, desde hace tiempo, es pedirles a los alumnos el primer día de clase que se escriban al sí mismos, que serán la última semana de clase. Disfruto cuando, cuatro meses después, les entrego sus propios sobres para que se re-encuentren con su pasado.

Que un profesor escriba una carta a su alumno una vez que acaba la asignatura me parece un regalo, un gesto más por el que el maestro busca dejar huella en el discípulo mediante un destilado de lo más importante y esencial que les ha querido compartir a lo largo del curso. Son las palabras últimas, las que recogen lo mejor de lo ya dicho y, quizá, algo importante que se quedó por decir.

Que el profesor decida no hablar en nombre de él mismo, sino que preste su voz a la disciplina, me parece un modo honorable de encarnar la vocación docente; y que el profesor de Literatura haga Literatura del encuentro con sus alumnos, quizá sea una gran expresión de la finalidad de la asignatura y una invitación a que el alumno haga literatura en su vida y en sus relaciones con los demás.

Creo que la verdadera Literatura es la voz de lo más personal y mejor expresado del hombre, testimonio de sus venturas y desventuras y, en ese sentido, además de acompañarnos, nos solicita quedarse dentro de nosotros. Cuanta más Literatura incorporemos a los sótanos de nuestra alma más volumen espiritual, más conocimiento y capacidad de expresión de lo mejor de nosotros y también más conciencia de lo terrible. León Felipe, te contaba no hace mucho en otra entrada, identifica la poesía con la vocación, como biografía y destino.

Ojalá muchos de los alumnos del profesor Mulholand, además de dejarse acompañar por la Literatura durante toda su vida, se animen a escribir y, más aún: a hacer de su vida, que es su obra más importante, verdadera poesía.

1 comentario:

  1. Gracias por compartir la carta, y gracias por tus glosas, que la embellecen aún más.
    La literatura como "la admiradora loca que te sigue, o que va delante". Prima hermana de esa que la Teresona llamaba "la loca de la casa"

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