Peter Steiner en The New Yorker, 1993. En ésta, considerada
la primera viñeta sobre internet, ya aparece la cuestión de la identidad.
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Este acertado diagnóstico que nos compartió José Luis Orihuela en eCuaderno (Repensando la identidad en el mundo digital) fue recogido por Juan José García-Noblejas para ofrecernos una respuesta tentativa: Repensar la comunicación pública desde la identidad personal. A continuación, parafraseo sintéticamente algunas de sus ideas:
- Ante la tendencia a la dispersión o al reduccionismo, cabe repensar la comunicación pública, sus modos, soportes y medios desde una perspectiva integradora, que busque dar sentido unitario a lo que aparece como un panorama abierto y variopinto.
- Desde una perspectiva profesional y académica, cabe razonar en torno a un campo disciplinar que aporte sentido integrador, centrando la atención en algunos rasgos de nuestra identidad como personas.
- Reorientar la reflexión desde la perspectiva del poder a la del saber: aunque se haya hablado de la verdad, pero como algo ya poseído, y menos como algo buscado; se ha hablado poco de la comunicación pública como algo relacionado con la vida y la libertad de las personas.
- La hipótesis: el elemento integrador puede ser el de repensar la comunicación pública como el conjunto de acciones que las personas libres e históricamente situadas realizan buscando el saber con verdad como aportación específica al bien común de todos los implicados.
Este diálogo público entre José Luis Orihuela y Juan José García-Noblejas es un buen ejemplo de la práctica que nos propone el segundo. Yo pretendo sumarme a este ejercicio de sana conspiración social, como gusta decir a García-Nolejas, porque encuentro tanto el diagnóstico como la hipótesis de respuesta muy acertados. Cuando hace 10 años empecé a reflexionar sobre estas cosas y me encontré con las aportaciones de estos colegas sufrí un «¡tú también!» revelador: ellos también tienen las mismas preocupaciones y buscan respuestas en una dirección similar. Ese tú también, dice C.S. Lewis, es la chispa que hace surgir la amistad; en este caso, la amistad civil (Aristóteles) que nos une cordialmente en la búsqueda de respuestas a la altura de los tiempos que nos toca vivir.
El campo disciplinar integrador que yo encontré para fundamentar la comunicación pública es el diálogo interpersonal a la luz de la Antropología dialógica y personalista, de inspiración socrática, y en estrecha relación con la Psicología. Desde ese estudio de lo universal y necesario, puede ampliarse la reflexión –dotación de sentido y capacidad crítica– a lo contingente e histórico de los medios de comunicación pública en cada contexto.
Al situar en el diálogo la reflexión disciplinar lo primero que se nos aparece como evidente es que la conversación o la interacción están en la base de la comunicación, y por eso no debería sorprendernos el giro que han tomado los medios en los últimos años. La cuestión del poder y el saber (y la autoridad) aparece pronto, así como que el diálogo es el modo eminente de buscar la verdad y el sentido de la propia vida, o que el diálogo público es la vía para discernir juntos lo conveniente y lo perjudicial. En última instancia, en el diálogo –tanto en la llamada esfera privada como en la pública– descubrimos quiénes somos y quiénes queremos ser, para nuestros amigos y familiares y para el mundo.
Expuse todas esas consideraciones en mi tesis doctoral, Crítica, fundamentos y corpus disciplinar para una teoría diálogica de la comunicación (2010) y una síntesis del planteamiento y las conclusiones fundamentales en el artículo Teoría dialógica de la comunicación: devolver al hombre-con-el-hombre al centro de la investigación (2011).
Desde el enfoque que planteé entonces y que aún considero válido, la cuestión de la identidad no es algo que quede difuminado con la aparición de las nuevas tecnologías; más bien estas nos permiten afrontar esa pregunta con más radicalidad que antes, del mismo modo que podemos escaparnos a esa cuestión con más facilidad (la viñeta de Peter Steiner que encabeza esta nota tiene muchas lecturas). A mí, desde luego, la posibilidad del diálogo público con estudiosos de la talla de Orihuela y García-Noblejas, a un tiempo tan similares y tan distintos entre ellos y con respecto de mí, me permite encontrar mi espacio y mi aportación específica de un modo que parecía impensable hace más de 15 años.
En el caso de las organizaciones y empresas, el nuevo panorama les permite profundizar en su identidad con especial autenticidad, ya que ésta no queda constituida como una elección individual y caprichosa, sino que siempre se configura como respuesta responsable a los retos que nos plantea nuestro mundo. Que la reputación de la empresa sea distribuida, es decir, que esté en manos no sólo de ella sino de cómo es percibida por el conjunto de sus interlocutores, es una oportunidad de aprendizaje y crecimiento, de «purificación» –diría Sócrates–, para dicha empresa.
El aroma de confusión que recoge el párrafo de Orihuela con el que iniciábamos esta nota no es culpa de las nuevas tecnologías, sino de nosotros, que creímos que las respuestas que nos dimos hace 100 años iban a durarnos siempre. Debemos recuperar el sentido originario de la comunicación que, antes –y después– de servirnos para discernir y realizar el bien común, nos sirve para descubrir quiénes somos y quiénes queremos ser. Y eso, además, no es una pregunta previa a lo que venga después. Esa es la primera y última pregunta radical cuya respuesta, nunca del todo cerrada, guía todas las demás.
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