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viernes, 2 de mayo de 2014

Educar es enseñar a convivir con el misterio

Misty beach, por Engelbert Romero.

Te he compartido en algunas notas mi preocupación por recuperar el asombro como la disposición originaria para el aprendizaje y el desarrollo personal. En La Ruta del encuentro, José Ángel Agejas insiste en que la formación universitaria debe empezar en el asombro, caminar en él y concluir en un nuevo asombro, habiendo aprendido algo por el camino. Catherine L’Ecuyer (Educar en el asombro, Apego & Asombro) habla del asombro como motor del aprendizaje y de la importancia de mantener viva esa actitud en los niños.

Este principio pedagógico ya lo descubrieron los griegos. ¿Por qué parece que debemos aprenderlo de nuevo? Agejas y L’Ecuyer tienen sus teorías, que yo complemento con ésta: porque hemos perdido el sentido del misterio. Reconocer que sabemos poco, convivir con la incertidumbre, es incómodo. Cuando los niños nos hacen preguntas asombradas matamos su asombro dándoles respuestas científicas o con ese definitivo porque sí y punto. "No lo sé" no nos parece una opción aceptable cuando, muchas veces, es la más sensata.

El asombro no es una actitud caprichosa. No se trata de asombrarnos porque sí, sino de asombrarnos ante las realidades que son asombrosas. Decir de una realidad que es de suyo «asombrosa» es lo mismo que decir que es «misteriosa». Por eso no podemos hablar de vivir en el asombro sin reconocer primero una cuestión fundamental: la realidad entera y, muy especialmente nuestra propia vida, es misteriosa. Me gusta ejemplificar el misterio de lo real con la experiencia de conducirnos entre nieblas (LaSemana.es, 7.01.2013).

La formulación filosófica, aparentemente fría, pero realmente acongojante, de este asombro radical, es: «¿Por qué hay Ser y no Nada?». Luego todo ser, sólo por el hecho de que es y podría no haber sido, ya es algo asombroso. Sí, ya imagino que hay muchas cosas que, para ti –como me ocurre a mí también– no son asombrosas. Pero la culpa no es de esas cosas –que nunca son sólo cosas–, sino de cómo las miramos. Por eso quiero inaugurar una etiqueta más en este blog, junto con la del asombro  y la escucha: es la etiqueta del misterio, que vincularé no sólo a las notas donde ese sea un asunto importante, sino a los fragmentos de obras de diversos autores que nos sitúan, directa o indirectamente, frente al misterio.

No quiero esperar más para compartirte ya esta cita de Albert Einstein sobre la importancia del asombro y el misterio:
«La más bella y profunda emoción que podemos probar es el sentido del misterio. En él se encuentra la semilla de todo arte y de toda ciencia verdadera. El hombre para el cual no resulta familiar el sentimiento del misterio, que ha perdido la facultad de maravillarse (…), es como un hombre muerto, o al menos ciego (…). Nadie puede sustraerse a un sentimiento de reverente conmoción contemplando los misterios de la eternidad y de la estupenda estructura de la realidad. Es suficiente que el hombre intente comprender sólo un poco de estos misterios día a día sin desistir jamás, sin perder esta sagrada curiosidad». BRIAN, Denis. Einstein: A Life, Nueva York, 1996, p. 234.
Aceptemos que la realidad, que nuestra realidad, es misteriosa. Que sabemos muy poquito y que nos basta intentar comprender sólo un poquito cada día. Eso sí, sin desistir jamás. Así entrenamos nuestro asombro. Así vivimos inseguros, es verdad, porque no todo está en nuestras manos. A eso se refiere Einstein con la más bella y profunda emoción: cobrar conciencia de que no estamos al final ni al principio; ni desterrados ni en casa. Reconocer que esta vida es, toda ella, una aventura.

1 comentario:

  1. Muy cierto, amigo. Josef Pieper lo recuerda una y otra vez, y trae a colación el texto de Tomás donde éste dice que, por no saber, no sabemos ni la esencia de un mosquito...!

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