The Prayer, de Adrian McDonald. |
«Estaba al borde de la desesperación total, de la depresión profunda, me veía en un callejón sin salida. Entonces me pongo a buscar la frase más simple, la cosa más sencilla, porque es lo que me puede salvar. Siempre he sabido que sólo la sencillez salva. No existe nada más simple que un vaso de agua o un mendrugo de pan. ¡Y con eso se salvan vidas!» (Conversación con Marek Miller para su programa de televisión, citado por Pascual Serrano en Contra la neutralidad, Península, Barcelona, 2011).
Así contaba Ryszard Kapuscinski cómo se enfrentó al síndrome de la página en blanco cuando trataba de escribir El emperador, una novela periodística sobre el líder de Etiopía Haile Selasie I. Nos revela, de esta forma, uno de sus principios literarios que, como en todo creador coherente, es también un principio de vida.
Muchos de sus reportajes destilan, quién sabe si consciente o inconscientemente, este principio: el ahogo entre las riquezas, lo barroco o la complejidad y el aire puro de lo simple, lo sencillo, lo esencial. La opresión del palacio y la liberación de la noche abierta entre las calles en un barrio humilde.
G. K. Chesterton predicó también un elogio de la sencillez en sus ensayos Lo que está mal en el mundo. Relata, entre cómico y sorprendido, la dificultad en que nos vemos envueltos entre los objetos del mundo moderno, en contraste con la sencillez de los objetos antiguos. Pone como ejemplos clásicos el fuego, el bastón, el cuchillo o la cuerda de pita. Como ejemplos modernos, el sacapuntas, la lámpara eléctrica o el calefactor. Y eso que, en su tiempo, no tuvo que lidiar con media docena de mandos a distancia para poder proyectar una película en el salón de su casa.
Con cada objeto antiguo -de esos que llevan con nosotros cientos o miles de años- se puede hacer decentemente al menos una docena de cosas distintas. Con cada objeto moderno se puede hacer una sola cosa, y a veces dudamos de que eso sea cierto. Una buena bombilla puede iluminar mejor que una chimenea. Pero sólo puede hacer eso. La chimenea, además de iluminar, permite asar castañas, cocinar bollos, calentar la casa, reunir confortablemente a la gente a su alrededor, crear sombras chinescas y ser el corazón de un hogar.
No sé si los creativos que trabajan para Cocacola habrán leído a Chesterton, o si simplemente recogen las quejas de tantos de nuestros mayores, pero la campaña de juguetes sencillos para Limonynada trabaja muy bien sobre estas ideas. Éste es sólo uno de los cuatro anuncios que han preparado. No es el más famoso (el del palo), ni el que más variantes recoge para un solo objeto (la piedra), pero es mi favorito:
Seguramente, las posibilidades de los objetos antiguos y la falta de alternativas en la especializada funcionalidad moderna tienen bastante que ver con el desarrollo de la imaginación de los niños y adolescentes de cada época. Con una cuerda y tres bastones un grupo de niños puede vivir cualquier aventura en cualquier rincón de la galaxia y en cualquier época histórica. Con una Playstation portable, cada uno permanece sentado en su silla, aislado, sin que se le pase por la cabeza la idea de que podría encontrar un universo entero si investigara qué hay al fondo del armario que tiene enfrente.
En su día propusimos un contundente ¡Simplifica! como criterio para el pensamiento y la acción creativa. Hoy recordamos en boca de un periodista que «sólo la sencillez salva», referido fundamentalmente a nuestros objetos y posesiones, algo que, paradójicamente, parece tener que ver mucho con la liberación del alma. De eso, me enseñaron una vez, es de lo que va este tiempo que los antiguos siguen llamando Cuaresma. El tiempo que con mayor radicalidad puede enseñarnos ese principio literario, comunicativo, ético, estético y religioso. Ese principio para crear en uno mismo que nos recuerda, muy sintéticamente, que la mayoría de las veces «menos es más».
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Este artículo pertenece a la serie #CrearEnUnoMismo y su primera versión fue publicada originalmente en LaSemana.es.
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