George (Daniel Auteuil) y Anne (Juliette Binoche) en una de las secuencias clave de la película. |
«¡Álvaro! La semana que viene proyectamos la película Caché y tienes que venir a comentarla. Habla sobre la violencia de la incomunicación tal y como la planteas en tu tesis». Así me obligó mi colega Juan Pablo Serra a decirle «Sí» y participar en el Ciclo de Cine que dirige en la Universidad Francisco de Vitoria, este año con el lema En camino.
Caché (Michael Haneke, 2005) es una película notable [IMDb, Filmaffinity], aunque de construcción atípica, por lo que el espectador debe concienciarse: si quiere disfrutarla, ha de poner de su parte. Georges, un hombre de éxito en la televisión, vive en una casa enorme en el centro de París junto con su mujer y su hijo adolescente. Todo parece ir bien, cuando empieza a recibir unos vídeos anónimo en los que aparece con su familia acompañados con dibujos alarmantes de oscuro significado. El modo en que Georges afronta esta situación y las consecuencias que eso podría tener en su vida personal y profesional es lo que conecta con el tema de la violencia de la incomunicación.
He visto la película dos veces, dos días seguidos. La primera como espectador puro, para dejarme llevar por el inquietante juego mental que propone Haneke. La segunda, como explorador de la mente humana, como si hiciera un trabajo de campo, entrando en el otro juego que nos propone el director al distender temporalmente algunas secuencias, al invitarnos a pensar, buscar interpretaciones, atender a lo que ocurre en segundo plano, invitarnos a escuchar conversaciones aparentemente intrascendentes y el ruido de fondo de la televisión. De esa forma logramos mantener la atención y maravillarnos ante un guión que no deja un solo cabo suelto.
No hablaré más de la película, para evitarte un spoiler. Sí te comparto algunas ideas sobre la violencia de la incomunicación, para que puedas ver la película desde esta clave y aprender mucho, muchísimo, sobre cómo afecta nuestro modo de comunicarnos a las personas que nos rodean, al clima de nuestras relaciones y a nuestras propias posibilidades de desarrollo personal.
El ser humano puede intentar dividir su vida en espacios y tiempos aislados unos de otros. Puede intentar que una parte de su vida no se comunique o afecte a otra parte de ella. Sin embargo, como somos la misma persona en uno y otro lugar, en uno y otro tiempo, esto resulta muy difícil, si no imposible. Incluso cuando creemos lograrlo, eso es a costa de una fractura interior que tiende a explotar. Y casi es mejor que lo haga, pues el riesgo de mantener dos vidas distintas en una sola persona es el de la esquizofrenia.
Cuando decidimos ocultar un hecho de nuestra vida el resto de ella se ve afectada, puesto que debemos introducir el engaño, el ocultamiento o la desconfianza en nuestras relaciones habituales para mantener un muro que separe nuestra vida cotidiana de aquello que queremos mantener oculto. Mantener ese muro nos obliga a veces a no ser veraces o sinceros y, además, nos hace desconfiados. Al pedirles a otros la veracidad y la confianza que nosotros no les otorgamos, los demás se tornan también desconfiados con nosotros. En ese clima de desconfianza mutua ya no podemos saber qué es verdad, qué es mentira y nos quedamos cada vez más solos y aislados. Seguramente, cuando acabes de ver la película, tú mismo te hagas esa pregunta: ¿cuál es la verdad de esta historia? Pregunta que sólo podrás responder haciendo un ejercicio de confianza. Ahora bien: ¿en quién?
El lenguaje y la comunicación, el diálogo interpersonal, está naturalmente orientado al encuentro entre los hombres. Cuando el lenguaje y la comunicación nos mantienen en el engaño, la soledad, el aislamiento y la desconfianza, aparece la violencia de la incomunicación. Las palabras se tornan muros, cuando no puñetazos. Y entramos en una espiral que nos aísla cada vez más de los otros y nos destruye a nosotros mismos.
En definitiva, la incomunicación, la comunicación frustrada, la manipulación, la mentira, etc., «son acciones que configuran hábitos deshumanizadores, destruyen los vínculos personales, agostan la capacidad de entendimiento, comprensión y colaboración entre los hombres… lo que conlleva soledad, desamor y falta de compromiso, carencias que afectan gravemente a nuestras posibilidades de desarrollo personal» (Abellán, 2011). Si quieres un desarrollo más amplio, lo tienes en mi tesis doctoral, que Juan Pablo Serra comenta así: «la incomunicación lleva a la inmadurez, lo cual se entiende, pues si somos seres-de-encuentro y la comunicación es consustancial a nuestro desarrollo humano y crecimiento, el negar ciertas cosas de nuestra vida (a nosotros, a los demás), el negarnos a dialogar con nuestro propio pasado y nuestro futuro, hace de la instalación en el presente algo insufrible e impide la maduración».
Muchas veces pido a mis alumnos que busquen casos de comunicación e incomunicación en la literatura, el cine y las series que más les interesan. En Caché pueden encontrar un caso concreto de incomunicación en todas y cada una de las secuencias de la película.
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