Maternidad, Rafa Macarrón, 2013. |
El Reino de Fantasía no puede morir
«“Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas” (Michael Ende). La pasión de Rafa Macarrón (Madrid, 1981) es pintar. Pintar con la pasión fría de quien se ha entrenado en el ciclismo profesional. Como si fuera consciente de que el Reino de Fantasía está en peligro, como si cada hora no soñada -no pintada- fuese una victoria de la Nada.
Crear personajes únicos. Ese es el reto al que Rafa Macarrón se enfrenta en la exposición que Distrito 4 acoge entre el 19 de septiembre y el 1 de noviembre de 2013. Cada personaje es único porque encarna a un tiempo lo universal y lo irrepetible, pero también porque reclama todo el protagonismo de cada obra. No puede diluirse en el grupo. No le queda otro remedio que mostrarse. Esta circunstancia obliga al artista a incrementar el dramatismo de sus criaturas, aunque la ternura que imprime a sus personajes atenúa todas las deformidades del alma.
La exposición recorre el itinerario experimental de Rafa Macarrón con distintos soportes. La pintura sobre lienzo le llevó a los cuadros abocinados, tres dimensiones que juegan a convertirse en dos, esta vez elaborados más artesanalmente, en cartón y papel, dibujados con técnica mixta. El juego de perspectivas que allí inició le llevó a crear las cajas, también presentes. En su interior no hay un cordero, sino un mundo íntimo y luminoso. No podemos entrar, pero sí contemplar su misterio. El artista nos invita a mirar como el Principito, quien alentó a Saint-Exupèry a retomar su vocación de pintor.
El paso siguiente ha sido la escultura. Así completa Macarrón la expansión de un mundo interior que invade cada vez más lo cotidiano hasta colarse entre nosotros, permitiéndonos mayor interacción, invitándonos a ingresar en su propuesta de una inocencia madura. Fantasía no es mera evasión: vamos allí para aprender a mirar este mundo con ojos renovados. De allí volvemos capaces de reconocer lo amable escondido en la deformidad, lo trascendente coloreando lo cotidiano, la alegría como banda sonora de una vida sencilla.
Entre las piezas que integran la exposición salen a recibirnos los perros. Solos o en manada, son referencia obligada en el artista. Su presencia canina domestica la exagerada humanidad de los personajes humanos. Rompen la soledad. Quizá nos acompañan, o quizá nos hacen generosos y somos nosotros quienes les acompañamos. Cuando nos reconocen, desde lejos, preparan una fiesta.
El Hombre afeitándose, su escultura más grande, es quizá la más honda, aunque su expresividad nos invite a una temprana sonrisa. Pocas acciones hay tan cotidianas como el afeitado. Anodino, íntimo, solitario. Pero pocas acciones hay tan graves como mirarnos cada mañana al espejo: ¿Quién es ese que se parece a mí? ¿Quién soy yo? ¿Para quién me afeito? ¿Quiero vivir lo que hoy me espera por delante? En esa soledad acostumbrada de cada mañana se inaugura y presenta el drama que nos conecta con el mundo. En este caso, con dos mundos: el cotidiano y Fantasía, que se hace presente en una escultura de tres dimensiones. Más las que esconde el espejo.
Ejecutivo solitario, Rafa Macarrón, 2013. |
El tríptico que conforman Padrino, Cebra y Señora también nos muestra a personajes en cuyo mundo no cabe nadie más. Están solos. Tan solos que ya no los vemos deformes, sino desestructurados. Y sin embargo, a estos personajes no los aplasta la inmensidad del firmamento. La profundidad del cosmos no anula el misterio irreductible que contiene cada uno. A pesar de todo, el personaje es más grande que el mundo y mantiene su identidad gracias a su rostro.
El rostro de cada personaje es la cartografía de su alma. Hay quien ve en la deformación de las figuras de Macarrón una batalla con la realidad, cierto dramatismo existencial, como expresan las deformaciones del Guernica o las pesadillas de Dalí. Quizá no miramos con los ojos del artista, sino con los nuestros, que insisten en señalarnos cómo deberíamos ver las cosas. Habitualmente, las fisonomías de los personajes de Rafa indican lo contrario. Los rostros y la tonalidad de cada cuadro nos invitan a la ternura, al disfrute de las acciones y los vicios cotidianos, incluso a la paz. Eso no quiere decir que los personajes y el mundo sean perfectos. Tampoco que no expresen su drama interior. Significa que, a pesar de su deformación y su drama, siguen siendo amables. Más en la estela de El Greco, la mirada a la que nos invita el artista no es condenatoria, sino salvífica.
Cuando G. K. Chesterton prologa Cuento de Navidad de Charles Dickens escribe: “En la belleza, quizá, hay algo ligado a la tristeza; en lo grotesco, más aún, en lo tosco, hay, con toda seguridad, algo emparentado con la alegría”. Nuestro tiempo ha asociado con demasiada simplicidad lo apolíneo y lo estático con la felicidad. Macarrón nos revela la alegría que mana de la deformación y el drama. Es la alegría franciscana que ama un mundo imperfecto porque es huella del perfecto. No hay felicidad porque seamos perfectos; hay felicidad cuando no hay orgullo. Los demás personajes únicos escapan, además, de la gravedad apuntada en los anteriores. O el mundo que les rodea se muestra menos comprometido o en realidad no están solos, sino con perro. Solos tú y yo, donde el universo sigue siendo un misterio y el suelo de la vida parece estrecho y poco firme, recoge, sin embargo, ese sano influjo mutuo fruto de la alianza entre los hombres y los perros.
La exposición ofrece multitud de cuadros pequeños, collage sobre madera y técnica mixta. En algunos se asoma un solo personaje. Otros son retratos de grupo, de familia, quizás de pandillas. A pesar de su tamaño, contienen la misma dignidad que los de gran formato. Son el fruto de una esforzada llamada a la existencia de personajes únicos. Que salgan del taller, en lugar de ser desechados o destruidos, significa que el artista ha confirmado su vida diciendo: “Quiero que existas siempre”. Entonces reciben un nombre y, con él, el deseo de que encuentren su propio destino.
Una pieza rompe el tono general de la exposición. La sutil ironía del artista cobra aquí especial contundencia. A la playa nos devuelve al Rafa Macarrón más alegre y desenfadado. La obra rompe las leyes de la perspectiva y, aun así, funciona. Rompe las reglas de los colores engamados y, aun así, funciona. Rompe su propia regla para este trabajo de situar un solo personaje en sus grandes lienzos y, aun así, cada uno de los incontables personajes de A la playa es único.
En ese duelo particular que se libra en el corazón de Rafa Macarrón entre la soledad y la ingenuidad, vence la segunda, mostrándonos esa cada vez más difícil inocencia madurada. La vida no es fácil. La humanidad no pasa por su mejor momento. El mundo del arte está en crisis. Sin embargo, y precisamente por eso, Fantasía no puede morir. Este mundo y aquel se exigen mutuamente. Si dejamos de soñar -de pintar-, el Reino de Fantasía será devorado por la Nada. Y si Fantasía desparece, nada extraordinario que ocurra en este mundo tendrá la alegría, el peso, la apuesta de eternidad que todavía hoy tiene, para Rafa Macarrón, la sencilla acción de afeitarse, cada mañana, delante de un espejo». Álvaro Abellán-García Barrio.
A la playa, Rafa Macarrón, 2013. |
En la terraza del taller, con Rafa Macarrón (derecha). |
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