Robert Doisneau, La jauría, 1969. |
Los efectos que se derivan de esta forma de estar en el mundo son muchos y de toda índole. Muchos pueden estudiarse desde fuera, pero los que nos importan aquí son los de dentro. ¿En qué medida el mundo en que estamos sumergidos, del que no podemos escapar (del mismo modo que el pez no puede vivir fuera del agua) afecta a nuestro desarrollo personal y a nuestras relaciones con el mundo y con las otras personas?
Frente a un mundo cargado de estímulos externos, nuestra reacción instintiva (como demuestran los trabajos de campo) es doble. Por un lado, somos llevados a la pura exterioridad. Saltamos constantemente de un estímulo a otro, de un espectáculo a otro, de una llamada de atención (visual, sonora, táctil, interactiva…) a otra, de una experiencia efímera y de consumo fácil a la siguiente. Por otro, buscamos protegernos del exceso de estímulos, hacemos callo en nuestra mirada y nuestro oído, lo insensibilizamos para protegernos del estímulo siguiente… hasta pasamos las páginas del periódico sin ver o registrar los anuncios. Nos protegemos de los estímulos desarrollando nuestra insensibilidad hacia ellos (especialmente a los más discretos) y los generadores de estímulos se ven forzados a aumentar la carga espectacular de sus mensajes (más ruido, más alto, más visual, más atractivo, más grande, más provocador, más hiriente, más invasivo).
De esa forma permanecemos en la periferia de nuestra vida e insensibles para las realidades más discretas, que son las más profundas. Ese es el doble resultado de vivir en un mundo hipermediatizado. Pero resulta que sin interioridad y sin una escucha atenta y sostenida es imposible crear algo valioso, estable e íntimo en uno mismo. Sin silencio exterior e interior no es posible la escucha de lo valioso, que siempre se revela lento y discreto. No es posible tampoco el silencio de resonancia en nuestro interior, ese que permite la asimilación de lo valioso y la crítica y purga de lo nocivo. No es posible desarrollar nuestra sensibilidad hacia lo importante. Todo queda en la superficie, no hay diálogo interior, orden mental, memoria del corazón.
Nada que no sea lentamente asimilado e incorporado en nuestro interior alcanza a motivarnos verdaderamente, a orientar nuestra vida hacia un destino o valor o sentido que ilumine cada una de nuestras decisiones.
Es verdad que no podemos salirnos de este mundo. Es verdad que este mundo pone a nuestro alcance experiencias, bienes y servicios que nos permiten crear en nosotros mismos con mayor facilidad que en otras épocas. Pero, para lograrlo, debemos entrenarnos. Esa es la lección que nos deja Michael Ende al contraponer a los hombres grises con Momo. Debemos discernir qué escuchar y mirar y qué no. Debemos reaprender a mirar y escuchar sin callos ni durezas, con sensibilidad hacia lo esencial. Debemos buscar tiempos y espacios para entrenar el silencio de resonancia, la asimilación y meditación de lo valioso, la reflexión sobre qué queremos ser y hacia dónde queremos caminar. Necesitamos el silencio y la hondura para forjar la convicción que nos indica lo que realmente amamos. Y eso es muy importante, porque aquello que amamos, aquello a lo que orientamos cada una de nuestras acciones, es lo que alcanzaremos a crear en nosotros mismos.
¿Has conquistado ya momentos de silencio en tu vida cotidiana?
[Este artículo es una revisión del publicado originalmente en LaSemana.es]
Exacto, Álvaro. A mí me sirve conversar todos estos estímulos con el Señor, descubro muchas cosas..., hasta de extraerme del barullo diario.
ResponderEliminarEn qué medida el mundo en que estamos sumergidos, del que no podemos escapar (del mismo modo que el pez no puede vivir fuera del agua) afecta a nuestro desarrollo personal y a nuestras relaciones con el mundo y con las otras personas?
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En un sentido "radical". No determina todo, pero sí lo condiciona todo.
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