Gregorio Marañón nos provoca al proponer la rebeldía como una virtud fundamental de la juventud. Los clásicos entendían por virtudes aquellas disposiciones que, encarnadas siempre como hábitos, nos mejoran o nos hacen más fuertes. La prudencia es un buen ejemplo. Nunca está fuera de lugar. Aunque sea una frase común, es impreciso decir “es demasiado prudente”. Si es “demasiado algo” o “demasiado poco algo”, ya no es prudente. La prudencia, por definición, consiste en discernir y escoger la mejor opción posible, con los mejores medios posibles y el mejor modo posible de llevarla a cabo.
Sin embargo, la actitud de la rebeldía es ambivalente. Está bien -y nos mejora- rebelarnos contra algunas cosas. Rebelarnos por rebelarnos puede llevarnos al ridículo o a lo trágico, como ocurrió con ese Rebelde sin causa que encarnaba genialmente en la pantalla James Dean.
¿En qué sentido, por lo tanto, cabe decir que la rebeldía es no sólo propia de la juventud, sino, incluso, su “deber fundamental”? De estas cosas discutíamos hace años en la Fundación Iuve, como recuerda Amalia Casado en su artículo Hay luz, y creo que muchos de aquellos amigos son hoy de esos rebeldes con causa, ejemplo de virtud. Te dejo con el texto de Gregorio Marañón.
Gregorio Marañón junto al busto de su maestro Ramón y Cajal.
Fondo de la Biblioteca Nacional.
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«Y ahora nos toca comentar la juventud y su deber fundamental: que es la rebeldía. A muchos sorprenderá -tal vez escandalizará a algunos- que consideremos la rebeldía como un deber. Lo cual equivale a considerarla como una virtud de esas de orden supremo a las que acabamos de referirnos, en las que hay, tal vez, que contrariar, por voluntario amor al bien, las propias conveniencias.
Cuando un ser humano marcha por la vida sin obstáculos, ya decía Santo Tomás que es necio llamarle virtuoso, por bueno que sea. Mientras no surge la piedra que cierra nuestro camino, el espíritu satánico -que todos llevamos dormido en el alma- prefiere no despertar, porque, como gran capitán que es, sólo gusta de entablar sus batallas en las condiciones más favorables. Sólo entonces, en el trance difícil, es una virtud el ser rectamente hombre, por encima de todas las sugestiones que nos invitan a claudicar. Y el modo más humano de la virtud juvenil es la generosa inadaptación a todo lo imperfecto de la vida -que es casi la vida entera-; esto es, la rebeldía.
Al buen burgués suele erizársele el cabello -el escaso cabello, ya que una de las características de la morfología burguesa es la calva- cuando oye hablar de rebeldía. Rebeldía suena en sus oídos como algo personificado en un ser frenético, con la cara torva y las armas en la mano, que se agita contra la paz social. Es una palabra que suena a tiros, a revuelta, a incendios y, finalmente, a patíbulo. Rebelde -dice de un modo taxativo el Diccionario de la Academia- es aquel que se subleva o rebela, faltando a la obediencia debida.
Pero la misma Academia -tranquilicemos, pues, al lector con el mismo texto oficial- añade: Rebelde se llama también al indócil, duro, fuerte y tenaz.
Pues bien: yo agrego ahora que, en efecto, el joven debe ser indócil, duro, fuerte y tenaz.
¡Gran locura la de los que no lo comprenden así! El hombre ha nacido para ser un miembro de la sociedad y contribuir -cada cual dentro de su categoría- a la marcha unánime del organismo colectivo. Mas para ser la pieza de un engranaje es preciso que la pieza sea forjada de antemano y que no sea utilizada mientras no adquiera la forma y el tamaño justos y el temple suficiente. Y este temple, que hará perfecto y durable el rendimiento gregario del hombre maduro, es la personalidad. Parece paradoja, pero es lo cierto que cada ser humano será tanto más útil a la sociedad de que forma parte cuanto más fuerte sea su personalidad y, por tanto, su incapacidad primaria de adaptación.
Ahora bien: la juventud es la época en que la personalidad se construye sobre moldes inmutables. Y, además, la única ocasión en que esto puede realizarse. Toda la vida seremos lo que seamos capaces de ser desde jóvenes. Podrá llenarse o no de contenido eficaz el vaso cincelado en estos años de la santa rebeldía; podrá ese vaso llenarse pronto o tardíamente, pero el límite de nuestra eficacia está ya para siempre señalado por condiciones orgánicas inmodificables cuando llegamos al alto de la cuesta juvenil y con el cuerpo y el espíritu equilibrados y las primeras canas en las sienes entramos en la planicie de la madurez».
MARAÑÓN, Gregorio. Ensayos liberales, Austral, Madrid 1966, pp. 79 y ss.
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