Plaza de Menendez Pelayo, Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Cortesía de GoogleMaps |
El recorte en educación e investigación a las universidades públicas españolas que recogen los Presupuestos Generales de 2013 ha provocado una contundente respuesta por parte de los rectores. Con motivo de esa protesta, Abc entrevistó al profesor José-Ginés Mora, especialista en la gestión de la enseñanza superior. Recojo los que a mi juicio son los cinco problemas más importantes que identifica el entrevistado, y los acompaño de algunas preguntas que, como profesor universitario, llevo formulándome varios años.
- El problema de la universidad española no está ni en el número de universidades ni en la inversión económica en las mismas. En comparación con otros países, no hay demasiadas universidades en España. El problema está en la inflación de títulos y en que todas las universidades pretenden imitar el modelo de las grandes universidades estadounidenses. Es decir, hay un problema de ineficiencia, de superficialidad a la hora de pensar el modelo universitario y de intereses particulares de algunos políticos y de los partidos: todos quieren tener “su” universidad y todos quieren “café para todos”. Expresado con sencillez: si todos pretendemos abarcar todo, todos seremos mediocres en todo. ¿No es razonable pensar que caben distintos modelos universitarios ajustados a las distintas necesidades y exigencias de nuestro tiempo?
- La mayoría de los profesores universitarios son “gente muy trabajadora y muy decente”, pero el sistema de acreditación pervierte la función docente. La Aneca pretende que todos los profesores (tanto de las públicas como de las privadas) sean como los investigadores de Harvard, exigiendo una capacidad investigadora y de publicaciones que está alcance de unos pocos y, de ese modo, en esa carrera obsesiva por proyectos y publicaciones que serán mayoritariamente mediocres, se descuida la dimensión docente. En este asunto la pregunta es: ¿hay un solo modelo de profesor universitario? ¿No podría haber, al menos, dos modelos de profesor: uno centrado en la investigación y otro en la docencia? Y ambos, por supuesto, si bien centrados en lo esencial (la ciencia y el alumno), orientados también a responder a los retos que exige nuestro tiempo.
- Los rectores, elegidos por sus profesores, entienden que su labor fundamental es “mantener la paz entre sus huestes” y por lo tanto evitan introducir mejoras que serían evidentes, pero que provocarian “malestar” en el profesorado. Una de esas cuestiones “intocables” es la bajísima inversión (coste) en algunas carreras frente a otras, y el secreto que se guarda conforme a esta situación. Aunque el profesor Mora no expresa un juicio al respecto, la cuestión es que un mal grado en Medicina es 20 veces más costoso que un mal grado en Filología. Ahora bien: ¿Nos conformamos con profesionales e investigadores mediocres en el ámbito de las Humanidades y las Ciencias Sociales? ¿Tenemos los periodistas, los intelectuales, los artistas o los empresarios que necesitamos? ¿Está justificado el low cost de algunas carreras?
- El “modelo funcionarial” estuvo bien en el siglo XIX, pero no funciona en el XXI. La autonomía y la libertad de cátedra de los departamentos, que deben competir con otros departamentos y universidades para financiarse, es una mejor herramienta de calidad que las acreditaciones públicas que, por cierto, someten a estos mismos criterios a las privadas. El paternalismo y el control del Estado genera una estandarización de la Educación que mata no sólo la diferenciación, sino la iniciativa y la creatividad propias de la institución universitaria.
- El alumno y las carreras se mantienen en el mito de la especialización. Pero las exigencias de una auténtica formación superior, e incluso la demanda actual del mercado en España, piden alumnos formados integralmente (capacidad de comunicación, de trabajar en equipo, de adaptarse al cambio, de autoaprendizaje…), sin oponer las disciplinas humanísticas (que deberían estar más presentes de lo que hoy están) a las técnicas. En realidad, las personalidades más sólidas de nuestro tiempo muestran que las disciplinas humanísticas y las técnicas no sólo no se oponen, sino que se exigen y complementan mutuamente.
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