Albert Camus, fotografía tomada en 1947 por Henri Cartier-Bresson |
«[…] Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que él es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer vuestra decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre casi joven todavía rico sólo de dudas, con una obra apenas en desarrollo, habituado a vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin cierta especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, en plena luz? ¿Con qué estado de ánimo podría recibir ese honor al tiempo que, en tantas partes, otros escritores, algunos entre los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conoce incesantes desdichas? […]
Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de toda otra cosa. Por el contrario, si él me es necesario, es porque no me separa de nadie y porque me permite vivir, tal como soy, al nivel de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; muchas veces he elegido su destino más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia sino confesando su semejanza con todos […]». Discurso completo en DDOOSS.Esa búsqueda de unidad con los hombres le lleva a cerrar su discurso exigiéndose a sí mismo un arte que le permita vivir “unido a todos los hombres silenciosos que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir”. El discurso completo es para imprimirlo, meditarlo, masticarlo… Es muy dialógico el modo en que habla de la necesidad humana de manifestarnos y de ser reconocidos, de alcanzar nuestra distinción y singularidad gracias a la semejanza con nuestros semejantes, del agradecimiento por lo recibido, de la mirada sobrecogida ante la injusticia y la desigualdad, de la vocación como servicio a todos los hombres.
Siempre he pensado que uno reconoce en su vida esas circunstancias especialísimas en las que tiene la oportunidad de darlo todo, de volcar sus mejores capacidades, ex toto corde, para regalarlas a los demás. El discurso al recibir un Nobel, al colocarnos bajo la luz pública, parece una de esas ocasiones para no guardarnos nada, y las palabras de Camus parecen corroborar esa idea. Sin embargo, fue otro texto suyo, más discreto e invisible, apartado de los focos, el que conquistó mis simpatías definitivas por este autor existencial. Es la carta que, al poco de recibir el Nobel, escribió a un profesor suyo de Primaria. Me cuenta una amiga, Mireia Crispín, que sólo gracias a él pudo ir al instituto, pues le consiguió la beca que lo hizo posible. Es el Camus de detrás de los focos. Más sencillo, sin necesidad de sobre-explicarse por hablar a un amigo, pero desde el mismo corazón y vocación que a la luz pública. Con sus palabras termino.
Querido señor Germain:
Esperé a que se apagara un poco todo el ruido que me ha rodeado todos estos días antes de hablarle de todo corazón. He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza y su ejemplo, no hubiese sucedido nada de todo esto. No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo.
Pero ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continuarán siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido.
Le abrazo con todas mis fuerzas.
Albert Camus».
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