Foto: Álvaro Abellán-García Barrio, 2012. |
El primer monográfico dedicado al tema -aunque sea indirectamente- del que tengo constancia es El arte de callar, del abate Dinouart. Lo escribe en tiempos revueltos: cuando la imprenta permite la proliferación de cientos de libros y la burguesía encuentra placer –y negocio– en la lectura. Sin esos factores, gran cantidad de libros no se hubieran escrito o no se hubieran difundido, pues las dificultades previas a la aparición de la imprenta hacía que sólo las mejores obras merecieran el esfuerzo de ser dictadas y copiadas por los monjes.
La aparición de El arte de callar nos da dos pistas. La primera: que cuando se empieza a escribir mucho sobre algo que anteriormente apenas merecía atención es porque ese algo se ha vuelto problemático. La segunda: que aprender a escuchar se convierte en un reto dificilísimo cuando nos sobran los estímulos informativos. Recientemente ha aparecido un tema de investigación y divulgación con igualmente pocos aunque notables antecedentes, muy relacionado con la escucha: la necesidad de atención (véase, por ejemplo, Focus, de Daniel Goleman).
La omnipresencia hoy de los medios de comunicación, de la propaganda y de la publicidad ataca tanto a nuestros sentidos que o bien los cierra sistemáticamente a todo –convirtiéndonos en hombres-isla– o bien nos tiene completamente extra-vertidos, superficiales, saltando de una noticia a otra, de un anuncio a otro, de un discurso ideológico a otro, sin tiempo para profundizar, meditar, asimilar o discutir nada. En ambos casos hay que defenderse, como plantea mi colega Javier Serrano-Puche con Una propuesta de dieta digital: repensando el consumo mediático en la era de la hiperconectividad.
En una conferencia sobre la escucha, hace ya un par de años, me atreví a proponer -entre risas- que releyéramos los diez mandamientos para recordar que, en el fondo, son once. Pues el primero de todos es el que yo llamo «mandamiento cero» -por olvidado- que reza así: «Escucha, Israel» (Dt, 6, 1). También conviene hoy releer Momo (Michael Ende), cuya protagonista oponía a los hombres grises –ladrones del tiempo del corazón–, su asombrosa y fecunda capacidad de escucha.
Sólo a la escucha del otro, que es nuestro primer gesto de acogida a su humanidad, podemos inaugurar entre nosotros ese lugar donde la vida se ensancha.
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